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Como cabía esperar, el asunto del tabaco está siendo noticia a diario. Es verdad que, si tenemos en cuenta el número de establecimientos censados en nuestro país en los que se ha prohibido expresamente fumar, inestimables son los que han mostrado reticencias o se han negado a aceptar los términos en los que se ha redactado la ley. No obstante, detectamos movimientos sociales muy organizados que rechazan lo que aseguran es una intromisión del Gobierno en su libertad, situación que estamos convencidos se mantendrá en el tiempo si no se decide pronto actuar en contra de quienes menosprecian descaradamente una decisión que ha sido tomada por la unanimidad del pleno del Congreso de los Diputados. Al abrigo de unas supuestas pérdidas económicas, por parte de algunos empresarios se ha decidido invitar a sus clientes a que sigan fumando y así mantener los niveles de caja habituales. Desde fuera se interpreta esta opinión de modo bien diferente, ya que de todos es sabido que los clientes de estos establecimientos siempre han acudido a ellos por necesidad y no precisamente de fumar, sino de consumir lo que en ellos les proporcionan, y si de paso le permiten disfrutar de un cigarro, pues mejor que mejor. De hecho, en sólo unos días hemos podido comprobar en varios establecimientos de nuestra ciudad en los que los no fumadores debían aceptar sin más a quienes les obligaban a compartir su desayuno o su aperitivo con grandes cantidades de humo a su alrededor, que hoy es posible hacerlo respirando un aire más saludable y nadie se ha rasgado las vestiduras.
Por otra parte, mienten los que nos hablan de ley antitabaco. Y es así porque en ningún momento se trata de que dejemos de fumar y sí de regular en dónde se debe y puede consumirse, que es muy diferente. De hecho, si los fumadores hubiéramos cuidado el detalle, si nos hubiéramos preocupado de no echar el humo en la tostada o el plato de sopa del que tenemos al lado o en su propia cara, si hubiéramos dispuesto de la educación como elemento imprescindible de convivencia de unos y de otros, seguro que la autoridad no se hubiera visto obligada a intervenir como lo ha hecho, porque debemos convencernos cuanto antes de que ellas y ellos, los no fumadores, también tienen derechos y que éstos se los hemos cercenado de muy mala manera. Evidentemente, si los fumadores esgrimen sus derechos de libertad de elección y de hacer con su vida lo que les venga en gana, ¿por qué no entienden que es justo lo mismo lo que piden los no fumadores? Si debemos aceptar como axioma que nuestra libertad comienza justo en el momento en el que acaba la del vecino, ¿cómo es posible que no hayamos caído en la cuenta del daño y las molestias que representan nuestros humos sobre el que tenemos al lado?
Lo podremos entender como más nos interese, pero existen determinadas circunstancias que no dejan margen alguno a la duda. En el tema del tabaco, lo primero que deberíamos plantearnos es que se trata de una regulación sobre dónde fumar y no de una ley que exija que nos quitemos de fumar, y luego apoyarnos en que es un tema de educación, de principios, de que podemos fumar donde a uno le venga bien, pero siempre que se respete al que no fume o le moleste el olor que desprende el cigarrillo. A partir de este punto, que no se encienda un pitillo si hay niños cerca, que se prohíba junto a los centros de enseñanza y sanitarios, nos parece lo más lógico de acuerdo con el espíritu de la ley. En cuanto a los establecimientos en los que por el momento se mantiene la negativa a aceptar los términos en los que ésta se ha implantado, mucho nos tememos que las sanciones económicas que se les apliquen van a ser ejemplares. Sólo así se evitará que se produzca el efecto dominó que tanto daño puede hacer no sólo al texto legal aprobado, sino a la imagen del Gobierno.
Como decíamos al principio, se ha dado un gran paso para la convivencia de unos y de otros, de fumadores y no fumadores. Unos, porque podrán seguir fumando, aunque con limitaciones; otros, porque disfrutarán de espacios compartidos exentos del peligroso y enfermizo humo del tabaco de los demás.
Por otra parte, mienten los que nos hablan de ley antitabaco. Y es así porque en ningún momento se trata de que dejemos de fumar y sí de regular en dónde se debe y puede consumirse, que es muy diferente. De hecho, si los fumadores hubiéramos cuidado el detalle, si nos hubiéramos preocupado de no echar el humo en la tostada o el plato de sopa del que tenemos al lado o en su propia cara, si hubiéramos dispuesto de la educación como elemento imprescindible de convivencia de unos y de otros, seguro que la autoridad no se hubiera visto obligada a intervenir como lo ha hecho, porque debemos convencernos cuanto antes de que ellas y ellos, los no fumadores, también tienen derechos y que éstos se los hemos cercenado de muy mala manera. Evidentemente, si los fumadores esgrimen sus derechos de libertad de elección y de hacer con su vida lo que les venga en gana, ¿por qué no entienden que es justo lo mismo lo que piden los no fumadores? Si debemos aceptar como axioma que nuestra libertad comienza justo en el momento en el que acaba la del vecino, ¿cómo es posible que no hayamos caído en la cuenta del daño y las molestias que representan nuestros humos sobre el que tenemos al lado?
Lo podremos entender como más nos interese, pero existen determinadas circunstancias que no dejan margen alguno a la duda. En el tema del tabaco, lo primero que deberíamos plantearnos es que se trata de una regulación sobre dónde fumar y no de una ley que exija que nos quitemos de fumar, y luego apoyarnos en que es un tema de educación, de principios, de que podemos fumar donde a uno le venga bien, pero siempre que se respete al que no fume o le moleste el olor que desprende el cigarrillo. A partir de este punto, que no se encienda un pitillo si hay niños cerca, que se prohíba junto a los centros de enseñanza y sanitarios, nos parece lo más lógico de acuerdo con el espíritu de la ley. En cuanto a los establecimientos en los que por el momento se mantiene la negativa a aceptar los términos en los que ésta se ha implantado, mucho nos tememos que las sanciones económicas que se les apliquen van a ser ejemplares. Sólo así se evitará que se produzca el efecto dominó que tanto daño puede hacer no sólo al texto legal aprobado, sino a la imagen del Gobierno.
Como decíamos al principio, se ha dado un gran paso para la convivencia de unos y de otros, de fumadores y no fumadores. Unos, porque podrán seguir fumando, aunque con limitaciones; otros, porque disfrutarán de espacios compartidos exentos del peligroso y enfermizo humo del tabaco de los demás.