Lo dijimos ayer y lo ratificamos hoy: la romería de todos los años, la que atrae a miles de personas a nuestra ciudad, la que nos recuerda nuestra inestabilidad terrenal, la que nos atrae sin contemplaciones hacia la real basílica-santuario del Cabezo, está convocada y a punto de cerrarse los habituales flecos que tanto preocupan a la organización y que tanto influyen en la brillantez o no del acontecimiento. Cientos de personas anónimas trabajan estos días frenéticamente atando cabos y compartiendo obligaciones y responsabilidades con todos los implicados, que repetimos son cientos. El papel que nos toca a nosotros interpretar, independientemente de que nos disfracemos de peregrinos o romeros, que acudamos al encuentro de María de la Cabeza de paisano o a cara descubierta, de que soñemos con conseguir un hueco en sus andas, estamos obligados a mantener cordura y solidaridad con la propia celebración. No se trata de ser mejores aquí que allí, o de representar el rol encomendado obligado por las circunstancias; al contrario, tenemos la ineludible obligación y el deber de hacer grande el evento, primero, y a nuestra ciudad, después. Y los que ni siquiera nos tengan en cuenta, que tienen por cierto todo el derecho del mundo, que recuerden la importancia socioeconómica que supone la romería para miles de pequeños y medianos empresarios.
Debemos ir más lejos en nuestras habituales pretensiones de devoción y diversión, y más cuando de todos es conocido que precisamente esta romería será distinta en lo organizativo y que serán minoría los que acepten las tasas implantadas por el gobierno municipal. Para empezar, de nada sirven las críticas o quejas, porque estos nuevos impuestos han salido aprobados por mayoría de un pleno municipal convocado al efecto y, consecuentemente, tienen validez legal. Luego, porque aceptamos de buena gana pagar cuando acudimos a otras romerías, de entre las que destacan la del Rocío por su historia e importancia popular. Así las cosas, ¿por qué aquí no y allí sí? Algo parecido ocurre cuando visitamos cualquier ciudad que no conocemos y que, ante el temor de ser denunciados por mal aparcamiento, buscamos uno cercano y pagamos lo que se nos pida. ¿Aquí, en Andújar? Entre nosotros ese detalle de educación cívica sencillamente no se da. Aquí optamos por lo sencillo, es decir, por dejar el coche donde nos viene mejor, y dará igual que sea sobre la acera, usando una zona de carga o descarga o, peor aún, en una plaza habilitada para personas discapacitadas físicas.
Tener en cuenta que la romería es el mayor encuentro mariano y popular de todos los acontecimientos que se desarrollan en nuestra ciudad, es simplemente asumir que toda la ayuda particular que podamos aportar para su mayor brillantez nos debe resultar poca. Al mismo tiempo, asumir que también es el acontecimiento que más dinero público demanda para su desarrollo y que todo sale de las arcas locales, provinciales y autonómicas, tampoco es cosa difícil de entender. Por lo tanto, si se echa mano de la solidaridad de quienes deciden incorporarse a la fiesta y se les pide compartir parte de los millonarios gastos que ésta genera, no creemos que sea para rasgarse las vestiduras. Otra cosa, y es a lo que vamos, es que los que hasta allí acudan encuentren cada año más instalaciones que les faciliten los servicios propios que demanda cualquier desplazado. Estamos convencidos de que hasta aquí todos hemos entendido las razones de unos y de otros, y también que finalmente la totalidad saldrá beneficiada. El problema parece que reside en que nadie acepta ser el primero, aunque si tenemos en cuenta que hasta ahora el dinero ha salido de las mismas arcas, que este año nos toque a nosotros no parece ni egoísta ni desproporcionado. Eso sí, las formas han sido las que han fallado, o al menos esa es la impresión que se tiene en la calle. Y que conste que se pudo evitar, entre otras razones porque el ordeno y mando hace años que dejó paso al consenso o entendimiento entre las partes afectadas.