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Aseguran
los implicados directamente en la gestión de medios de
organizaciones como Cáritas o UNICEF, que la pobreza infantil es
uno de los indicadores más significativos del interés político y
social de un país por sus niños, por lo que entienden de obligado
cumplimiento cualquier tipo de política que en su momento se firmara
a favor de que este tipo de situaciones no llegaran a consolidarse,
aunque la realidad indique lo contrario. Por si no conocen los datos
reales de la situación de los menores en España, sepan que más
de 2.200.000 están por debajo del umbral de la pobreza y que este
número ha aumentado significativamente en más de un diez por ciento
durante la
crisis. Y céntrensen, por favor, porque no estamos hablando de
Uganda o del Congo, sino de nuestro país.
Existe
un informe de UNICEF que
demuestra que las
grandes diferencias en los niveles de pobreza y bienestar infantil
entre los países desarrollados no tienen su origen en los niveles de
renta o el PIB de éstos, sino en cómo éstos definen sus
prioridades en las políticas públicas.
Este
informe sitúa a España en el vergonzoso puesto 26 de 29 países
respecto a la tasa de pobreza infantil,
sólo por encima de Letonia, Estados Unidos y Rumanía. El hecho de
que no exista relación administrativa entre el producto interior
bruto de los Estados y cómo deben situar éstos las prioridades
sobre la importancia de la calidad de vida de los niños es por sí
mismo definitorio de cómo parecen entender nuestros representantes
políticos y como de hecho actúan, porque debemos recordar que los
menores en ningún caso han sido responsables del mal vivir en el que
se desenvuelven. Cierto que, por orden, deben serlo sus familias, la
sociedad y su egoísmo, y la clase política, que no debería perder
de vista situaciones tan sangrantes como las que denunciamos en
nuestro comentario de hoy.
En
nuestro mundo y muy especialmente en España, lo de ser pobre cuando
se es niño pone en riesgo los derechos y el desarrollo de toda la
vida de una persona: su educación, su salud, su nutrición, sus
expectativas de trabajo, de ingresos y de desarrollo vital, pero,
además, la pobreza infantil compromete el desarrollo de todo un
país, la calidad de sus trabajadores, los niveles de bienestar
social, cultural y material, los sistemas de pensiones o la capacidad
económica y productiva.
En
2010, nuestro país se
comprometió ante la Unión Europea a reducir en 250.000 el número
de niños en situación de pobreza hasta 2020, pero, por el
contrario, el número de niños y niñas pobres sigue aumentando,
como ya hemos
dicho. En 2012 asumimos que
la pobreza infantil sería una prioridad en los planes de acción que
se están elaborando por la inclusión social y el apoyo a las
familias. El pasado 16 de abril, el Gobierno se comprometió a poner
en marcha un plan contra la pobreza infantil, del que próximamente
presentará las líneas estratégicas y del que no sabemos nada. Como
podemos ver, trabajo no les ha faltado, aunque los resultados por el
momento son desalentadores. Si ahora se han controlado más de dos
millones y medio de menores en situación de pobreza, y siguen
aumentando, y el horizonte para reducir estos números, concretamente
en doscientos cincuenta mil, se ha colocado para 2020, ¿qué les
ocurrirá al resto? ¿Qué será de estos niños? ¿Tendrán futuro?
Evidentemente,
es el momento de que pasemos a la acción, de exigir a los
responsables políticos y las administraciones públicas que cumplan
sus compromisos con los niños en España.
Para ello hay que
garantizarles los recursos suficientes a los hogares con niños,
proporcionándoles servicios de calidad e involucrando a los propios
niños y sus familias en el diseño de las medidas contra la pobreza.
Y todo lo demás zarandajas propias de los verborreosos emanados de
la política activa, que sólo persiguen mantener sus envidiables
puestos de trabajo y más sus sueldos. No somos nosotros los que los
calificamos y sí la propia situación a la que se ha llegado luego
de políticas absurdas implantadas a espaldas de la ciudadanía que
sólo sirven para salir en la foto. Lo suyo poner la firma donde se
lo pidan, pero no de actuar, que eso debe quedar para los sensibleros
y no para quienes decididamente no tienen corazón.