jueves, 21 de noviembre de 2013

DIECIOCHO MIL MENORES MUEREN DIARIAMENTE

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Ayer conmemorábamos el Día del Niño, un acontecimiento anual que suele transcurrir entre nosotros con más pena que gloria. De hecho, si no fuera por las convocatorias que alrededor de esta celebración capitanean las Administraciones, seguro que pocos o muy pocos sabríamos qué se convoca en nombre de los menores. Sin embargo, la jornada de los niños, planteada como tal la conocemos, tiene una gran capacidad de convocatoria y de participación de los menores. Y todo porque no faltan personas que trabajan incansables  en favor de que se conozcan los derechos de los niños y también sus deberes, que los tienen y muy concretos. Con todo, aceptando que la crisis también les ha llegado y que condiciona su futuro, los niños que tenemos cerca, los que controlamos, disfrutan aún de niveles de comodidad y seguridad que quedan lejísimos de los otros, de esos que no conocemos y de los que nos dan noticia los documentales que podemos ver en televisión.

 Unicef, que es una agencia que depende la ONU, nos viene a recordar que nada menos que dieciocho mil menores de cinco años mueren diariamente en el mundo por causas evitables, como son la diarrea, el tétanos o la neumonía, si se tomaran las medidas adecuadas, como medicamentos, vacunas, agua potable a mano o la desnutrición, que muchos de ellos padecen casi desde su nacimiento. Este organismo mundial nos ha puesto sobre aviso de esta realidad justo cuando se conmemoraba, ayer, el Día del Niño, que en esta ocasión alcanzaba la edición número veinticuatro. Evidentemente, nos encontramos en una situación que, en caso de no ser evitable por parte  de nosotros y el resto del mundo, quizá no nos doliera tanto como lo hace ahora, que es como un dolor agudo que nos recorre todo el cuerpo y que nos obliga a recapacitar sobre cómo lo estamos haciendo, especialmente la clase política, que para eso ocupan puestos de mando desde los que poder paliar al menos semejantes cifras de muertes por falta de elementos que entre nosotros no escasean precisamente.     

Bien, pues a pesar de que Unicef logró una meta realmente impresionante, calificable como de histórica incluso, ya que redujo prácticamente a la mitad, concretamente un cuarenta y siete por ciento, la mortalidad infantil desde 1990 hasta 2012, nos advierte de que el camino por recorrer sigue siendo mucho y que aún queda trabajo por desarrollar hasta conseguir que ni un solo niño o niña muera por causas del todo evitables, como ya hemos visto. Por ejemplo, las diferentes campañas de vacunación evitaron el año pasado entre dos y tres  millones de muertes por enfermedades como la difteria, el tétanos, la tos ferina y el sarampión en un período en el que diferentes organizaciones proporcionaron casi dos millones de dosis de estas vacunas. Al mismo tiempo, también el año pasado, Unicef consiguió tratamientos contra la desnutrición aguda grave para más de dos millones y medio   de niños y niñas, contribuyendo a la vez a que casi diecinueve millones de personas tuvieran acceso a agua potable.


Con este comentario sólo pretendemos compartir con ustedes una realidad sangrante que muestra al ser humano como realmente es: despreocupado, egoísta, rácano en sus entregas, con una gran capacidad de memoria selectiva y sobre todo insolidario. Es verdad que no siempre la solución a este tipo de situaciones depende de nosotros, pero si al menos diéramos muestras de generosidad, seguro que en algo contribuiríamos a la mejora de las condiciones de vida de estos seres humanos.