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Sin
más intención que la de plantearnos el problema industrial de
nuestra ciudad desde una perspectiva de sincera esperanza, que es
algo, por cierto, muy humano eso de conocer con anticipación lo que
será de nosotros, la verdad es que el anuncio de la posible
implantación en los terrenos del futuro parque tecnológico de una
plataforma intermodal, que hasta la propia denominación oficial nos
gusta, nos ha devuelto algo de ilusión y ganas de creer en nuestras
posibilidades reales de prosperar como ciudad industrial y que
siempre nos ha dado la espalda, y que también desde siempre se ha
resistido a compartir con nosotros sus venturas y desventuras. Es por
esto que cuando hemos conocido que la Junta de Andalucía y el propio
Ayuntamiento pueden por fin ponerse de acuerdo, luego de no pocos
problemas administrativos y partidistas, en algo tan fundamental para
nuestro futuro inmediato, comprenderán que nos tenga embelesados y
hasta un poco confundidos.
Y si
al mismo tiempo tenemos en cuenta los tiempos tan rematadamente malos
por los que andamos como zombis, la noticia viene como caída del
cielo. Es decir, que si echamos mano de las declaraciones en positivo
de los diferentes ministros ligados a nuestra economía, le añadimos
la buena nueva que nos ha llegado estos días y el hecho de estar
convencidos de que ya es hora de que alguien se fije en nosotros con
buenas intenciones, la verdad es que es para que nos sintamos
satisfechos. Otra cosa será lo que tenga que ser, que para eso nos
han dado bofetadas en todas partes y tenemos el cuerpo hecho, pero al
menos nos servirá como excepcional acicate para creer en nuestras
posibilidades. Sin embargo, el hecho de que sobre los terrenos de la
recta del Sotillo hayan caído tantas desgracias como mentiras y que
desde el principio no olía del todo bien, es de entender que no sea
sencillo ilusionar a nadie a no ser que tenga intereses en los miles
de metros que se decidieron acotar para desarrollar el dichoso parque
empresarial. De hecho, el ciudadano lo observa como algo que no verán
sus ojos, convencido quizá por la inoperancia administrativa a la
que ha asistido hasta ahora y por la propia desilusión que ha
protagonizado nuestra clase política, que ha ido dando de lado a lo
que durante años pudo ser la culminación del gran sueño industrial
que desde siempre ha tenido nuestra ciudad y sus habitantes.
Por
otra parte, como no hemos sido capaces de iniciar planteamientos
paralelos desde los que poder comenzar el camino de vuelta hacia la
recuperación de nuestro escaso patrimonio industrial, como se nos
ha ido acotando cualquier resquicio para la ilusión, el que ahora
suenen campanas de buenas nuevas, lo lógico es que, antes de salir
en desbandada a saber de ellas y sus intenciones, observemos con
cautela lo que aseguran que nos tienen preparado para nuestro
resurgir económico, algo en lo que cada vez creemos menos y
evidentemente no sin razón. Y es que, a estas alturas de nuestra
historia más reciente, si nos planteamos seriamente el recuento del
devenir de nuestra ciudad, de lo que han hecho por nosotros unos y
otros, que nadie se sorprenda si en la suma sólo encuentran
reproches, porque justificados están.
Han
sido muchos, demasiados, los golpes bajos que la ciudadanía ha
recibido sin merecérselo. Ya es hora, por tanto, de que no se le
engañe más. La frivolidad con la que a veces nos trata la clase
política, por obscena, debe ser erradicada cuanto antes en beneficio
de un mejor entendimiento. Con esto queremos decir que no vuelvan a
echar mano de proyectos inviables ni de invitaciones a la ilusión
sin más. Sin que sirva de precedente y por una vez al menos, sean
ustedes, señoras y señores de la política, serios, y afronten
nuestro futuro con rigor. Todo lo demás, zarandajas de bajo coste y
no menos sueños de grandeza y de continuidad en el cargo.