En el
ambiente, en casa, en el trabajo, en la calle o allí donde nos
encontremos con una persona que posea una participación de la
lotería navideña, es visible la ilusión. Un año más, el sorteo
del día 22 de este mes, es decir, del próximo domingo, paralizará
la actividad y nos obligará a escuchar las moduladas voces de los
niños del colegio de san Ildefonso, que nos irán relatando los
premios que sucesivamente irán apareciendo a lo largo de la mañana
y que no tardarán en encontrar destinatario, que, a su vez, tampoco
tardará mucho en aparecer en las pantallas de la televisión
agradeciendo a la Providencia la suerte que ha tenido. Conoceremos
entonces las historias de cada uno de ellos, que nos irán relatando
sus problemas y que nosotros, también como siempre, nos alegraremos
de que con el premio se les hayan solucionado. Ha sido así siempre y
suponemos que lo seguirá siendo por años. Y a nosotros, que nos
habremos vuelto a quedar con cara de panoli, siempre nos quedará el
recurso del sorteo del Niño, convencidos de que será en éste en
donde obtendremos el premio que tanto necesitamos.
Y
luego está lo de las supersticiones, esas que nos obligan a
controlar todos los detalles, desde el número hasta dónde lo
adquirimos. Que si estaba lloviendo, que si en el momento en el
comprábamos el número se oyó un trueno, que si la ropa que
llevábamos en ese momento no era la adecuada o todo lo contrario,
que si la terminación no era la que habíamos pedido, que si los
presentimientos, etc., etc. O como este año, en que hemos observado
que la fecha en que falleció Manolo Escobar se ha convertido en el
número estrella de la lotería de Navidad. O sea, la misma historia
que cuando a lo largo del año se ha producido una catástrofe
natural del tipo de inundaciones o terremotos en determinada ciudad,
a donde acudimos en busca del número mágico quizás convencidos de
que allí donde ha tenido lugar la desgracia es donde seguro tocará
el gordo de ese año. Tampoco faltan las administraciones que se han
enriquecido porque han sabido vender su supuesta buena suerte u otras
porque han obtenido el mayor número de premios en cada sorteo. Y ahí
nos vemos, haciendo colas kilométricas con tal de conseguir el
ansiado premio que nos permitirá, soñamos, salir de nuestra
personal crisis y a partir de ahora vivir con más holgura económica.
Y
como los sueños no sólo no hacen daño a nadie y sí que
contribuyen a mejorarnos la vida aunque sea sólo cuando soñamos, en
eso estamos desde que tenemos el número escogido en nuestras manos,
al que por cierto le habremos buscado un lugar adecuado a la espera
del día del sorteo, casi siempre cerca o al lado de la imagen de
nuestro santo o santa, o virgen de nuestra devoción, a los que
diariamente, y entre tres o cuatro veces, le recordaremos el
compromiso que han adquirido con nosotros, de hacer que el número
del gordo sea el mismo que el que tenemos en nuestro poder. Y no
exageramos. Quizá incluso nos hayamos quedado cortos, porque les
podíamos contar los mil y un sortilegios que algunos hacen
alrededor del número del sorteo de la lotería y es posible que ni
se los crean.
Está
claro que nada mejor que resultar agraciados en este sorteo, pero, no
obstante, ¿y lo bien que nos lo pasamos desde el día en que
guardamos la participación entre nuestros mejores tesoros? ¿Habrá
algo mejor que recordar el número y que sólo por eso se nos levante
el ánimo? Por eso estamos en situación de poder asegurar que no
existe mejor medicina para mejorar de nuestros males que unos décimos
para el gordo. Y no les digo nada si encima alguno de ellos nos lo
han traído de fuera, porque entonces la cosa es todo un disparate.
Por nuestra parte, que se cumplan todos sus sueños, que tengan toda
la suerte que hace falta para que su número salga del bombo premiado
con el gordo y que tengan la oportunidad entonces de iniciar el
camino que les aleje de los malos momentos por los que han pasado. Y
si luego tenemos que decir que lo mejor es la salud y que lo de menos
es el gordo, pues lo diremos un año más y todos tan contentos.
Suerte.