miércoles, 13 de abril de 2011

BAJA LA EDAD HASTA LOS NUEVE AÑOS EN LA QUE LOS JÓVENES COMIENZAN A CONSUMIR ALCOHOL


Aunque el tema de hoy no es nuevo, es evidente que sigue vivo y ganando adeptos. Se trata del alcohol en los menores, que, basándonos en los últimos datos dados a conocer, sabemos que desde hace un año se han detectado casos de alcoholismo en nuestro país en niños de nueve años. Y esto es lo que hay. Se ha ido despenalizando públicamente el uso y abuso del alcohol de tal manera, que los más niños lo tienen aceptado como una droga que se puede consumir en la calle, que nadie le denuncia si lo consume en solitario y que puede acceder a él en cualquiera de sus mil y una presentaciones sin más complicación que disponer de dinero para cogerlo de la estantería en la que se expone a la vista. Ahora parece que el Gobierno ha decidido, por fin, intervenir en lo que se ha convertido en un complicado problema y parece que limitará aún más el acceso de los menores al alcohol, y decimos aún más porque en realidad está prohibido su consumo y lo que se debería controlar, por tanto, sería la permisibilidad con la que se acepta socialmente que los más pequeños puedan beber sin control.

A nosotros nos sigue llamando la atención lo que vemos y no crean ustedes que se trata de actos que se realizan a escondidas de los mayores o de quienes tienen la obligación de pedirles su documento nacional de identidad para comprobar si han cumplido la edad reglamentaria; al contrario, lo podemos ver de cerca en algunos supermercados, en algunas tiendas de barrio y en algunas de las grandes superficies, en donde los menores entran y salen con todo tipo de bebidas alcohólicas sin ninguna traba, como si se tratara de cualquier otro artículo que en éstos se expenda. En cuanto a las tiendas especializadas que han crecido alrededor de las zonas de movida, que prácticamente no cierran en toda la noche, sencillamente no lo entendemos. No nos cabe en la cabeza que el alcohol salga de estos establecimientos en cantidades industriales y que nadie cumpla con su obligación en cuanto a su control de la venta y del horario. Y los tenemos en el centro y en el extrarradio; y no nos faltan los que están abiertos casi las veinticuatro horas o sólo los que lo hacen a partir de la caída de la tarde, especialmente los fines de semana.

Ha sido tal el despiste oficial, tal la desproporción con la que beben los menores y tal la dejadez familiar, que eran de esperar los datos conocidos ahora. No obstante, vergüenza debía darnos que se haya llegado a este punto casi sin regreso, en el que nos encontramos con niños de entre nueve y trece años que ya han acumulado comas etílicos y que ahora dependen del alcohol para ponerse de pie. Y los que intentan justificarse anunciando que se trata de menores de familias desestructuradas y conflictivas, mienten. Según la estadística realizada, estos niños no responden precisamente a ese retrato robot y, muy al contrario, dependen de familias acomodadas y bien relacionadas socialmente. Otra cosa es el ambiente en el que estos pequeños protagonistas se desenvuelven, que no siempre controla la familia quizás por un exceso de confianza o simplemente porque no está interesada en conocerlo. Por lo tanto, como lo de las borracheras es algo que parece que se lleva, que está de moda entre ellas y ellos, que aseguran les ayuda en las relaciones sociales, pues nada mejor que poner manos a la obra y beber sin control... o hasta perderlo.

Así las cosas, entre las facilidades que tienen para acceder a la droga como tal y al alcohol, que también lo es, pero socialmente admitido, estamos construyendo un mundo repleto de deficiencias que exige de todos nosotros algo más que observar con interés lo que ocurre entre los más jóvenes. Que el Estado haya decidido intervenir nos parece no sólo positivo, sino necesario. Pero la familia y el resto de la sociedad implicada en el desarrollo de la responsabilidad que le corresponda en este tema, está obligada a parar en seco las inclinaciones de quienes, lo quieran o no, no tienen una idea aproximada ni real de lo que realmente les puede ocurrir consumiendo alcohol. Y no se trata de que no beban mucho o poco, sino de que no deben probarlo hasta que su desarrollo fisiológico, psicológico y educativo se halle en condiciones de saber discernir lo que es peor o mejor para ellos.