Por
mucho que quieran explicarlo e intentar entender las circunstancias que se
dieron en plena calle, justo en un paso de peatones, para que un conductor
recién estrenado, un chico de dieciocho años, saliera del coche y, ante las
quejas justificadas del anciano que en ese momento quería cruzar el paso de
peatones y el conductor no le cedió el paso, como está previsto en las Normas
en vigor, éste decidió detenerse, bajar del coche y propinarle, sin mediar
palabra, un puñetazo al pobre señor y matarlo. Así de sencillo, fácil de
explicar y, claro, complicado de entender. Después de muchos años conduciendo,
de no menos líos con unos y otros, con los que van a pie y con los que conducen
sus vehículos, lo que menos se me ocurre es agredir a nadie, y si es una persona
mayor, mucho menos. Sin embargo, ya ven; este recién llegado, con el permiso de
conducir recién estrenado, con la “L” en el cristal trasero que le delata como
novato, parece que lo primero que ha aprendido es a pegar tortazos a diestro y
siniestro. Cabría preguntarse, a todo esto, ¿qué papel ha jugado en la
preparación de este chico la autoescuela, el profesor que le ha enseñado a
conducir y suponemos que a comportarse con el resto de usuarios, ya sean los peatones
o los otros conductores? ¿Es posible que no haya detectado el verdadero
comportamiento de su alumno e informar sobre su inestabilidad psíquica? Y el
gabinete psicológico que le hizo en su día las pruebas de aptitud, ¿no detectó
anomalía psíquica alguna? Desde luego, algo va mal en el autocontrol de este
personaje con trazas de asesino en potencia, porque todos debemos aportar,
cuando vivimos en comunidad, cuando estamos obligados a entendernos con el
resto del mundo, fórmulas o comportamientos
desde los que evitar enfrentamientos absurdos como el que hoy comentamos
y con resultado tan terrible.
A
todo esto, este anciano de ochenta y un años era el sustento y la atención de
su esposa, de su misma edad y con alzheimer avanzado, al que se le ocurrió
salir a comprar al supermercado cercano a su casa y encontrar la muerte. Solo
por cruzar por donde debía, por donde visualmente y con la señalización
adecuada lo suficientemente visible como para evitar errores, le autorizaba la
zona acotada. Cuando se quejó al conductor porque no respetaba su derecho a
cruzar, al descerebrado no se le ocurrió otra cosa que largarle un puñetazo en
toda la cara y, entre el impacto del puño y el de la caída, murió en el acto.
Las consecuencias que se han derivado de este acto criminal para la familia de
este hombre entenderán ustedes que son terribles, y no solo por el dolor que
supone la pérdida de una persona que era su patriarca, sino por la injusticia
que representa acto tan deleznable e injustificado. La petición de sus más
íntimos, una vez asumido el desgraciado asunto, es que la Justicia actúe y que
caiga sobre este elemento malnacido con toda su fuerza, porque aunque sus
abogados intenten minimizar la situación y la condena, la realidad es que un
conductor, en pleno uso de su facultades mentales, decide parar el coche,
descender de él y atizarle un puñetazo a una persona que se dirigió a él
recriminándole su actitud por no detenerse a que él cruzara en un paso
especialmente delimitado para eso.
Todo
lo demás que añadamos a esta crónica es evidente que se diluye en el dolor
justificado de su familia, que asiste atónica e incrédula al fallecimiento del
tronco de toda ella y que, como dicen, no merecía morir así, en manos de un
loco, asesinado como consecuencia de una discusión de tráfico. Por supuesto que
la Dirección General de Tráfico tiene también responsabilidad en este caso,
porque antes de emitir el permiso correspondiente a un tipo agresivo y con
caracteres asesinos que debieron ser detectados a tiempo y no permitirle salir
a la calle conduciendo un vehículo. Con todo, si a partir de ahora se implantan
sistemas de control y seguimiento a quienes muestren agresividad
desproporcionada mientras toman lecciones en la autoescuela, algo habremos
ganado.