martes, 18 de febrero de 2014

¿ESTAMOS COMO ENTONCES O PEOR QUE ENTONCES?

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Lo normal en situaciones de precariedad como a la que venimos sobreviviendo desde hace unos años es que nos planteemos preguntas que hasta este momento no teníamos en cuenta o pasaban desapercibidas. Ahora que nos sobra tiempo para todo, cuando se nos ocurren mil y una pregunta que hacernos a nosotros mismos y la misma cantidad a los que siempre hemos tenido como referentes de nuestro presente y futuro, o sea, a nuestros políticos, es cuando parece que caemos en la cuenta de repasar lo que estas mujeres y hombres han hecho por nosotros a lo largo de los años que nos han representado en congresos, parlamentos y corrillos políticos. Y está bien eso de que ante tanta desgracia acumulada, ante tanta incompetencia manifiesta y tanto mangante al que echar el guante, que no debe entenderse ni mucho menos que todas y todos estén en el mismo saco, repasemos lo que es nuestra provincia hoy y lo que era hace treinta años atrás. Y es entonces cuando surge la duda, cuando los planteamientos no consiguen horizonte al que mirar, cuando no entiendes nada. Y es que si después de los más de treinta años que disfrutamos de democracia, de autogobierno y de otras bendiciones divinas, estamos como estamos, soportando con orgullo ser la última provincia del reino y con menos futuro que una perdiz en época de caza, ¿cómo estábamos antes? Esto debía ser un erial, un desierto con algún oasis salpicando el paisaje y poco más.

Sin embargo, es cuando salimos fuera, cuando nos damos de bruces con lo que ha prosperado el resto del mundo, cuando de verdad asumimos nuestro rol y tomamos conciencia de lo que en realidad han ejecutado por nosotros estos privilegiados personajes. Y que conste que seguro que sí, que algo se ha mejorado y que el futuro de nuestros pueblos es una realidad tangible, pero nosotros no acabamos de verlo claro. Por ejemplo, hace muchos años, cuando las carreteras eran caminos forestales, cuando los desplazamientos a ciudades próximas era una odisea y el viajero debía echarse talega para el camino para no morir de hambre, fue cuando asumimos de verdad lo que era nuestra provincia para los gobernantes. Sólo había que entrar en el límite de Córdoba o Granada para comprobar que existía otro mundo, que había otra vida que nos estaban robando, que no éramos nada. Pasaron los años, fuimos y vinimos, nos llevaron y nos trajeron, nos contaron y les contamos, nos prometieron y les exigimos. A lo largo de este tiempo se han invertido en todo el territorio nacional millones de pesetas y de euros en carreteras y ferrocarril, en mejorar las comunicaciones entre las ciudades, pero nosotros seguimos donde estábamos. La autovía A-4, porque tenía que pasar por aquí sin más remedio, porque ni había dinero ni tiempo para ser inaugurada para la Expo-92, porque, si no, otro hubiera sido su trazado, que es lo que ocurrió con el AVE, que se decidió por parte de andaluces que lo mejor era abandonar los viejos raíles de Despeñaperros y desarrollar uno por Brazatortas. Interesaba Sevilla; Jaén, entonces, no era nada; hoy, tampoco. De esos polvos vienen los barros de ahora, es decir, que no van a tardar mucho en quitarnos los dos o tres trenes que por aquí tienen a bien pasar, y encima agradecidos porque la Junta de Andalucía financia el que une Jaén con Cádiz.


Del resto de comunicaciones viarias, pues ya las ven, con la A-44 medio hundida, eso sí sólo en nuestro término provincial, porque la de Granada ya ha sido reparada, y lo mismo ha ocurrido con la de Córdoba. Y de las que decían vertebrarían nuestra provincia, andando a trancas y barrancas. A todo esto, ¿quiénes son los responsables de tanto desastre? Está claro, al menos para nosotros: las mujeres y los hombres que nos han representado y lo siguen haciendo allá donde se cuece el futuro del mundo. ¿Disciplina de partido o simple acatamiento de lo que mande el jefe, que para eso es el que te pone donde estás y te quita si le das problemas? Ni lo sabemos ni nos lo van a decir. Con lo único que no nos debemos quedar en el cuerpo son con las ganas de decirles que no se merecen nuestro respeto.