El
tema de los accidentes laborales sigue siendo, según los técnicos
de las centrales sindicales y la Administración, una asignatura
pendiente de los dos partes implicadas, es decir, el propio
trabajador y la empresa. El primero, porque no siempre atiende a sus
obligaciones con respecto al uso que debe hacer de los elementos que
demanda su profesión para su desarrollo; el segundo, porque denuncia
reiteradamente que está obligado a la compra de estos elementos de
seguridad para que luego no hagan el uso debido de ellos. Y lo vemos
en la calle y a veces hasta en las propias obras municipales, y no
digamos nada sobre los que andan en los tejados o en las fachadas,
que en muy pocas ocasiones los vemos usando lo que por otra parte es
obligatorio, puesto que comprobado está que reducen las causas del
accidente y evitan la muerte. El año pasado, según los datos que
aporta el Ministerio de Empleo y Seguridad Social, nada menos que 479
trabajadores fallecieron a causa de un accidente laboral; con todo,
el resultado refleja un descenso de siete fallecidos menos que el año
anterior. De éstos, 384 tuvieron lugar en el transcurso de su
jornada de trabajo; los 95 restantes fueron entre su trabajo y su
casa, la mayoría a consecuencia de accidentes de circulación. El
sector servicios fue el año pasado el que mayor número de
accidentes con baja registró, con 383.957. En este mismo sector se
contabilizaron 208 fallecimientos de trabajadores de la industria, y
en la construcción murieron 55. En la agricultura, 46. En cuanto a
los accidentes leves que llevaron aparejada la baja laboral, el total
se situó en 329.534 y los graves 2.742. En el apartado de los
siniestros ocurridos en el recorrido casa-trabajo, el total fue de
50.496 accidentes leves y 716 graves.
Evidentemente,
nos encontramos ante una situación compleja de interpretar y no
menos de controlar por parte de los organismos y las empresas
implicadas en su detección y control. Por lo tanto, conviene
recordar o informar, dependiendo del grado de interés que muestre el
trabajador, que los accidentes son una realidad y que todo elemento
que suponga eliminar el peligro o al menos paliarlo en la medida de
lo posible, debe ser usado cuando se inicia la jornada laboral hasta
que finaliza. Es el caso del casco, por ejemplo: su rechazo fue
compartido por una gran mayoría; luego, cuando las sanciones
económicas comenzaron a imponerse y se pudo comprobar, además, que
tampoco era para tanto colocárselo mientras se desarrollaba la tarea
encomendada, su uso se ha normalizado y hoy es raro ver algún obrero
sin él. Pero ha servido de mucho, no obstante, porque se ha
comprobado que, si no muertes, sí al menos se han evitado accidentes
de importancia.
Conforme
los tiempos han ido generando nuevas expectativas en el ámbito
laboral, y muy especialmente en las grandes construcciones, la
aparición de elementos de seguridad ha ido paralela a este
desarrollo, contribuyendo de esta forma a minimizar buena parte de
los accidentes de poca importancia que se producían entre los
trabajadores. Naturalmente, la presión oficial que se ejerce sobre
empresarios y empleados sigue siendo determinante para que los
primeros inviertan en seguridad y los segundos hagan uso de ella. La
visita y el posterior informe de un inspector de seguridad e higiene
en el trabajo puede llegar a ser económicamente un varapalo de
cuidado que se puede evitar si se cumple la normativa en vigor.
Las
cifras que les hemos dado del año pasado representan, con todo, un
descenso importante de las cifras del anterior y anima a la
Administración a mantener y reforzar el trabajo que desarrolla
alrededor de los accidentes laborales. Sin embargo, el verdadero
protagonista es el trabajador, que es quien debe interpretar el uso
de los elementos de seguridad que la empresa pone a su disposición
como algo inseparable de la tarea que tiene encomendada. Su
participación, por tanto, es fundamental para conseguir reducir el
número de accidentes laborales.