
Tan acomplejada como atónita, la
ciudadanía asiste el preocupante espectáculo del desmantelamiento del estado de
bienestar que se supone habíamos adquirido en buena ley y que, por tanto, nadie
debía atreverse a tocar, como si se tratara de una maldición o de algún
fenómeno sin pies ni cabeza. Pero no es así. De hecho, entendemos que todo lo
contrario, puesto que desde el principio supimos quiénes eran los responsables
del caos económico que solo se ha cernido sobre nosotros y de las razones que
han llevado a los políticos a endilgárnosla a quienes sin ninguna duda menos
culpa tenemos. Los dos partidos políticos con más responsabilidad en este
vergonzoso asunto, Partido Socialista y Partido Popular, con la anuencia tácita
del resto de formaciones políticas, por el momento se escudan en que se trata
de una situación inevitable y que todos debemos empujar hacia la misma
dirección si de verdad queremos volver pronto a la senda en la que se supone
que volveremos a recuperar lo perdido, aunque en realidad ese cuento no se lo
crea nadie. Lo que están haciendo por nosotros, por supuesto sin nuestro
permiso, es quitarnos todo el dinero que puedan para dárselo a los banqueros,
que insisten en que han sido los verdaderos perjudicados. Se guardan, sin
embargo, que éstos, los tíos que tienen todo el dinero del país en sus cajas
fuertes o vaya usted a saber en qué mercados especulativos, debido
exclusivamente a su pésima política de préstamos que han ido dando a diestro y
siniestro, se han gastado más de lo que tenían. Por lo tanto, cuando desde el
atril de turno se nos recuerde que hemos gastado más de lo que debíamos,
nuestra interpretación debe ser siempre la misma: se lo han gastado ellos,
aunque lo paguemos nosotros.
Así, los recortes que se han
producido en educación, sanidad, fomento, cultura, dependencia, etc., etc., y
los que están por caer una vez las elecciones gallegas y vascas se den por
finalizadas, no tienen más finalidad que inyectar dinero público en las cuentas
de las entidades de crédito. Y cuando aseguran que éste revertirá de nuevo en
el Tesoro Público, ni ellos mismos se lo creen. Por todo esto, los partidos
políticos deben dejar clara su posición con respecto a la política que por
ahora le ha tocado impartir al Partido Popular, ya que de otra forma podemos
entender que existe un pacto entre ellos, de no agresión o de silencio, para
que decisiones tan drásticas como terribles para el futuro del país se estén
consolidando. Y lo extraño es que, a su vez, se extrañen de que la ciudadanía
salga a la calle a quejarse, a exponer sus necesidades y a exigir razones
convincentes para aceptar la situación a la espera de tiempos mejores. De
hecho, es tal la desnivelación de la balanza, tanto lo que molestan sus gritos
y sus pancartas, que no dudan en tacharlos de ser simples marionetas en manos
de otros partidos políticos, porque del suyo desde luego que no. Y hasta en eso
se equivocan, porque una cosa es lo que dicen y hacen los representantes más
próximos al poder y otra bien diferente los razonamientos de los militantes,
sobre los que también ha caído el peso de la crisis, que es lo único, por
cierto, en que han mostrado algo de solidaridad.
Aunque estemos convencidos y seguros
de que la situación debe mejorar, en ningún caso aceptaremos la responsabilidad
con la que nos quieren hacer partícipes del estado de la nación y especialmente
de su economía. Y es sencillo: porque es mentira, porque si efectivamente hemos
vivido por encima de nuestras posibilidades, ahora lo estamos pagando y con creces.
Mientras, los que de verdad han sido los culpables, reciben nuestro dinero para
superar su propia crisis. ¿Se habrá visto algo igual?