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Que
nuestro país está roto o partido por la mitad a causa de la crisis
no creemos que a nadie le extrañe. Sencillamente es una verdad
tangible y como un templo de grande, por si le faltaba algún
adjetivo. En esta caída han participado infinidad de elementos, pero
ha sido la destrucción de empleo, el que sean miles y miles los que
buscan un trabajo con el que poder vivir con algo de dignidad y
acudir al pago de sus compromisos a tiempo, lo que ha acabado por
fracturarla en dos grandes categorías: la de los ricos y la de los
pobres. Así las cosas, destaca el aumento sin precedentes de la
desigualdad en la distribución de los bienes o de la renta, ya que
desde el año 2006 los ingresos de la ciudadanía con las rentas más
bajas ha descendido hasta un cinco por ciento por año, por lo que en
la actualidad estamos hablando de una reducción de ingresos de entre
un treinta y cinco y un cuarenta por ciento. En cuanto a la evolución
de la población considerada rica o más rica, ha sido de casi un
treinta por ciento. Y no parece que esta injusta situación tenga
visos de cambiar de tendencia; si acaso, al contrario.
Lo
evidente es que existe un riesgo notable de que las diferencias entre
los hogares españoles seguirán su camino hacia diferencias
económicas que acabarán marcando la estructura social. La actual
recesión económica que parece sólo padecen la mitad de los
españoles, como hemos podido ver en los datos de la estadística que
les hemos dado, ha conseguido reducir aún más el umbral de la
pobreza, que en 2009 estaba en los 8.000 euros al año y en 2012 en
7.300. El hecho es que estos datos indican un empobrecimiento medio
de la sociedad y que aumenta la pobreza severa y también los hogares
que no tienen capacidad para afrontar gastos extraordinarios. Un dato
más: en España, el veintiséis por ciento de la población se
encuentra en situación de pobreza y exclusión social, aseveración
que confirma la tendencia denunciada de que, de mantenerse las
actuales políticas de solidaridad, no se podrán mantener muchas de
las estructuras del Estado.
Como
hemos dicho, la cuestión que más afecta a la ciudadanía, porque es
la que con mayor fuerza incide sobre la renta de las familias, es el
empleo. Sin ir más lejos, el año pasado se registraron los peores
datos de la etapa democrática, aunque los que acumula este año no
crean ustedes que serán mejores ni mucho menos. Las cifras son
demoledoras: veintiséis por ciento de paro y una caída durante la
crisis de más de tres millones y medio en el volumen de ocupación,
cifras que colocan a nuestro país en la cola de Europa en cuanto a
empleo. En un momento como el actual, debemos aceptar que nos
encontramos en una transformación del empleo, si bien hace cinco
años estábamos a la cabeza de la Comunidad en la generación de
empleo. Trabajar hoy, por lo tanto, no es sólo un derecho, sino un
privilegio.
Resumiendo,
incluso los mecanismos que podrían asegurar a la sociedad ante el
mal momento que vive, se han debilitado enormemente y todo por las
políticas de austeridad, generadoras de mayor vulnerabilidad en la
totalidad de la sociedad. En este orden de cosas, advertimos que los
recortes en los servicios públicos básicos pueden llegar a suponer
una ruptura definitiva de la que los peor parados serán, una vez
más, los pobres. Lo que sabemos es que si es cierto que la pobreza y
la exclusión acaban dañando al corazón, la desigualdad es un
escándalo ético y político.