Imprimir
Ayer
conmemorábamos el Día del Niño, un acontecimiento anual que suele
transcurrir entre nosotros con más pena que gloria. De hecho, si no
fuera por las convocatorias que alrededor de esta celebración
capitanean las Administraciones, seguro que pocos o muy pocos
sabríamos qué se convoca en nombre de los menores. Sin embargo, la
jornada de los niños, planteada como tal la conocemos, tiene una
gran capacidad de convocatoria y de participación de los menores. Y
todo porque no faltan personas que trabajan incansables en
favor de que se conozcan los derechos de los niños y también sus
deberes, que los tienen y muy concretos. Con todo, aceptando que la
crisis también les ha llegado y que condiciona su futuro, los niños
que tenemos cerca, los que controlamos, disfrutan aún de niveles de
comodidad y seguridad que quedan lejísimos de los otros, de esos que
no conocemos y de los que nos dan noticia los documentales que
podemos ver en televisión.
Unicef,
que es una agencia que depende la ONU, nos viene a recordar que nada
menos que dieciocho mil menores de cinco años mueren diariamente en
el mundo por causas evitables, como son la diarrea, el tétanos o la
neumonía, si se tomaran las medidas adecuadas, como medicamentos,
vacunas, agua potable a mano o la desnutrición, que muchos de ellos
padecen casi desde su nacimiento. Este organismo mundial nos ha
puesto sobre aviso de esta realidad justo cuando se conmemoraba,
ayer, el Día del Niño, que en esta ocasión alcanzaba la edición
número veinticuatro. Evidentemente, nos encontramos en una situación
que, en caso de no ser evitable por parte de nosotros y el
resto del mundo, quizá no nos doliera tanto como lo hace ahora, que
es como un dolor agudo que nos recorre todo el cuerpo y que nos
obliga a recapacitar sobre cómo lo estamos haciendo, especialmente
la clase política, que para eso ocupan puestos de mando desde los
que poder paliar al menos semejantes cifras de muertes por falta de
elementos que entre nosotros no escasean precisamente.
Bien,
pues a pesar de que Unicef logró una meta realmente impresionante,
calificable como de histórica incluso, ya que redujo prácticamente
a la mitad, concretamente un cuarenta y siete por ciento, la
mortalidad infantil desde 1990 hasta 2012, nos advierte de que el
camino por recorrer sigue siendo mucho y que aún queda trabajo por
desarrollar hasta conseguir que ni un solo niño o niña muera por
causas del todo evitables, como ya hemos visto. Por ejemplo, las
diferentes campañas de vacunación evitaron el año pasado entre
dos y tres millones de muertes por enfermedades como la
difteria, el tétanos, la tos ferina y el sarampión en un período
en el que diferentes organizaciones proporcionaron casi dos millones
de dosis de estas vacunas. Al mismo tiempo, también el año pasado,
Unicef consiguió tratamientos contra la desnutrición aguda grave
para más de dos millones y medio de niños y niñas,
contribuyendo a la vez a que casi diecinueve millones de personas
tuvieran acceso a agua potable.
Con
este comentario sólo pretendemos compartir con ustedes una realidad
sangrante que muestra al ser humano como realmente es: despreocupado,
egoísta, rácano en sus entregas, con una gran capacidad de memoria
selectiva y sobre todo insolidario. Es verdad que no siempre la
solución a este tipo de situaciones depende de nosotros, pero si al
menos diéramos muestras de generosidad, seguro que en algo
contribuiríamos a la mejora de las condiciones de vida de estos
seres humanos.