
A quien le corresponda, y sin más ánimo e interés que el de poner un poco de orden y conseguir una ciudad más limpia, que se preocupe, por favor, por la profusión y la libertad con la que se desenvuelven habitualmente los amigos de pintar las paredes y todo lo que encuentran a su paso, al tiempo que debía actuar también contra quienes usan de paredes, escaparates, esquinas o mobiliario urbano para colocar allí su mensaje en cualquiera de sus infinitas y variadas formas y colores. A los primeros decirles que extraña que una ciudad como la nuestra, de la que sus políticos presumen allá donde se desplazan, no sea cuidada en algo que la mancha tanto y que la afea ante propios y extraños. Evidentemente, los aficionados a este tipo de pintadas, que nada tienen que ver, por cierto, con los grafitis que tanto admiramos, campan a sus anchas por cualquiera de las zonas de la ciudad, aunque tienen especial fijación con las calles del centro y más concretamente en los escaparates de los comercios, señales de tráfico, pasajes comerciales y, en general, allí donde tienen espacio para dejar su huella o firma. Nosotros creemos que no se hace nada por controlar a estos desalmados, pero aceptamos que sea todo lo contrario. Eso sí, en caso de que seamos nosotros los equivocados, nada mejor que se nos informe, que se nos diga si se ha detenido a alguno de ellos y qué tipo de correctivo se le ha impuesto con el fin de darle publicidad y, de esta forma, frenar a los que mantienen el espray en la mano prestos a dejar su huella. En realidad, de lo que se trataría es de poner en marcha la ordenanza municipal que suponemos en vigor, de cuyo contenido se desprende el interés de nuestros munícipes por este asunto, al menos en cuanto a su redacción y publicación. Precisamente ahora, que tanta necesidad de dinero tienen las arcas municipales, podía ser una excelente fuente de ingresos atípicos, puesto que las sanciones por esta actividad prohibida van desde los setecientos euros hasta los tres mil.
En cuanto a las personas enviadas por empresas y particulares, incluidas las funerarias, a colocar en donde mejor les viene la cartelería que anuncia el punto de encuentro del fin de semana o el entierro más inmediato, ya es hora de que también y desde donde corresponda se les controle y, sobre todo, se le ofrezcan zonas concretas en las que poder colocar sus mensajes, porque no se trata de erradicar esta práctica y sí de ofrecerles un lugar en el que dejar su oferta sin necesidad de ensuciar las paredes. Estamos convencidos de que las personas que se dedican a este menester estarían de acuerdo en que lo mejor es disponer de unos paneles ubicados en lugares estratégicos en los que fijar su mensaje. En poco tiempo, la ciudad entera sabría los sitios elegidos y, en caso de querer saber de lo que allí se coloca, acudirían seguros de hallar lo que buscan. También para esta práctica existen unas ordenanzas municipales concretas en detalles y sanciones, y también aquí encontrarían una excepcional e inesperada forma de recaudar.
Al mismo tiempo, y es de lo que se trata, obtendríamos una ciudad más presentable que poder recorrer sin sentirnos presionados por paisaje tan insoportable, y más cuando la firma de estos desalmados aparece en nuestros monumentos más emblemáticos. Una vez más repetimos que una cosa es redactar normas y otra bien diferente hacerlas cumplir. En el primer ejemplo, se cumple estrictamente con el manual de trabajo previsto para los diferentes responsables de las áreas municipales asignadas; en el segundo, que es que de verdad interesa la ciudadanía, se contrasta la capacidad resolutiva del o la responsable, que está obligada a que se cumpla el espíritu de lo escrito, aunque la realidad es lo que vemos, es decir, que no interesa. El resultado de tal dejadez es el que vemos en cualquiera de nuestras calles, y mucho nos tememos que aumentará conforme los habituales a este tipo de diversión comprueben que no les ocurre nada, que nadie les presiona para que lo dejen, que no existe control policial.
Las ordenanzas está bien que se redacten, que se presenten en sociedad como justificación de las tareas que realizan nuestros concejales y concejalas, pero si no se exige su cumplimiento a la ciudadanía y se controlan los excesos que algunos protagonizan, la realidad es que no sirven para nada.