Ustedes y nosotros, como usuarios que somos de la multinacional eléctrica española Endesa, recibimos estos días una carta que a unos nos llega por correo y a otros a través de los anuncios que leemos en la prensa y vemos en la televisión, según la cual, luego de dirigirse a nosotros como querido ser humano, nos asegura que "todos tenemos que volver a imaginarnos todo", es decir, que esta multinacional se enfrenta al desafío más importante y estimulante de su historia, y que no es otro que el de reinventar nuestra manera de estar y vivir en el planeta. Por lo que nos dan entender, Endesa, "como una de las grandes compañías energéticas líderes en el mundo, tiene una gran responsabilidad en ese reto". En su carta nos dice "que la energía ha sido quizá la principal responsable del nivel de progreso que hemos alcanzado como especie, y la energía debe también llevarnos al siguiente paso en nuestra evolución". Por todo esto nos anuncia en nombre de sus casi treinta mil empleados, de los miles de accionistas y de los millones de clientes, "este compromiso con los hijos de nuestros hijos". Insiste que quieren hacerlo por responsabilidad y porque, por primera vez en la historia, ahora sí es posible. Acaba la carta enviándonos un saludo cálido e ilusionado, y que viene firmado por todas las personas que forman la compañía.
En realidad, leído con interés el mensaje, lo que alcanzamos a entender es que esta multinacional eléctrica se enfrenta a un futuro nada fácil. Lo que ya no comprendemos del todo es el papel que jugamos nosotros como usuarios en todo esto y por tanto es o que nos preocupa, puesto que siempre que han querido contar con nuestra opinión, el resultado ha sido el aumento de las tarifas. Lo pueden adornar como quieran e invertir en publicidad lo que les venga en gana, pero estamos convencidos de que al final el programa previsto, lo que nos llegará a nosotros, es un recibo de la luz más caro del que pagábamos antes de estos anuncios con intención de aproximación al usuario de los servicios que presta. Es la otra cara de la publicidad, esa que nadie cuenta y que, cuando se trata de grandes cuentas y, por tanto, de grandes profesionales de la creatividad, tiene mucho que ver con el objetivo único del mensaje: convencerte de que pagarás más, pero eso sí, formando parte de un proyecto para el que nadie te ha pedido permiso y en el que, convéncete, no cuentas para nada.
Y lo que son las cosas de la retórica publicitaria: esta misma compañía, al tiempo que nos saluda y pide nuestra comprensión y apoyo para sus futuros planes energéticos, se enfrenta estos días a una lucha sin cuartel con las organizaciones ecologistas más importantes, porque planea la construcción, tomen nota, de una planta eléctrica de cinco megavatios en la Patagonia, en el Sur de Chile, con unos efectos devastadores sobre la zona de gran trascendencia y que hasta ahora estaban intactos. Sin embargo, si lo analizan con objetividad, no existe contradicción alguna entre los dos mensajes: lo primero es la retórica publicitaria, es decir, la palabrería mentirosa, y lo segundo planes, hechos y dinero. Así, lo primero sirve para encubrir lo segundo y todos tan contentos. Evidentemente, lo del compromiso "con los hijos de nuestros hijos" no parece quedar claro del todo, y más bien parece responder una maniobra a la que se ha dotado de una gran carga demagógica de la que nosotros, por cierto, no obtenemos beneficio alguno.
Y es precisamente de eso, de demagogia y de puestas en escena, de lo que venimos viviendo en nuestra ciudad. Es la intrascendencia sin más y la magnificencia de nuestra primera autoridad como dedicación exclusiva de las personas que están a su alrededor, haciéndonos creer que sin su intercesión y apoyo no seríamos nada. Son las cosas que tiene la retórica ligada a la publicidad, que en manos expertas es capaz de sostener lo insostenible, aunque afortunadamente, y por el futuro de la ciudad, no por mucho tiempo.