Según los datos acumulados por los diferentes organismos que controlan los niveles de violencia entre las personas, éstos se han disparado en los últimos años de forma preocupante. Es verdad que nunca nos han faltado a nuestro alrededor amigos o conocidos dispuestos a partirse la cara por alguna minucia, pero reconocerán ustedes que ahora lo aconsejable en una situación tensa es no meterse en líos y acabar con ella cuanto antes, aceptando una honrosa victoria antes que una paliza de dudoso resultado. Una simple discusión de tráfico puede acabar con uno de los implicados apuñalado y muerto y de ello tenemos algunos ejemplos. Por ejemplo, si no lo creen, recuerden el caso ocurrido el mes de agosto pasado, cuando un hombre mata a otro porque estaba convencido de que había sido el que le había rayado su coche. Y punto. Nada de discusiones, tira y afloja o algún que otro taco o maldición. El agresor echó mano de la fuerza que conseguía en los gimnasios, le propina un puñetazo al inocente ciudadano (porque no había sido el causante de los arañazos en el vehículo) y éste, en su caída, acaba dándose un golpe con un bordillo y fallece al instante.
Tampoco hace falta que nos centremos en el tráfico, porque este tipo de enfrentamientos y resultados los encontramos en cualquier sitio y en el momento más inesperado. Sin ir más lejos, la reprimenda a unos jóvenes efectuada por un ciudadano catalán, esposo por más señas de la alcaldesa de la localidad en la que ocurrieron los hechos, sirvió para que éstos le dieran una paliza de campeonato y acabaran con su vida en unos minutos. Y hace tan sólo unas semanas, y aún colea, conocimos la noticia de que un catedrático de universidad se debatía entre la vida y la muerte a causa de los golpes que le había propinado un joven que agredía a una chica en plena calle y al que reprendió por su actitud. Y son sólo unos ejemplos, porque tampoco vale la pena que dediquemos el comentario de hoy a repasar acontecimientos de este tipo. Sí nos interesa compartir con ustedes la justificada preocupación que percibimos por las ganas que tienen algunos de ponerse por encima del de enfrente a cualquier precio, y si para ello tienen que romperle los huesos, lo hacen.
Si a esta violencia generalizada le añadimos el terrible dato de que son cincuenta las mujeres asesinadas por sus parejas en lo que va de año en la denominada mayoritariamente como violencia de género, comprenderán ustedes que estemos por la labor del sosiego como arma imprescindible para controlar los virulentos ataques de quienes ni han conocido ni conocen el valor de la vida. Ni se les ocurra a ustedes reprender al motorista o al ciclista, o al que aparca a las puertas de su garaje, porque pueden verse envueltos en una situación desagradable y de consecuencias imprevisibles para su integridad física.
En el caso de los malos tratos hacia las esposas, novias o compañeras, o simplemente hacia las mujeres, el Gobierno le ha plantado cara aprobando y desarrollando una ley de la que esperaban obtener frutos en poco tiempo, pero que éstos no acaban de llegar. Unas veces porque las sentencias son vergonzosas y otras porque ni siquiera son condenados, la realidad de la mujer se agrava mientras la sociedad sigue asistiendo a estos crímenes como si no fuera con ella. Pero, claro, conociendo el caso del catedrático universitario, que aún permanece en coma, ¿quién se atreve a ponerse en medio de una pelea de pareja? ¿Quién es el vecino o vecina que decide llamar a la policía ante los gritos de dolor que le llegan del piso de al lado? Es más, ni siquiera hemos sido aún capaces de aislar a estos maltratadores haciéndoles ver que no estamos de acuerdo con su comportamiento y que a partir de ese instante dejan de ser nuestros compañeros, amigos o vecinos.
Nunca como ahora asistimos a noticias diarias relacionadas con los malos tratos hacia las mujeres o con apuñalamientos a las puertas de bares y discotecas; nunca como ahora hemos sentido miedo de salir a la calle los fines de semana.