Lo
podemos comprobar atendiendo los números y los porcentajes de las
encuestas que se nos vienen encima en cuanto nos descuidamos. La
última, nada menos que del CNI. Pero no faltan las habituales de los
grandes medios de comunicación. Y todas coinciden en lo fundamental:
la ciudadanía está harta de los vaivenes protagonizados por los
políticos. Y es que todos tienen responsabilidad en este malestar
general; unos por exceso y otros por defecto. Y no digamos nada a los
que en este momento les va la vida en el envite, porque su
inestabilidad emocional traspasa fronteras y nos llega a nosotros,
que poco tenemos que ver en el asunto que les quita el sueño.
Recordemos que el núcleo de su preocupación es el poder y con él
todo lo que supone para quien lo acabe ostentando. Así, unos quieren
seguir disfrutando de su influencia y otros, sin experiencia y muchas
ganas, andan en su busca a toda costa. ¿Y nosotros? ¿Nos han tenido
en cuenta alguna vez? Si nos ajustamos al guión que hasta ahora
hemos compartido obligados con ellas y ellos, es evidente que el
rechazo es mayoritario; si nos detenemos en el detalle, y comprobando
los votos obtenidos por cada partido el 20 de diciembre pasado, no es
de extrañar que algunos anden a la gresca dispuestos a discutir con
quien se les ponga por delante exigiendo lo que entienden que es
suyo.
Compartimos
tiempos en los que la lógica gana adeptos y genera incondicionales y
que, al mismo tiempo, sus planteamientos atraen incluso a los
habituales escépticos que hasta ese momento huían de la política.
Esta nueva situación, que aún anda casi huérfana de defensores, se
basa en que los tiempos de la decepción política se están
acelerando preocupantemente. Dicho esto, lo que cualquiera de
nuestros políticos tarda en caducar tiene un recorrido cada vez más
corto, es decir, que la percepción de su inutilidad se reduce a
pasos agigantados. La lógica, repetimos, nos sitúa ante nosotros
mismos y nuestras interrogantes cuando surge la pregunta “futuro”
y qué es lo que nos tiene reservado. Es justo ahí cuando te
devuelve la pregunta sin inmutarse y te dice que ¿qué vida le das a
tu teléfono móvil? Digamos lo que digamos, ese es el futuro para la
lógica, que observa intratable el devenir de todos nosotros y, de
vez en cuando, especialmente cuando se le consulta, expresa, quizá
con excesiva sinceridad, lo que nos espera a la vuelta de la esquina.
En
política, que es a lo que vamos, no existe una lógica racional del
todo, algo que podemos comprobar en el ritmo que han cogido entre
nosotros en los últimos días nuestros representantes y su descarada
despreocupación por nuestro futuro, que somos el colectivo al que
debían rendir pleitesía y dar explicaciones de todos sus
movimientos. De hecho, conscientes de que esta necesidad está más
que justificada, casi todos los implicados en esta lucha por el poder
hicieron esa especie de juramento que tanto utilizan y que tan
escasamente comparten: las conversaciones debemos hacerlas con luz y
taquígrafos. Pues será así, que eso no lo dudamos, pero la
realidad es bien distinta, y de lo que serán pactos de gobierno o
circunstanciales, es decir, de qué se llevarán unos y otros por
apoyar o no al gobierno que resulte, al menos por ahora no sabemos
nada. Por lo tanto, si decimos que el hermetismo político se
resguarda bajo el paraguas de la lógica, tampoco creemos
equivocarnos.