miércoles, 18 de diciembre de 2013

DEMASIADA PRESIÓN EN LA CALLE

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El fallecimiento de tres miembros de una misma familia en Alcalá de Guadaira, en Sevilla, la semana pasada, un acontecimiento doloroso donde los haya, está sirviendo para remover las conciencias de quienes, lo quieran o no, están participando activamente en la consecución de uno de los objetivos más perseguidos por quienes apoyan las medidas del Gobierno, es decir, por quienes luchan incansablemente por ahondar en la gran calicata que se ha abierto entre los pobres y los ricos, que sigue aumentando imparablemente, aunque es cierto que quienes de verdad aumentan su número son los menos favorecidos. Y es que tenemos que aceptar que lo de esta familia es sólo un ejemplo de lo que ocurre a nuestro alrededor, de que son miles y miles las personas que se ven obligadas, una vez han comprobado que no existe otra posibilidad, de salir a la calle en busca de los alimentos que les demandan los que se quedan en la casa. Así de cruel, de bochornoso y de preocupante, porque a nadie se le debería de olvidar que, como pueblo soberano, estamos aguantando demasiados excesos de la clase política, de toda la clase política, porque en situaciones de este calado no se salva nadie, y que no sería desproporcionada una asonada de tomo y lomo por parte de quienes están hartos de sufrir y ver sufrir a los suyos.

De hecho, conscientes somos de que cualquier día de estos nos vemos involucrados en una situación grave en la calle y de la que nadie podrá dar cuenta por tratarse de lo más parecido a un levantamiento popular. Es más, parece que no sólo nosotros somos conscientes de ello, porque de otra forma ¿cómo se entiende que el Gobierno esté preparando una ley que sancionará con miles de euros a quien o quienes levanten la voz en la calle? Y, ¿por qué está interesado en subir la categoría de los vigilantes de seguridad, que podrán cachear, detener y realizar acciones propias de la policía? Finalmente, ¿y qué nos dicen del camión-ducha que quieren incorporar al parque automovilístico del Estado y que no tiene otro objetivo que el de retirar de la calle a los manifestantes? Evidentemente, se trata de medidas coercitivas que, si las basamos en los conocimientos oficiales que la agencia de inteligencia española habrá aportado a nuestros gobernantes, no es de extrañar que anden pertrechándose para evitar males mayores para cuando ocurra lo que cada vez parece más real. Eso de que la ciudadanía esté hasta la coronilla de recortes, de mermas en las pensiones, copagos en las medicinas, aumentos del precio de productos básicos, de mangantes enriquecidos al calor de la corrupción de la clase política, de una reforma laboral que lo único que nos ha traído ha sido miseria, de una Justicia que se inhibe y rinde ante el poder político, de sueldos desproporcionados e injustificados, de una Iglesia que cada día parece que se encuentra más a gusto con lo que ve, no traerá nada bueno. De eso podemos estar seguros. Y el que avisa es eso, el avisador, pero en ningún caso el traidor.


Por el momento, lo que se detecta es un menosprecio a la calle bastante sangrante. Y no debería de ser así, o al menos no tan descaradamente. Incluso por vergüenza, por clase si quieren, pero debía evitarse a toda costa que aquellos que no alcanzan a pagar los gastos mínimos y ni de lejos la comida, que nadie les espete en la cara, encima, que ganan miles de euros al año y que el que viene se enriquecerán aún más. Que eviten por todos los medios menospreciar de esa forma a quien nada se le puede reprochar, porque nada ha hecho para que lleguemos hasta donde nos han situado los mismos que ahora se han hecho más ricos y que encima se jactan de ello públicamente. Lo mismo que hemos escuchado hasta la saciedad que la crisis se veía venir, bueno sería que aceptáramos también que el pueblo se puede cabrear y, que sepamos, no tiene otra forma de hacérselo saber al mundo que manifestándose para reclamar lo que es suyo. Y de ahí al saqueo sólo a un paso. Y luego, pues ya se sabe.