El movimiento por la democracia real que se ha extendido por todo el país y que parece ha coincidido con otros del mismo corte convocados en diferentes ciudades europeas y americanas, abraza un único mensaje y asegura que lo defenderá a cualquier precio. Éste se basa en la terrible realidad que vive la sociedad en general y los jóvenes en particular, que observan atónitos cómo la clase política se pertrecha en su envidiado posicionamiento y desde esta magnífica atalaya no muestra deferencia alguna a las demandas de quienes los sustentan, que es algo por sí mismo extraño, porque viene a ser como si nosotros, a quienes nos pagan el sueldo, sencillamente los menospreciáramos e hiciéramos todo lo que estuviera en nuestras manos para empobrecerlos. Y no otra cosa ocurre con la clase política que nos dirige desde todos los puestos de poder conocidos, ya que si desde la Presidencia del Gobierno se emiten leyes que en el Congreso y el Senado ven la luz verde; que luego los parlamentos autonómicos hacen suyas y que las diferentes Administraciones que dependen de éstos hacen lo propio y nos obligan a cumplirlas, y todas con el único objetivo, no de mejorarnos la vida generando expectativas de bienestar, sino de gravar económicamente nuestros escasos recursos.
Por otra parte, comprobar cómo esta misma clase política se ha ido subiendo los sueldos de manera que en los tiempos que corren nos parezcan excesivos y vergonzosos, no ayuda precisamente a calmar los ánimos de nadie, pero muy especialmente los de quienes viven a expensar de sus familias o de la caridad de la sociedad. Si sabemos que hoy son miles y miles las personas y las familias que se han visto obligadas a salirse de sus casas porque los usureros de los bancos y las cajas de ahorro han ido por sus propiedades como buitres hambrientos; si conocemos historias dramáticas de personas que no hace tanto disfrutaban de un techo y de tres comidas al día, y si no faltan los casos de corrupción urbanística en los que miles de sin escrúpulos se han enriquecido empobreciendo a millones de personas, a nosotros nos parece absolutamente lógico y justificado el movimiento que hoy exige democracia real desde ya.
A todo esto, ¿qué podemos decir de tanto político inmerso en casos de corrupción? ¿Qué puede pensar un ciudadano, independientemente de su situación laboral y económica, sobre lo que ve? Es más, ¿qué puede deducir una persona coherente y por tanto consciente de la responsabilidad que asume sabiéndose sustentadora con sus impuestos del bienestar del país, cuando comprueba que el resultado de las elecciones autonómicas y municipales ha permitido que sean cientos los imputados judiciales inmersos en sumarios que aún se confeccionan los que dentro de unos días tomarán posesión de sus cargos jurándolos ante la Constitución? ¿Qué tipo de país es el nuestro? Así las cosas, y nos sobran ejemplos, la invitación al robo y al blanqueo, al cohecho y al trinque, nos llega firmada desde las más altas instancias de la nación. De hecho, todo nos hace pensar que no existe camino más corto y directo para enriquecerse en menos tiempo que la política. Aceptamos que no es bueno ni objetivo generalizar, por injusto e irreal, pero no me digan ustedes que no estamos cerca de conseguir el pleno después de que tanto chorizo con cargo público tenga próxima una cita en el juzgado que tiene más cerca.
Una vez más ha tenido que ser el pueblo el que salga a la calle e intente mediar entre el sentido común y la subsistencia. Es evidente que, porque en ello nos va la vida, no debemos perder de vista la evolución de este movimiento ciudadano.