El asunto del río Guadalquivir sigue siendo tema recurrente para las partes implicadas, aunque no todas juegan con las mismas armas ni tienen las mismas intenciones. El hecho es que una vez más se ha roto la línea que, aunque quebradiza por endeble, se mantenía entre quienes luchan por conseguir más seguridad en las futuras y seguras avenidas de agua y los que, desde la política, han firmado actuaciones realmente dolorosas por ridículas y partidistas. Y ahora nos encontramos precisamente en uno de sus instantes en los que no es posible llegar al consenso, lo que supone nada menos que una pérdida de esfuerzos que en su día se vieron compensados por las obras que se iniciaron en los márgenes del río a su paso por nuestro término municipal y que se detuvieron cuando solo quedaban unos meses de tarea. Si a todo esto le añaden ustedes que la situación económica de nuestro país está como está y que, por lo tanto, las inversiones públicas deben justificarse de mil maneras y ni siquiera con eso son viables, entender la situación y el desasosiego en el que se desenvuelven los afectados no creemos que sea difícil. Al contrario, porque se nos olvidaba añadir que éstos esperan el pago de los daños que las inundaciones generaron en sus propiedades y que, por si les faltaba algo que añadir a su desgracia, se han visto obligados a llevar a los tribunales de justicia su exigencia y ahí andan, a la espera de que les contesten.
Mientras, los que deben responder políticamente ante estos ciudadanos, no andan descaminados cuando afirman que en política, y especialmente en temas de tanto calado social, las cosas tienen su “tempo” y que éste es sencillamente inamovible. Por lo tanto, hasta que los cargos recién nombrados para la gestión de las aguas del Guadalquivir sean conscientes de este problema y también del resto, que los debe haber por cientos, la espera puede dilatarse en el tiempo de forma que resulte insostenible para quienes se han visto obligados incluso a firmar préstamos con los que poder acometer las obras de recuperación de los daños que sufrieron en sus viviendas y campos. Por otra parte, que a nadie se le olvide, sea la parte que sea la que analice asunto tan sensible, que son estas personas los verdaderos damnificados de una situación que viene de muy lejos y que, quizá por estar sustentada casi exclusivamente en los políticos, estamos seguros que tendrá un final a muy largo plazo. Si le añadimos el que de por medio nos encontramos con una empresa como Sevillana-Endesa, que ya sabe de reclamaciones y de pagos, de manifestaciones y de reclamaciones en la calle, lo normal es que ni siquiera se planteen el pago de lo que les reclaman.
Consecuentemente, con este complicado y complejo panorama, con las cosas tan mal hechas, con los enfrentamientos políticos que tanto nos avergüenzan y con unas obras ejecutadas de las que todavía no sabemos de su calidad ni de la tolerancia de sus muros cuando el paso del agua sea de los que hacen historia, desde luego que fácil no será encontrar el punto de inflexión que acabe situando a cada una de las partes en el lugar que les corresponde, y desde ahí iniciar las tareas que culminen con la eliminación del problema. Todo lo demás no tendrá rango ninguno ni debemos dárselo, porque: primero, todos buscan rendimiento para su causa, desde el pago de los daños hasta el triunfo político, que debe ser vendido con trompetas y tambores; segundo, aunque demostrado ha quedado que no existe más camino que eliminar la presa de Marmolejo si de verdad se quiere erradicar el problema para siempre, aún practicamos eso de dejar la pelota en el tejado de quien gana las elecciones y que se las apañe, y tercero, que tiempo han tenido las dos partes para acotar un tema de tanta envergadura y peligro para las personas y dejarlo solventado. Si no lo han hecho hasta ahora debemos interpretarlo como que cuando nos aseguran que ellos sí y que los otros no, es porque no han querido. Solo se han movido cuando la presión social ha llegado con fuerza a los medios de comunicación. Mientras tanto, como viene ocurriendo desde hace años, perdemos el tiempo en apoyar mensajes de quizá gran calado político pero escasos de intenciones.