Lo
normal en situaciones de precariedad como a la que venimos
sobreviviendo desde hace unos años es que nos planteemos preguntas
que hasta este momento no teníamos en cuenta o pasaban
desapercibidas. Ahora que nos sobra tiempo para todo, cuando se nos
ocurren mil y una pregunta que hacernos a nosotros mismos y la misma
cantidad a los que siempre hemos tenido como referentes de nuestro
presente y futuro, o sea, a nuestros políticos, es cuando parece que
caemos en la cuenta de repasar lo que estas mujeres y hombres han
hecho por nosotros a lo largo de los años que nos han representado
en congresos, parlamentos y corrillos políticos. Y está bien eso de
que ante tanta desgracia acumulada, ante tanta incompetencia
manifiesta y tanto mangante al que echar el guante, que no debe
entenderse ni mucho menos que todas y todos estén en el mismo saco,
repasemos lo que es nuestra provincia hoy y lo que era hace treinta
años atrás. Y es entonces cuando surge la duda, cuando los
planteamientos no consiguen horizonte al que mirar, cuando no
entiendes nada. Y es que si después de los más de treinta años que
disfrutamos de democracia, de autogobierno y de otras bendiciones
divinas, estamos como estamos, soportando con orgullo ser la última
provincia del reino y con menos futuro que una perdiz en época de
caza, ¿cómo estábamos antes? Esto debía ser un erial, un desierto
con algún oasis salpicando el paisaje y poco más.
Sin
embargo, es cuando salimos fuera, cuando nos damos de bruces con lo
que ha prosperado el resto del mundo, cuando de verdad asumimos
nuestro rol y tomamos conciencia de lo que en realidad han ejecutado
por nosotros estos privilegiados personajes. Y que conste que seguro
que sí, que algo se ha mejorado y que el futuro de nuestros pueblos
es una realidad tangible, pero nosotros no acabamos de verlo claro.
Por ejemplo, hace muchos años, cuando las carreteras eran caminos
forestales, cuando los desplazamientos a ciudades próximas era una
odisea y el viajero debía echarse talega para el camino para no
morir de hambre, fue cuando asumimos de verdad lo que era nuestra
provincia para los gobernantes. Sólo había que entrar en el límite
de Córdoba o Granada para comprobar que existía otro mundo, que
había otra vida que nos estaban robando, que no éramos nada.
Pasaron los años, fuimos y vinimos, nos llevaron y nos trajeron, nos
contaron y les contamos, nos prometieron y les exigimos. A lo largo
de este tiempo se han invertido en todo el territorio nacional
millones de pesetas y de euros en carreteras y ferrocarril, en
mejorar las comunicaciones entre las ciudades, pero nosotros seguimos
donde estábamos. La autovía A-4, porque tenía que pasar por aquí
sin más remedio, porque ni había dinero ni tiempo para ser
inaugurada para la Expo-92, porque, si no, otro hubiera sido su
trazado, que es lo que ocurrió con el AVE, que se decidió por parte
de andaluces que lo mejor era abandonar los viejos raíles de
Despeñaperros y desarrollar uno por Brazatortas. Interesaba Sevilla;
Jaén, entonces, no era nada; hoy, tampoco. De esos polvos vienen los
barros de ahora, es decir, que no van a tardar mucho en quitarnos los
dos o tres trenes que por aquí tienen a bien pasar, y encima
agradecidos porque la Junta de Andalucía financia el que une Jaén
con Cádiz.
Del
resto de comunicaciones viarias, pues ya las ven, con la A-44 medio
hundida, eso sí sólo en nuestro término provincial, porque la de
Granada ya ha sido reparada, y lo mismo ha ocurrido con la de
Córdoba. Y de las que decían vertebrarían nuestra provincia,
andando a trancas y barrancas. A todo esto, ¿quiénes son los
responsables de tanto desastre? Está claro, al menos para nosotros:
las mujeres y los hombres que nos han representado y lo siguen
haciendo allá donde se cuece el futuro del mundo. ¿Disciplina de
partido o simple acatamiento de lo que mande el jefe, que para eso es
el que te pone donde estás y te quita si le das problemas? Ni lo
sabemos ni nos lo van a decir. Con lo único que no nos debemos
quedar en el cuerpo son con las ganas de decirles que no se merecen
nuestro respeto.