Un año más podemos gritar al mundo que hemos alcanzado el día del padre, una celebración cada vez más deteriorada, marcada y envuelta en una descarada jornada comercial que, para como están los tiempos, la realidad es que no cala en la sociedad como lo hacía unos años. Y es que, claro, las cosas de la economía no están para dispendios injustificados y menos para excesos costosos que pueden esperar a mejores tiempos. Luego, si tenemos en cuenta que no tardará en llegar el día de la madre, que mayo está la vuelta de la esquina, que nadie se extrañe de que este tipo de celebraciones estén actualmente de capa caída, aunque aceptamos que las ventas siguen siendo notables comparadas con cualquier día de la semana. Afortunadamente para los grandes almacenes y marcas de colonias, este día se une al de san José, patriarca de la Iglesia, y ese sí que está ampliamente compartido; de hecho, junto con Antonio y Juan, son los nombres más elegidos por los españoles para distinguir a sus hijos del resto del mundo. Cierto que la llegada de la moda, sobre todo la que venía procedente de Hispanoamérica a través de las telenovelas, cambió casi por completo esta tendencia, pero se mantiene con fuerza frente a los compuestos y complicados de países como Venezuela, Colombia, Chile o Perú.
La influencia de la moda, que llega mucho antes que la cultura, sobre todo si ésta viene en forma de libro, y que tiene más fuerza ciudadana de la que normalmente nos creemos, acaba marcándonos a todos y generando nuevas limitaciones a nuestras costumbres. No otra cosa está ocurriendo, sin más, en la forma en la que nos relacionamos entre nosotros. La crisis también influye en este detalle que tanto nos ha diferenciado hasta ahora de los animales irracionales, haciendo de la mayoría de nosotros unos insolentes capaces de cometer cualquier exceso por razones absurdas. Dicen los psicólogos que los nervios mal controlados, que es lo mismo que asegurar que la crisis económica mal digerida, nos han llevado a protagonizar situaciones de extrema dificultad, incluso jugándonos la vida, y que deberán pasar décadas hasta que podemos volver a los tiempos en los que la relatividad presidía todo lo que hacíamos. Y para que esto sea así, que conste que solo lo conseguiremos si paralelamente la economía recupera viejos tiempos y se impone la normalidad. Es la única forma conocida de que las personas nos recuperemos del terrible y tremendo esfuerzo que realizamos desde hace años y del que seguimos sin conocer las razones que no sean las que nos colocan ante una serie de mangantes y su gran capacidad para la extorsión y el robo de dinero en cantidades extraordinarias.
Y lo peor: que no paran de aflorar casos de corrupción entre los que precisamente son los que más dinero tenían y con más futuro asegurado contaban. Por todo esto, porque la situación así lo aconseja y porque es urgente que la sociedad honesta, la poca que queda, tenga la oportunidad antes de fallecer de comprobar cómo se ha hecho justicia en contra de estos desalmados y les ha hecho devolver todo el dinero robado y sus correspondientes intereses, y luego los tenga entre rejas unos cuantos años. Mientras se les dé la oportunidad de gastarse buena parte del dinero ilegal que tienen en su poder en bufetes de abogados de élite para que los defiendan, mientras se les permita seguir presionando allá donde los que están tienen mucho que callar, nos tememos que todo seguirá igual, es decir, con ellos en la calle disfrutando de una vida que para nada se merecen y nosotros observando impotentes cómo entre unos y otros se llevan lo que es nuestro. España, con diferencia, es el único país del mundo en el que se da una característica que nos define a la perfección: un señor que ha sido gestor de una caja de ahorros, que ha desarrollado una labor funesta para los intereses de la empresa, que ha dilapidado miles de euros y que ha dejado a la entidad con deudas de miles de millones de euros, no solo disfrute de completa libertad, sino que además se ha llevado como despido unos cuantos millones de euros. ¿Somos diferentes o no?