Trescientas organizaciones
feministas han puesto el grito en el cielo y han sacado a la calle toda su
artillería para denunciar la actitud del Gobierno para su problema, que no es
otro que el desamparo administrativo que sufren en el tema de los malos tratos.
Para este tema, en el Congreso nada menos, se dijo que se destinarían doscientos
millones de euros a las diferentes áreas y necesidades justificadas en el
control y seguimiento de las mujeres amenazadas por sus parejas. Precisamente
por eso, porque el Gobierno no ha sido lo diligente que debía y cumplir su
promesa en el tiempo y forma que se dijo, las mujeres de más de setenta
ciudades han salido con pancartas recorriendo las calles y plazas anunciando
que no se pararán hasta que este dinero y las políticas que suponen para su
justificadísimo problema no se pongan en marcha. Por supuesto, desde el ala
dura del partido responsable no tardarán en aparecer las entrevistas con los
habituales portavoces y de las que se desprenderán afirmaciones machistas
menospreciando la fuerza de la calle y concretamente la de las mujeres. La
realidad, sin embargo, abruma por su contundencia, porque recordemos que las
mujeres siguen siendo asesinadas sin que hasta la ciudadanía lleguen las
políticas que aseguran desarrollar y de las que debían beneficiarse. De hecho, es
muy probable que ese sea uno de los grandes errores que capitanean las
instituciones ligadas a este escabroso asunto, que no han sido capaces de
conseguir la visibilidad que necesita una tarea tan específica que sirviera
para conseguir la confianza que demandan las mujeres en general. Sentirse
arropadas en su relato y atendidas en sus necesidades, de entre las cuales
destacan los hijos, que quedan desubicados y son presas fáciles de sus
progenitores, es lo mínimo que exigen y lo que menos reciben, o al menos no de
la forma que entienden sería la adecuada.
Repetimos que fueron miles las
mujeres, y no estuvieron solas en ninguna de las manifestaciones, las que
salieron a las calles a pedir a nuestros políticos responsabilidad y atención a
sus propias promesas, porque después de meses esperando la implantación de lo
prometido, la situación es la que es poco o nada se ha conseguido. Por lo que
hemos podido entrever y con el tiempo electoral que se nos viene encima, con
las autonómicas y las municipales en primera instancia y luego las generales el
2020, la suerte está echada y el partido que no esté donde las mujeres
entienden que deben situarse mal lo tendrán a la hora del recuento. Y si a esto
le sumamos lo de los pensionistas y jubilados y el resto de colectivos y
organizaciones que reclaman sus derechos porque han sido vulnerados, el asunto
puede tener tintes dramáticos la noche electoral. Pero queda tiempo y hay que
esperar a que reaccionen, a que asuman que no lo deben haber hecho bien del
todo con tanta queja y denuncia por resolver. Mientras que intentan recolocar
las piezas del puzzle en el lugar que les corresponden, un consejo: las
mujeres, una vez deciden afrontar un problema y sus fines son resolverlo, no
existe mejor estrategia que solucionárselo en el menor tiempo posible. De no
ser así, mucho nos tememos que tendrán problemas los que no hayan atendido ni
entendido sus peticiones, porque lo que mejor las define es su pundonor y su
fuerza por conseguir lo que quieren. O sea, algo parecido a lo que cantaban los
integrantes del grupo rockero de los 80: “¡¡Va a estallar el obús!!”