Imprimir
Los
partidos políticos en general y sus representantes en nuestra ciudad
en particular vienen dando inequívocas muestras de que las
elecciones se les vienen encima. Primero serán las europeas; luego
las municipales y las generales. Y como para todo conviene estar
preparado, este es el espíritu y las consignas que corren entre
militantes y simpatizantes para que cuando unas y otras reclamen su
voto, sepan con certeza qué papeleta escoger y dónde depositarla. Y
es que, lo creamos o no, en realidad de lo que se trata es de colocar
en los mejores puestos de la línea de salida a quienes tengan más
posibilidades de pillar sillón, aunque no siempre se eligen a los
mejores y sí a los que más estorban a la hora de tomar las
decisiones en la sede de los partidos, o sea, que se les nota que lo
que quieren en realidad es quitárselos de en medio. Esto en el caso
de las europeas, porque en las municipales e incluso en las
generales, lo que fundamentalmente se valora es el trabajo que se
haya desarrollado por parte del militante en cuestión y no menos la
manera que tiene de venderlo, que conocemos más que de sobra a
quienes están donde están gracias a su facilidad de palabra. Hoy,
saber estar, expresarse correctamente y sin discurso escrito, saber
dónde colocar la tilde para enfatizar la frase en el momento
conveniente y poco más, es más que suficiente para conseguir un
puesto en la próxima lista, quizá porque tampoco disponen de fondo
de armario de donde sacar.
La
línea peligrosa marcada por todos ellos reside en la abstención, un
viejo problema que sale a colación en todas las convocatorias y que
en las próximas parece que será realmente preocupante, y no para
ellos, ya que ganarán o perderán con los votos que consigan reunir,
pero sí de cara a la ciudadanía, que está convencida es la mejor
forma de expresar su rechazo. Y es que de por medio, luego de poco
más de tres años realmente sangrantes para nuestros de por sí
escuálidos bolsillos, lo de enfrentarse con el voto no parece
sencillo. Las preguntas que rondarán los colegios electorales
tendrán mucho que ver con el mañana inmediato de las gentes, que
vienen demandando con fuerza ayuda para necesidades justificadas a
las que nadie responde: Por ejemplo, ¿dónde se ha quedado la ayuda
a la dependencia? ¿Dónde las políticas sociales? ¿Dónde el
futuro del ciudadano, dónde el porvenir de los jóvenes, dónde las
mejoras de las ciudades, dónde, en fin, se va el dinero público?
¿Tendrá previstos nuestros políticos reales decretos y leyes en
cantidad suficiente como para dar de comer a tanto hambriento?
¿Volverán mejores tiempos y las libertades perdidas?
Por
ahora lo que podemos apreciar es que se ha consolidado un estatus
social nacido de la penuria del resto y que hace y deshace como le
viene en gana. Es decir, que roba, abusa, trepa, prevarica y demás
vicios propios de nuestra particular democracia, sin que exista
tribunal de justicia que le encuentre defecto por el que meterlo en
la cárcel unos años. Sólo hay que asomarse a la actualidad para
comprobar que los que aseguraban ante los atónitos e incrédulos
ciudadanos la existencia de varias justicias, de sentencias
diferentes dependiendo de los encausados, no andaban del todo locos,
como se anunciaba desde los foros más interesados en la implantación
de sistemas tan personalizados. Cuentan los viejos del lugar que un
político en campaña recorría los pueblos en busca de votos y que,
cuando la autoridad local le pedía dinero para la mejora de la
ciudad, éste se lo entregaba sólo para renovar la cárcel y ni un
céntimo para las escuelas. Cuando su secretario, harto de repartir
dinero a manos llenas entre los responsables de las cárceles, le
inquirió la razón, éste respondió con decisión y no menos
convencimiento, que lo que sabía con certeza es que a la escuela no
volvería nunca, pero que a la cárcel…