La
corrupción entre la clase política ha existido siempre y en todos
los países del mundo. La primera exigencia que tiene que darse para
que el corrupto acabe aceptando serlo es que haya alguien en la otra
parte que le ofrezca dinero o cualquier otra prebenda con la que
pasar la línea roja de la honestidad y situarse en la cuerda floja,
aunque mientras se descubre o no, que también existen casos que no
han salido a la luz, ahí le tienen, disfrutando de un tren de vida
impensable para él hasta que llegó a la política y se dejó querer
por las mil y una ofertas de prevaricación que le llegaban casi a
diario. No ha sido la primera vez que hemos escuchado a alguno de
estos encumbrados hasta las cielos mientras se mantuvo en política,
que con sólo dar el sí donde otros habían dado el no, con sólo
hacer la vista gorda, podían embolsarse dinero negro para hartarse.
Que lo mismo que los grandes hoteles atraen a todo tipo de servicios
extraordinarios para sus clientes que no figuran en la carta de
servicios, alrededor de congresos y parlamentos van y vienen personas
que sólo tienen una intención: comprar favores en nombre de grandes
compañías. ¿Y qué queremos decir con esto? Pues que es más
difícil ser honesto que corrupto, que los controles administrativos
en vigor destinados a que nadie cuele la concesión de una obra o la
recalificación de unos terrenos, o no menos la concesión de ayudas
económicas a organizaciones que luego ni se contrastan ni se les
hace seguimiento, sencillamente no existen.
A
todo esto, la sociedad observa inquieta y con las tripas retorcidas
cómo unos sin nadie que eran antes de meterse en política hoy
pasean en grandes y caros coches, disfrutan de una vida envidiable y
desde entonces no se reúnen con sus amigos de siempre. Y nos los
encontramos en cargos de responsabilidad política de altura o como
conductores de algún delegado, porque no crean ustedes que sólo
medran y se corrompen los poderosos: también el que puede y se lo
permite el sistema, y son muchos. Lo del sindicalista Lanzas, que
flaco favor le ha hecho a la gente de su clase, aunque sus compañeros
de organización parece que tampoco se han quedado mancos a la hora
de trincar o de barrer para su casa, es un caso aparte y desde luego
que bien controlado por la jueza Alaya, que ha acabado por embargarle
otra sustanciosa parte del patrimonio que había conseguido
fraudulentamente. Y a su mujer, que le ha ido a la par en la cosa esa
de robar a manos llenas.
Ahora
hemos conocido, gracias al diario “El Mundo”, que el señor
Granados, a la sazón senador del Partido Popular en Madrid y que
antes había sido vicepresidente de la comunidad y antes alcalde de
Valdemoro, tenía hasta el pasado mes de diciembre una cuenta en un
banco suizo con un millón y medio de euros. Y nos ha llamado
poderosamente la atención porque desde que sabemos de este político,
al que vemos y escuchamos en tertulias televisivas y radiofónicas,
ha denunciado a los corruptos con una contundencia desconocida entre
la clase política, jurando y perjurando que él no ha visto en su
vida política ningún sobre con dinero negro o blanco, que se ha
limitado a vivir con su sueldo y punto. El que ahora aparezca como
uno más de los que se llevan dinero de todos los colores y lo
esconden lejos de la Hacienda española, nos lleva a pensar que, a
partir de ahora, será mejor no poner la mano en el fuego por nadie,
no sea que acabemos con ella chamuscada. Lo dicho, señores y
señores, para que alguien se corrompa, antes debe haber otro que lo
invite a serlo, pero que, sea como sea, siempre dependerá de él y
sólo de él caer en la tentación de apropiarse de un dinero que no
se lo ha ganado legalmente, y que con su decisión ha cometido un
delito.