miércoles, 6 de junio de 2012

EL TABACO MATA ANUALMENTE A CINCUENTA Y SEIS MIL PERSONAS EN ESPAÑA

Imprimir

Hace unos días se conmemoraba en el mundo el día sin tabaco. Los organizadores del evento aportaron unos datos que, aunque conocidos, siguen impresionándonos, y es que saber que anualmente fallecen en España nada menos que cincuenta y seis mil personas a causa directamente del consumo del tabaco, comprenderán ustedes que sencillo no es. Cuando menos, estamos ante un revulsivo que por sí mismo debía frenar el actual consumo de este veneno si de verdad el mensaje llegara a su destino con la fuerza que firman los muertos por fumar. Sin embargo, aunque el consumo ha descendido de manera significativa, es evidente que se mantienen unos niveles altamente preocupantes si tenemos en cuenta las consecuencias directas que se derivan de su consumo. En el caso de Andalucía, por aquello de no ser menos, aportamos diez mil fallecidos a la suma total española; además, más de seiscientas enferman y mueren anualmente como consecuencia de ser fumadores pasivos. El giro al consumo que nos ha proporcionado la ley antitabaco, que se mantiene firme y decidida a marcar diferencias, ha servido al menos para evitar que las personas que desarrollan sus tareas próximos a los fumadores, como es el caso de los camareros, no enfermen por esta causa.

A todo esto, y entenderán ustedes que nos mostremos, al tiempo que preocupados, enfadados por su actitud, no faltan los empresarios que han hecho oídos sordos a esta ley y mantienen sus negocios abiertos a los fumadores, aceptando las sanciones como mal menor y convencidos de que finalmente no tendrá consecuencias importantes para la continuidad de sus negocios. Si aceptamos la contundencia de las cifras que controlan las autoridades, es decir, si demostrado está que existe una línea directa entre el consumo y la enfermedad mortal que genera, no se entiende en pleno siglo XXI que tengamos que convivir con personas a las que las leyes les traen sin cuidado y las desoyen. Otra cosa es la decisión sobre sí mismo que tiene el fumador, legitimado para hacer con su vida lo que le venga en gana, aunque en ningún caso haciendo partícipes de su vicio a las personas que están a su alrededor, detalle que es precisamente el que más enfrentamientos genera entre unos y otros. Los fumadores mantienen su insistente opinión sobre un supuesto derecho a fumar donde deseen y cuando les venga bien, pero se les olvida que de por medio y defendiendo a los no fumadores, existe una ley y ésta es de obligado cumplimiento, lo que les convierte en transgresores y, consecuentemente, perdedores en todos los casos.

Por otra parte, a los datos que les hemos dado hay que añadir los enfermos que llegan a los hospitales en situación crítica y que, una vez recuperados, se incorporan en pésimas condiciones a la cotidianidad, a veces dependiendo de máquinas que les surten de oxígeno a sus dañados pulmones cuando no con enfermedades que los sacan directamente del mundo laboral y pasan a ser pensionistas con cuarenta o cincuenta años y unas pensiones de ruina. Aunque la realidad del tabaquismo estamos convencidos de que no necesita de campañas que la activen, porque los fumadores conocen las consecuencias de su consumo, parece que se echan de menos unas políticas más activas que las actuales con más control sobre los consumidores de esta droga. Por el momento, las terapias que se controlan en los ambulatorios de salud y en los hospitales, además de algunos foros especializados, acumulan éxitos por días, ya que controlan retiradas victoriosas de cientos de fumadores después de compartir su vicio con otras personas con su misma patología. No obstante, hay que seguir porque el camino es largo y el reto muy importante.