Sinceramente, cada día que pasa se
complica un poco más elegir la carta con la que quedarse en tiempos de crisis.
Por ejemplo, de siempre se nos ha dicho, independientemente de quién gobierne,
que lo mejor es ahorrar, porque de esta forma el dinero fluye de manera que
sirve para ayudar a la industria y para que la nación prospere. Sin embargo,
¿han observado ustedes lo que les ha ocurrido a los malteños, a los habitantes de
la isla de Malta vamos, que de la noche a la mañana se han quedado casi sin
ellos y, en caso de que puedan recuperar algo, antes habrán sido gravados con
un importante impuesto que ha decidido sin consultar a nadie la mismísima Unión
Europea? De esta última decisión no sabíamos nada de nada, y de hecho incumple
el Tratado que mantiene por el momento unidos a los países en esta macro
organización. Pero lo han hecho. Y esto es lo que hay. Y nosotros, es decir,
ustedes y nosotros, a callar que es lo que nos toca.
Naturalmente, decisiones de este
tipo, tramposas y alevosas como ellas solas, inquietan al más pintado y, como
no podía ser de otra forma, los bancos han comenzado a notar cómo muchos
ahorradores se han acercado a preguntar por lo que es suyo y que debe constar
en el apartado “haber”, que no en el “debe”, preocupados por los vaivenes del
dinero que han acumulado a lo largo de sus vidas. Y más conociendo lo de las
acciones preferentes, esas que un día firmastes y que desde entonces no te
dejan dormir. Este tema, por absurdo, doloroso e injusto, además de concretar
que se trata de un robo a cara descubierta por el que, al menos que sepamos,
ningún banquero ha sido llamado a los tribunales a declarar, mantiene en pie de
guerra a miles de impositores en todo el país, ejemplo de tenacidad y
convencimiento a los que les será muy difícil hacer callar.
Y es que lo de los bancos es un
asunto de mírame y no me toques. Ellos, los que mandan en la institución, a los
que casi ni conocemos, hacen y deshacen con nuestro dinero lo que mejor les
conviene a sus intereses, que no a los nuestros. Así, invierten, quitan y
ponen, suben y bajan, etc., y cuando tú te acercas a la ventanilla a preguntar
por lo que es tuyo, te puede ocurrir lo que a las personas firmantes de las
preferentes, que son informadas fríamente por el empleado de turno, de que el
dinero que depositastes en su sistema de bonos preferentes no lo podrás
recuperar hasta dentro de cincuenta o cien años. La cara que se te queda lo
dice todo. Y como aún no te lo crees, echas mano de los amigos que conocen algo
del tema y éstos son los que acaban por darte la puntilla y echar abajo tus
ilusiones. Y ya puedes gritar, llorar, encadenarte a la puerta del la sucursal,
amenazar con suicidarte y otras locuras pasajeras, porque nadie te va a ayudar.
Ni siquiera los que están obligados a ello, es decir, desde la Fiscalía del Estado al
mismísimo Gobierno, que es precisamente quien lo autorizó.
Y
como resulta que uno por uno no somos nada, que solo una gran mayoría y
presionando en la calle sirve al menos para que se pase el mal rato y no
sentirte solo, pues en eso andamos, buscando los clavos ardiendo que anuncian
algo de ayuda. Aunque, si queremos ser sinceros, no esperen mucho porque las
escasas sentencias que se están produciendo no sientan jurisprudencia y,
consecuentemente, no sirven para otros casos parecidos. Por todo esto, cuando
insisten en que debemos ahorrar, tendríamos que preguntarnos que para qué,
porque desde luego que no para nosotros. El día menos pensando, como les ha
ocurrido a los isleños, te enteras de que te retienen el dinero por que sí y,
cuando te lo devuelvan, si es que esto ocurre, te habrán quitado un buen
pellizco. Y tú a callar, que es como mejor estás.
