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Los
datos son por sí mismos apabullantes: casi el cincuenta por ciento
de los ciclistas muertos en carretera y el mismo porcentaje de los
que perdieron la vida en ciudad no llevaban casco, según el estudio
realizado
por la Fundación Mapfre y que fue presentado la semana pasada en la
Comisión de Seguridad Vial del Congreso de los Diputados.
De acuerdo con los
diferentes análisis realizados por los investigadores, que se han
basado en las circunstancias de la muerte de los cerca de 2.400
ciclistas fallecidos y lesionados entre los años 2010 y 2012, de los
que el cincuenta y siete por ciento murieron por un traumatismo
craneoencefálico, lo del sí o el no del casco en la ciudad está
aún en proceso de valoración. Aunque la mitad de las víctimas
mortales no usaba casco, como ya hemos dicho, el estudio entiende que
su efectividad es menor que en otros tipos de accidentes, ya que la
participación de vehículos a motor que circulan a alta velocidad
incrementa las consecuencias. Con todo, de acuerdo con los datos
analizados, los cascos en el ciclista evitan alrededor de dos de
cada tres lesiones graves o mortales en la cabeza. No obstante, como
de todos es conocido, el uso del casco en la ciudad está siendo
rechazado frontalmente por parte de la práctica totalidad del
colectivo y no menos de los fabricantes de estos vehículos, ya que
mientras los primeros entienden que antes que el casco están las
decisiones políticas que les faciliten el ir y venir por las
ciudades, quienes las ponen en el mercado están convencidos de que
supondrá una pérdida de cuota muy importante, porque muchos serán
los que dejen de usarla.
Por
los datos aportados, y esto es lo que debe tenerse en cuenta si de
verdad lo que se pretende es ganar en seguridad, sepan ustedes que
desde hace diez años hasta ahora se ha controlado un incremento de
más del treinta por ciento de ciclistas que resultan heridos graves
por accidentes y aumentado el porcentaje de ciclistas muertos en
carretera que no llevaban el casco en nada menos que un cuarenta y
cinco por ciento. En total, setecientas muertes de ciclistas entre
2003 y 2011, cuatro mil ochocientos noventa y seis heridos graves y
veinticinco mil cuatrocientos heridos leves, además de las secuelas
incapacitantes e irreversibles con las que muchos de ellos quedan de
por vida. En total, treinta y una mil víctimas, que se dice pronto.
Asimismo, el veinte por ciento de los ciclistas fallecidos perdieron
su vida en accidentes cuando circulaban solos, sin vehículos de por
medio, y según datos de las compañías de seguros, el total sería
de al menos un cuarenta por ciento en los casos de accidentes
nocturnos.
De
estos datos se deduce que usar el casco ayuda a reducir la gravedad
de los accidentes, independientemente de que éstos se produzcan en
ciudad o carretera. No son pocos los que están a favor de que el uso
del casco se generalice, aunque no de manera obligatoria, es decir,
que sean finalmente los usuarios de estos vehículos quienes
finalmente decidan si se lo colocan o no, con lo que los políticos,
que son los verdaderos responsables de su obligatoriedad o no, quedan
exentos de verse envueltos en polémicas. Tampoco faltan los que, si
de lo que se trata es de fijar una edad concreta del uso obligatorio,
ésta la sitúan en los quince años y a partir de ahí que la
Providencia te ampare. Aunque entre la clase política la apuesta por
la obligatoriedad del casco en ciudad tiene su razón de ser en que
puede reducir las víctimas, especialmente en menores, se reconoce al
mismo tiempo que el hecho de recomendarlo puede acabar influyendo en
el uso de la bicicleta.
La
realidad parece que camina por otros derroteros más contundentes,
porque de heridos graves y muertes hablamos. Los políticos, que lo
quieran o no, son los responsables del sí o el no de este elemento
en las personas que usan la bicicleta en ciudad o carretera, tienen
la última palabra. Ya veremos finalmente qué deciden.