Estaremos de acuerdo en que los parámetros desde los que nos hemos regido hasta ahora han dejado de sernos útiles y nos hemos visto obligados a reconducir nuestra vida familiar y profesional si queremos seguir viviendo con algo de dignidad. Conociendo que casi trescientas mil familias tienen en paro a todos sus integrantes y que más de un millón de extrabajadores han dejado de percibir las ayudas provenientes del Estado, o cambiamos muestras perspectivas de futuro o la corriente acabará llevándonos a un punto sin retorno. Y aquí entra de lleno la figura de los abuelos, esos a los que no hace tanto teníamos arrinconados en casa y a los que acudíamos de vez en cuando a preguntarles por la salud. Y precisamente echamos mano de ellos cuando comprobamos que disponían de un tiempo que a nosotros nos faltaba y que serían unos excepcionales cuidadores de nuestros hijos. Por eso se incorporaron de nuevo a la familia de un día para otro, y sin explicaciones ni permisos, porque era sí o sí. Su papel no es otro que el recoger a los menores en casa y llevarlos y traerlos del colegio o la guardería, y aguantarlos hasta que sus padres vuelvan de sus respectivos trabajos. La tarea parece sencilla, pero no lo es, porque adquieren una responsabilidad de gran importancia y no siempre desarrollan su tarea conscientes de que en sus manos sostienen a un miembro familiar especialmente inquieto y que genera constantemente peligro.
Pero el papel de los abuelos es mucho más importante de lo que creemos en los tiempos que corren. Sin ir más lejos, los vemos ayudando a los hijos que se han quedado desempleados, y también a los nietos, porque la penuria económica camina con tanta fuerza que se está llevando por delante a todo aquel que confía en una mejora inmediata. En una situación tan exigente y tan compartida, la pensión de los abuelos se ha convertido en la única posibilidad de aguantar hasta los tiempos que nos permitan recuperarnos y volvamos a vivir dignamente de nuestro sueldo. Es ahora cuando conocemos en realidad la importancia que tiene la solidaridad y de modo especial la que nos aportan nuestros mayores, capaces de quitarse el pan de la boca para dárselo a quienes lo necesitan. Así ha sido desde siempre, porque ellos aprendieron en tiempos difíciles de verdad, en los que todo era de todos y todos debían ayudarse para superar el día a día. Nosotros, no. Nosotros nos hemos dedicado a dilapidar lo poco que teníamos y a disfrutar sin límites.
Por nuestra parte, curtidos en situaciones más holgadas, que hemos tenido la oportunidad de casi tocar el cielo en cuanto a lo que hemos poseído y disfrutado, la situación por la que atraviesa el país y que padecemos con crudeza no la llevamos nada bien. No han sido pocos los que han protagonizado la fábula de la hormiga y la cigarra y hoy, precisamente porque no entendieron la importancia de contener el gasto y de guardar para cuando faltara, se ven viviendo una situación desoladora de complicada salida y a la que nadie por el momento se ha atrevido a ponerle fecha de caducidad. Por todo lo que les contamos, la importancia de la pensión de nuestros abuelos ha pasado a tener un protagonismo desconocido y servir como la única fuente de ingresos de toda la familia. Sin embargo, en ningún caso se debe entender este comentario como algo que nos avergüence o que debamos callar; al contrario, en momentos así, mostrar nuestro agradecimiento a quien tanto desprendimiento muestra por nosotros a cambio de nada nos debe animar a presumir de quienes quizá tuviéramos un poco olvidados.
Está claro que a veces, para recuperar la memoria y el sentido común, solo es necesario que la vida se nos complique. En el caso que nos ocupa, con los abuelos y bisabuelos como protagonistas, a nadie se le hubiera ocurrido pensar que gracias a ellos podemos ir tirando. ¡Las vueltas que da la vida, señoras y señores!