
Los manuales de política que usan quienes desean llegar alto dentro de la oferta que su partido les propone, es decir, auparse a puestos de responsabilidad en los ayuntamientos, en las diputaciones, gobiernos autonómicos o en el Congreso o el Senado del Estado, marcan claramente las diferencias en las respectivas puestas en escena que protagonizan o en el comportamiento personal que deben aportar obligatoriamente, y siempre dependiendo del cargo que ostenten. No obstante, para todos y todas se redactan unas normas que son de obligado cumplimiento y que deben conocerlas para no equivocarse y, consecuentemente, caer en desgracia antes sus superiores, que es lo peor que les podía ocurrir. Éstas aseguran que la política es por sí misma muy resbaladiza, es decir, que por muy bien que creas tener asegurado el cargo, te puedes pegar un batacazo del que saldrías tocado para la vida política que te quede.
A todo esto y por si fuera poco, a los que practican el desprecio y el aquí mando yo, muy habituales y de los que entre nosotros tenemos algún que otro ejemplo, les avisan estos manuales que la mesura, la ponderación, la frialdad y el talante democrático (que no es necesario que se tenga, pero sí que lo parezca), son imprescindibles independientemente de que se ostenten o no cargos de responsabilidad. Aseguran, además, que no existe mejor fórmula de aproximación al electorado, que, aunque aparentemente ande absorto en sus problemas y mirando para otro lado, no deja de observar las actuaciones de los políticos que los representan o los de quienes lo desean. Finalizan anunciando problemas de gran envergadura a quienes no pongan en práctica estas enseñanzas, y todo lo contrario a los que las interpreten y las usen convenientemente.
Pues bien, en los desarrollos de los plenos municipales algunos de nuestros representantes más significativos han dejado bien claro que ni siquiera han leído estos manuales o no han sabido obtener de ellos lo mejor de sus diferentes métodos. Hemos tenido varias oportunidades a lo largo de esta legislatura, y más aún de la anterior, de asistir a espectáculos muy pobres, en donde sus señorías nos permitieron ver de cerca cuáles son sus verdaderas intenciones y, más grave aún, sus peores defectos. Nosotros siempre hemos creído, y nos mantenemos en esta línea aunque con verdaderas dificultades, que los plenos municipales debían desarrollarse en relativa tensión, con enfrentamientos entre portavoces que no vayan más allá de las aclaraciones propias que demande el tema que se debate, y poco más. El insulto, las palabras soeces, las malas intenciones añadidas en el mensaje y la falta de respeto entre unos y otros ha servido hasta ahora, además de para dejar asomar parte de su deficiente formación como personas, sólo para que la ciudadanía mantenga e incluso amplíe su divorcio con los regidores de la ciudad. En realidad, si introducimos en un recipiente la totalidad de los plenos celebrados hasta ahora, pocos serían los que habrían estado a la altura de las circunstancias y menos los que supieron callar a tiempo.
Es evidente que algunos de nuestros políticos, o no saben o no conocen la máxima de que a las cosas de la política hay que darle tiempo, que no es posible realizar los proyectos en sólo unos días. Es cierto que el trabajo de un ayuntamiento debe estar ligado inseparablemente al fin que se persigue, pero también lo que necesita de tiempo y que en ningún caso debería usarse como denuncia en contra de quienes tienen la misión de ejecutarlo. Las prisas, como nos han enseñado a todos, no son buenas consejeras, y menos en política. Por lo tanto, si tienen ustedes tiempo, señores concejales y concejalas, hagan uso de los manuales o textos que sus respectivos partidos les proporcionaron cuando se afiliaron, con el fin de que no acontezcan más desagradables episodios en un salón en el que sólo debería hablarse del futuro de Andújar y de cómo conseguir las metas que se propongan. Lo quieran o no, ustedes son los figurantes de un gran escaparate en el que no pocos y pocas se fijan para aprender, para conocer sus intenciones y para entender que sus tareas municipales son efectivamente complejas y no siempre fáciles de desarrollar. Pero para eso eligieron ustedes esta opción y lo hicieron, que sepamos, sin coacciones ciudadanas de ningún tipo. Lo que tienen ustedes la obligación de hacer es dignificar su trabajo, que eso es algo que sólo les compete y pueden hacer ustedes.
A todo esto y por si fuera poco, a los que practican el desprecio y el aquí mando yo, muy habituales y de los que entre nosotros tenemos algún que otro ejemplo, les avisan estos manuales que la mesura, la ponderación, la frialdad y el talante democrático (que no es necesario que se tenga, pero sí que lo parezca), son imprescindibles independientemente de que se ostenten o no cargos de responsabilidad. Aseguran, además, que no existe mejor fórmula de aproximación al electorado, que, aunque aparentemente ande absorto en sus problemas y mirando para otro lado, no deja de observar las actuaciones de los políticos que los representan o los de quienes lo desean. Finalizan anunciando problemas de gran envergadura a quienes no pongan en práctica estas enseñanzas, y todo lo contrario a los que las interpreten y las usen convenientemente.
Pues bien, en los desarrollos de los plenos municipales algunos de nuestros representantes más significativos han dejado bien claro que ni siquiera han leído estos manuales o no han sabido obtener de ellos lo mejor de sus diferentes métodos. Hemos tenido varias oportunidades a lo largo de esta legislatura, y más aún de la anterior, de asistir a espectáculos muy pobres, en donde sus señorías nos permitieron ver de cerca cuáles son sus verdaderas intenciones y, más grave aún, sus peores defectos. Nosotros siempre hemos creído, y nos mantenemos en esta línea aunque con verdaderas dificultades, que los plenos municipales debían desarrollarse en relativa tensión, con enfrentamientos entre portavoces que no vayan más allá de las aclaraciones propias que demande el tema que se debate, y poco más. El insulto, las palabras soeces, las malas intenciones añadidas en el mensaje y la falta de respeto entre unos y otros ha servido hasta ahora, además de para dejar asomar parte de su deficiente formación como personas, sólo para que la ciudadanía mantenga e incluso amplíe su divorcio con los regidores de la ciudad. En realidad, si introducimos en un recipiente la totalidad de los plenos celebrados hasta ahora, pocos serían los que habrían estado a la altura de las circunstancias y menos los que supieron callar a tiempo.
Es evidente que algunos de nuestros políticos, o no saben o no conocen la máxima de que a las cosas de la política hay que darle tiempo, que no es posible realizar los proyectos en sólo unos días. Es cierto que el trabajo de un ayuntamiento debe estar ligado inseparablemente al fin que se persigue, pero también lo que necesita de tiempo y que en ningún caso debería usarse como denuncia en contra de quienes tienen la misión de ejecutarlo. Las prisas, como nos han enseñado a todos, no son buenas consejeras, y menos en política. Por lo tanto, si tienen ustedes tiempo, señores concejales y concejalas, hagan uso de los manuales o textos que sus respectivos partidos les proporcionaron cuando se afiliaron, con el fin de que no acontezcan más desagradables episodios en un salón en el que sólo debería hablarse del futuro de Andújar y de cómo conseguir las metas que se propongan. Lo quieran o no, ustedes son los figurantes de un gran escaparate en el que no pocos y pocas se fijan para aprender, para conocer sus intenciones y para entender que sus tareas municipales son efectivamente complejas y no siempre fáciles de desarrollar. Pero para eso eligieron ustedes esta opción y lo hicieron, que sepamos, sin coacciones ciudadanas de ningún tipo. Lo que tienen ustedes la obligación de hacer es dignificar su trabajo, que eso es algo que sólo les compete y pueden hacer ustedes.