Los
datos que tenemos sobre la violencia de género en nuestro país, en
solo quince días, anuncian nada menos que cuatro mujeres asesinadas.
Cierto que confirmadas oficialmente solo hay una, concretamente la
que mató y quemó su pareja en Vilanova y la Geltrú el pasado 5 de
este mes. Las dos mujeres asesinadas en Galicia en el mismo acto, ya
que el autor era marido y yerno de éstas, y la de Pozoblanco, están
aún por confirmar que se trata de violencia de género. Sabemos cómo
funciona el sistema en estos casos y de ahí que, aunque todo indique
que se trata de asesinatos machistas, la última palabra la tenga la
Justicia, que es la responsable final de su calificación. Con todo,
la realidad nos devuelve a lo de siempre, es decir, a que somos un
país en el que la vida de las mujeres parece que cada vez vale menos
y que con nosotros conviven seres humanos que no tienen corazón ni
entrañas, capaces de aparentar ser personas educadas y
complacientes, y todo lo contrario en el interior de sus casas.
Aceptamos
que a lo largo de 2013 la dramática cifra de asesinatos descendió
de manera importante, lo mismo que aceptamos que el Estado gestiona
la ley actual de forma que cientos de mujeres reciben asistencia y
vigilancia las veinticuatro horas. Pero se debe ir más lejos porque
la situación de indefensión de la mujer aumenta conforme pasan los
días. El hecho de que la crisis o la ruina hayan entrado con tanta
fuerza en millones de hogares es lo que faltaba en el núcleo
familiar para que las situaciones críticas para la vida de las
mujeres hayan alcanzado niveles desconocidos estos últimos años. Y
no otra circunstancia se da en la mayoría de los casos de violencia
de género que se controlan por el Estado, es decir, que la familia
pasa por unos momentos económicos críticos que demandan
precisamente la unión de todos para salir adelante lo más indemnes
que sea posible, y, al contrario, siempre se rompe por el mismo punto
la cuerda que lo sostiene, o sea, la mujer, que parece ser la
responsable de todos los males que acaecen en el hogar.
Desde
luego, mucho trabajo queda por hacer alrededor de un asunto que tiene
un costo en vidas espeluznante e insoportable, pero que no acaba de
ser atendido como en realidad merece. Porque sí, se han aprobado
leyes, se han decidido políticas de todo corte e intención, se
invierten millones de euros en la sostenibilidad de todas ellas, pero
la mujer se sigue sintiendo desatendida. No obstante, mucha de la
culpa de que se sientan abandonadas a su suerte parte de ellas mismas
y de sus familias, que no acaban de interpretar adecuadamente estas
políticas acudiendo a la denuncia como actuación inmediata a la
primera bofetada o el primer aviso. De hecho, de las fallecidas el
año pasado, solo un treinta por ciento habían denunciado
previamente malos tratos de su pareja. Y si la policía y los jueces
no tienen a su disposición un informe en el que se haya tomado nota
de los reincidentes avisos que viene recibiendo la mujer, mal podrán
solventar el problema.
En
cuanto al por qué de que la mujer actúe de esta forma existen
varios puntos que conviene aclarar para entenderla: ¿de qué vive al
día siguiente de la denuncia, porque a su domicilio no puede volver?
¿Existe un plan gubernamental que le permita vivir con dignidad a
ella y sus hijos? ¿Cuánto tiempo puede estar dependiendo de las
instituciones del Estado o de su comunidad? ¿Funciona la Justicia
como la amenazada espera? Como ven preguntas sencillas que demandan
ayuda e información inmediata, porque recordamos que cuando una
mujer decide denunciar se inicia un proceso de reconversión total en
ella y su hijos que no siempre es capaz de capitanear. Para eso deben
estar las instituciones y los profesionales que las gestionan, para
que no noten en exceso el esfuerzo que han hecho y al mismo tiempo
que se les abran las puertas que necesitan para salir adelante.