De un tiempo a esta parte, los técnicos están de trabajo a dos manos. Ya pertenezcan éstos a la Administración o a la empresa privada, es evidente que la necesidad aprieta y los tiempos que corren son una buena muestra de que ahorrar se impone como una excepcional medida para soportar la crisis económica que atravesamos y de la que por el momento nadie se atreve a pronunciarse sobre cuándo acabará, si es que finaliza algún día. Un informe firmado por estos profesionales que hemos conocido estos días nos avisa de que precisamente la crisis tiene y tendrá mucho que ver en el aumento de la delincuencia en general y de la criminalidad en particular. Las razones las basan casi exclusivamente en la escasez de dinero que padece el ciudadano, y no sólo para mantener su actual nivel de vida, sino para sobrevivir.
La pérdida de empleo es hoy como una plaga silenciosa e imparable que alcanza a todos los niveles del mundo laboral y, consecuentemente, al familiar, en donde paralelamente se inicia un deterioro de la convivencia que no siempre acaba bien para ninguno de sus componentes y que obliga a algunos de ellos a plantearse seriamente sus posibilidades para realizar tareas que tenía abandonadas y que recurrir ahora a ellas podía suponer un respiro económico que les permitiría continuar con su proyecto familiar. La droga y el robo, por encima de cualquier otra variante que les sitúe fuera de la ley, son las más elegidas, especialmente por aquellos que ya las conocían y de las que consiguieron salir gracias a un trabajo estable y una familia que les exigía más estabilidad. Y que quede claro que no nos referimos a emigrantes o nacionales, sino en general a quienes años atrás, por razones que ahora no vienen al caso, vivían en este submundo y del que afortunadamente pudieron salir en busca de calidad de vida para él y los suyos. Y aclaramos este punto intencionadamente, ya que no faltan entre nosotros quienes responsabilizan y culpan injustamente de este aumento a quienes vinieron de fuera en busca de una mejor vida y que ahora, quizá porque la crisis les ha atacado a ellos con más virulencia que a nosotros, se ven obligados a delinquir para sobrevivir.
Lo preocupante, según el estudio firmado por los técnicos, es que la criminalidad presenta un aumento en el número de asesinatos y también de intentos, y que esta tendencia al alza va a continuar incluso de forma alarmante, especialmente allí donde se congregan las grandes bandas organizadas y los personajes que las controlan. De hecho, cada vez con más asiduidad asistimos a noticias que tienen su origen en tiroteos que han tenido lugar en zonas en donde la presencia de las mafias del Este y rusa tienen sus escondrijos, como es el caso de la Costa del Sol, especialmente Marbella y sus alrededores. La Costa Brava, por otro lado, tampoco ha evitado el asentamiento de la mafia calabresa, en donde se han detenido últimamente a algunos de sus capos más representativos, que tenían en las costas catalanas sus bases de control y de actuación.
Está claro que no todos pueden vivir con el subsidio del desempleo y que, conscientes de que están preparados para volver a la delincuencia, al robo y al trapicheo de la droga, deciden reincorporarse a la nómina de los marginados con tal de mantener el tipo en la sociedad en la que se habían integrado y en donde el resto de la familia se desenvuelve como pez en el agua. Y si tenemos que aceptar que la imagen del drogadicto actual no tiene nada que ver con el desarrapado que andaba durmiendo en parques y portales, el vendedor a pequeña y mediana escala tampoco da muestras de estar metido en este negocio y pasa casi desapercibido para el resto del mundo, y más si cuida sus movimientos y su imagen pública.
Resumiendo: que el aumento de la delincuencia y de la criminalidad parece que es un hecho y que, una vez más, al país lo ha cogido con las tareas a medio hacer, porque estas situaciones de gran impacto social y no menos actitud agresiva en su contra, se solucionan en parte con una plantilla policial suficiente para poder atenderla y controlarla, y es evidente que no es así, que se debe aumentar cuanto antes el número de agentes y su equipamiento para mantener la propiedad privada y la vida de las personas a salvo robos y atentados.
La pérdida de empleo es hoy como una plaga silenciosa e imparable que alcanza a todos los niveles del mundo laboral y, consecuentemente, al familiar, en donde paralelamente se inicia un deterioro de la convivencia que no siempre acaba bien para ninguno de sus componentes y que obliga a algunos de ellos a plantearse seriamente sus posibilidades para realizar tareas que tenía abandonadas y que recurrir ahora a ellas podía suponer un respiro económico que les permitiría continuar con su proyecto familiar. La droga y el robo, por encima de cualquier otra variante que les sitúe fuera de la ley, son las más elegidas, especialmente por aquellos que ya las conocían y de las que consiguieron salir gracias a un trabajo estable y una familia que les exigía más estabilidad. Y que quede claro que no nos referimos a emigrantes o nacionales, sino en general a quienes años atrás, por razones que ahora no vienen al caso, vivían en este submundo y del que afortunadamente pudieron salir en busca de calidad de vida para él y los suyos. Y aclaramos este punto intencionadamente, ya que no faltan entre nosotros quienes responsabilizan y culpan injustamente de este aumento a quienes vinieron de fuera en busca de una mejor vida y que ahora, quizá porque la crisis les ha atacado a ellos con más virulencia que a nosotros, se ven obligados a delinquir para sobrevivir.
Lo preocupante, según el estudio firmado por los técnicos, es que la criminalidad presenta un aumento en el número de asesinatos y también de intentos, y que esta tendencia al alza va a continuar incluso de forma alarmante, especialmente allí donde se congregan las grandes bandas organizadas y los personajes que las controlan. De hecho, cada vez con más asiduidad asistimos a noticias que tienen su origen en tiroteos que han tenido lugar en zonas en donde la presencia de las mafias del Este y rusa tienen sus escondrijos, como es el caso de la Costa del Sol, especialmente Marbella y sus alrededores. La Costa Brava, por otro lado, tampoco ha evitado el asentamiento de la mafia calabresa, en donde se han detenido últimamente a algunos de sus capos más representativos, que tenían en las costas catalanas sus bases de control y de actuación.
Está claro que no todos pueden vivir con el subsidio del desempleo y que, conscientes de que están preparados para volver a la delincuencia, al robo y al trapicheo de la droga, deciden reincorporarse a la nómina de los marginados con tal de mantener el tipo en la sociedad en la que se habían integrado y en donde el resto de la familia se desenvuelve como pez en el agua. Y si tenemos que aceptar que la imagen del drogadicto actual no tiene nada que ver con el desarrapado que andaba durmiendo en parques y portales, el vendedor a pequeña y mediana escala tampoco da muestras de estar metido en este negocio y pasa casi desapercibido para el resto del mundo, y más si cuida sus movimientos y su imagen pública.
Resumiendo: que el aumento de la delincuencia y de la criminalidad parece que es un hecho y que, una vez más, al país lo ha cogido con las tareas a medio hacer, porque estas situaciones de gran impacto social y no menos actitud agresiva en su contra, se solucionan en parte con una plantilla policial suficiente para poder atenderla y controlarla, y es evidente que no es así, que se debe aumentar cuanto antes el número de agentes y su equipamiento para mantener la propiedad privada y la vida de las personas a salvo robos y atentados.