jueves, 7 de noviembre de 2013

¿Y NUESTROS NIÑOS?

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Aseguran los implicados directamente en la gestión de medios de organizaciones como Cáritas o UNICEF, que la pobreza infantil es uno de los indicadores más significativos del interés político y social de un país por sus niños, por lo que entienden de obligado cumplimiento cualquier tipo de política que en su momento se firmara a favor de que este tipo de situaciones no llegaran a consolidarse, aunque la realidad indique lo contrario. Por si no conocen los datos reales de la situación de los menores en España, sepan que más de 2.200.000 están por debajo del umbral de la pobreza y que este número ha aumentado significativamente en más de un diez por ciento durante la crisis. Y céntrensen, por favor, porque no estamos hablando de Uganda o del Congo, sino de nuestro país.

Existe un informe de UNICEF que demuestra que las grandes diferencias en los niveles de pobreza y bienestar infantil entre los países desarrollados no tienen su origen en los niveles de renta o el PIB de éstos, sino en cómo éstos definen sus prioridades en las políticas públicas. Este informe sitúa a España en el vergonzoso puesto 26 de 29 países respecto a la tasa de pobreza infantil, sólo por encima de Letonia, Estados Unidos y Rumanía. El hecho de que no exista relación administrativa entre el producto interior bruto de los Estados y cómo deben situar éstos las prioridades sobre la importancia de la calidad de vida de los niños es por sí mismo definitorio de cómo parecen entender nuestros representantes políticos y como de hecho actúan, porque debemos recordar que los menores en ningún caso han sido responsables del mal vivir en el que se desenvuelven. Cierto que, por orden, deben serlo sus familias, la sociedad y su egoísmo, y la clase política, que no debería perder de vista situaciones tan sangrantes como las que denunciamos en nuestro comentario de hoy.
En nuestro mundo y muy especialmente en España, lo de ser pobre cuando se es niño pone en riesgo los derechos y el desarrollo de toda la vida de una persona: su educación, su salud, su nutrición, sus expectativas de trabajo, de ingresos y de desarrollo vital, pero, además, la pobreza infantil compromete el desarrollo de todo un país, la calidad de sus trabajadores, los niveles de bienestar social, cultural y material, los sistemas de pensiones o la capacidad económica y productiva.

En 2010, nuestro país se comprometió ante la Unión Europea a reducir en 250.000 el número de niños en situación de pobreza hasta 2020, pero, por el contrario, el número de niños y niñas pobres sigue aumentando, como ya hemos dicho. En 2012 asumimos que la pobreza infantil sería una prioridad en los planes de acción que se están elaborando por la inclusión social y el apoyo a las familias. El pasado 16 de abril, el Gobierno se comprometió a poner en marcha un plan contra la pobreza infantil, del que próximamente presentará las líneas estratégicas y del que no sabemos nada. Como podemos ver, trabajo no les ha faltado, aunque los resultados por el momento son desalentadores. Si ahora se han controlado más de dos millones y medio de menores en situación de pobreza, y siguen aumentando, y el horizonte para reducir estos números, concretamente en doscientos cincuenta mil, se ha colocado para 2020, ¿qué les ocurrirá al resto? ¿Qué será de estos niños? ¿Tendrán futuro?


Evidentemente, es el momento de que pasemos a la acción, de exigir a los responsables políticos y las administraciones públicas que cumplan sus compromisos con los niños en España. Para ello hay que garantizarles los recursos suficientes a los hogares con niños, proporcionándoles servicios de calidad e involucrando a los propios niños y sus familias en el diseño de las medidas contra la pobreza. Y todo lo demás zarandajas propias de los verborreosos emanados de la política activa, que sólo persiguen mantener sus envidiables puestos de trabajo y más sus sueldos. No somos nosotros los que los calificamos y sí la propia situación a la que se ha llegado luego de políticas absurdas implantadas a espaldas de la ciudadanía que sólo sirven para salir en la foto. Lo suyo poner la firma donde se lo pidan, pero no de actuar, que eso debe quedar para los sensibleros y no para quienes decididamente no tienen corazón.