El
fallecimiento de tres miembros de una misma familia en Alcalá de
Guadaira, en Sevilla, la semana pasada, un acontecimiento doloroso
donde los haya, está sirviendo para remover las conciencias de
quienes, lo quieran o no, están participando activamente en la
consecución de uno de los objetivos más perseguidos por quienes
apoyan las medidas del Gobierno, es decir, por quienes luchan
incansablemente por ahondar en la gran calicata que se ha abierto
entre los pobres y los ricos, que sigue aumentando imparablemente,
aunque es cierto que quienes de verdad aumentan su número son los
menos favorecidos. Y es que tenemos que aceptar que lo de esta
familia es sólo un ejemplo de lo que ocurre a nuestro alrededor, de
que son miles y miles las personas que se ven obligadas, una vez han
comprobado que no existe otra posibilidad, de salir a la calle en
busca de los alimentos que les demandan los que se quedan en la casa.
Así de cruel, de bochornoso y de preocupante, porque a nadie se le
debería de olvidar que, como pueblo soberano, estamos aguantando
demasiados excesos de la clase política, de toda la clase política,
porque en situaciones de este calado no se salva nadie, y que no
sería desproporcionada una asonada de tomo y lomo por parte de
quienes están hartos de sufrir y ver sufrir a los suyos.
De
hecho, conscientes somos de que cualquier día de estos nos vemos
involucrados en una situación grave en la calle y de la que nadie
podrá dar cuenta por tratarse de lo más parecido a un levantamiento
popular. Es más, parece que no sólo nosotros somos conscientes de
ello, porque de otra forma ¿cómo se entiende que el Gobierno esté
preparando una ley que sancionará con miles de euros a quien o
quienes levanten la voz en la calle? Y, ¿por qué está interesado
en subir la categoría de los vigilantes de seguridad, que podrán
cachear, detener y realizar acciones propias de la policía?
Finalmente, ¿y qué nos dicen del camión-ducha que quieren
incorporar al parque automovilístico del Estado y que no tiene otro
objetivo que el de retirar de la calle a los manifestantes?
Evidentemente, se trata de medidas coercitivas que, si las basamos en
los conocimientos oficiales que la agencia de inteligencia española
habrá aportado a nuestros gobernantes, no es de extrañar que anden
pertrechándose para evitar males mayores para cuando ocurra lo que
cada vez parece más real. Eso de que la ciudadanía esté hasta la
coronilla de recortes, de mermas en las pensiones, copagos en las
medicinas, aumentos del precio de productos básicos, de mangantes
enriquecidos al calor de la corrupción de la clase política, de una
reforma laboral que lo único que nos ha traído ha sido miseria, de
una Justicia que se inhibe y rinde ante el poder político, de
sueldos desproporcionados e injustificados, de una Iglesia que cada
día parece que se encuentra más a gusto con lo que ve, no traerá
nada bueno. De eso podemos estar seguros. Y el que avisa es eso, el
avisador, pero en ningún caso el traidor.
Por
el momento, lo que se detecta es un menosprecio a la calle bastante
sangrante. Y no debería de ser así, o al menos no tan
descaradamente. Incluso por vergüenza, por clase si quieren, pero
debía evitarse a toda costa que aquellos que no alcanzan a pagar los
gastos mínimos y ni de lejos la comida, que nadie les espete en la
cara, encima, que ganan miles de euros al año y que el que viene se
enriquecerán aún más. Que eviten por todos los medios menospreciar
de esa forma a quien nada se le puede reprochar, porque nada ha hecho
para que lleguemos hasta donde nos han situado los mismos que ahora
se han hecho más ricos y que encima se jactan de ello públicamente.
Lo mismo que hemos escuchado hasta la saciedad que la crisis se veía
venir, bueno sería que aceptáramos también que el pueblo se puede
cabrear y, que sepamos, no tiene otra forma de hacérselo saber al
mundo que manifestándose para reclamar lo que es suyo. Y de ahí al
saqueo sólo a un paso. Y luego, pues ya se sabe.