lunes, 8 de febrero de 2016

LA LÓGICA Y LA POLÍTICA

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Lo podemos comprobar atendiendo los números y los porcentajes de las encuestas que se nos vienen encima en cuanto nos descuidamos. La última, nada menos que del CNI. Pero no faltan las habituales de los grandes medios de comunicación. Y todas coinciden en lo fundamental: la ciudadanía está harta de los vaivenes protagonizados por los políticos. Y es que todos tienen responsabilidad en este malestar general; unos por exceso y otros por defecto. Y no digamos nada a los que en este momento les va la vida en el envite, porque su inestabilidad emocional traspasa fronteras y nos llega a nosotros, que poco tenemos que ver en el asunto que les quita el sueño. Recordemos que el núcleo de su preocupación es el poder y con él todo lo que supone para quien lo acabe ostentando. Así, unos quieren seguir disfrutando de su influencia y otros, sin experiencia y muchas ganas, andan en su busca a toda costa. ¿Y nosotros? ¿Nos han tenido en cuenta alguna vez? Si nos ajustamos al guión que hasta ahora hemos compartido obligados con ellas y ellos, es evidente que el rechazo es mayoritario; si nos detenemos en el detalle, y comprobando los votos obtenidos por cada partido el 20 de diciembre pasado, no es de extrañar que algunos anden a la gresca dispuestos a discutir con quien se les ponga por delante exigiendo lo que entienden que es suyo.

Compartimos tiempos en los que la lógica gana adeptos y genera incondicionales y que, al mismo tiempo, sus planteamientos atraen incluso a los habituales escépticos que hasta ese momento huían de la política. Esta nueva situación, que aún anda casi huérfana de defensores, se basa en que los tiempos de la decepción política se están acelerando preocupantemente. Dicho esto, lo que cualquiera de nuestros políticos tarda en caducar tiene un recorrido cada vez más corto, es decir, que la percepción de su inutilidad se reduce a pasos agigantados. La lógica, repetimos, nos sitúa ante nosotros mismos y nuestras interrogantes cuando surge la pregunta “futuro” y qué es lo que nos tiene reservado. Es justo ahí cuando te devuelve la pregunta sin inmutarse y te dice que ¿qué vida le das a tu teléfono móvil? Digamos lo que digamos, ese es el futuro para la lógica, que observa intratable el devenir de todos nosotros y, de vez en cuando, especialmente cuando se le consulta, expresa, quizá con excesiva sinceridad, lo que nos espera a la vuelta de la esquina.

En política, que es a lo que vamos, no existe una lógica racional del todo, algo que podemos comprobar en el ritmo que han cogido entre nosotros en los últimos días nuestros representantes y su descarada despreocupación por nuestro futuro, que somos el colectivo al que debían rendir pleitesía y dar explicaciones de todos sus movimientos. De hecho, conscientes de que esta necesidad está más que justificada, casi todos los implicados en esta lucha por el poder hicieron esa especie de juramento que tanto utilizan y que tan escasamente comparten: las conversaciones debemos hacerlas con luz y taquígrafos. Pues será así, que eso no lo dudamos, pero la realidad es bien distinta, y de lo que serán pactos de gobierno o circunstanciales, es decir, de qué se llevarán unos y otros por apoyar o no al gobierno que resulte, al menos por ahora no sabemos nada. Por lo tanto, si decimos que el hermetismo político se resguarda bajo el paraguas de la lógica, tampoco creemos equivocarnos.