jueves, 20 de febrero de 2014

LA CORRUPCIÓN Y LOS CORRUPTOS

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La corrupción entre la clase política ha existido siempre y en todos los países del mundo. La primera exigencia que tiene que darse para que el corrupto acabe aceptando serlo es que haya alguien en la otra parte que le ofrezca dinero o cualquier otra prebenda con la que pasar la línea roja de la honestidad y situarse en la cuerda floja, aunque mientras se descubre o no, que también existen casos que no han salido a la luz, ahí le tienen, disfrutando de un tren de vida impensable para él hasta que llegó a la política y se dejó querer por las mil y una ofertas de prevaricación que le llegaban casi a diario. No ha sido la primera vez que hemos escuchado a alguno de estos encumbrados hasta las cielos mientras se mantuvo en política, que con sólo dar el sí donde otros habían dado el no, con sólo hacer la vista gorda, podían embolsarse dinero negro para hartarse. Que lo mismo que los grandes hoteles atraen a todo tipo de servicios extraordinarios para sus clientes que no figuran en la carta de servicios, alrededor de congresos y parlamentos van y vienen personas que sólo tienen una intención: comprar favores en nombre de grandes compañías. ¿Y qué queremos decir con esto? Pues que es más difícil ser honesto que corrupto, que los controles administrativos en vigor destinados a que nadie cuele la concesión de una obra o la recalificación de unos terrenos, o no menos la concesión de ayudas económicas a organizaciones que luego ni se contrastan ni se les hace seguimiento, sencillamente no existen.

A todo esto, la sociedad observa inquieta y con las tripas retorcidas cómo unos sin nadie que eran antes de meterse en política hoy pasean en grandes y caros coches, disfrutan de una vida envidiable y desde entonces no se reúnen con sus amigos de siempre. Y nos los encontramos en cargos de responsabilidad política de altura o como conductores de algún delegado, porque no crean ustedes que sólo medran y se corrompen los poderosos: también el que puede y se lo permite el sistema, y son muchos. Lo del sindicalista Lanzas, que flaco favor le ha hecho a la gente de su clase, aunque sus compañeros de organización parece que tampoco se han quedado mancos a la hora de trincar o de barrer para su casa, es un caso aparte y desde luego que bien controlado por la jueza Alaya, que ha acabado por embargarle otra sustanciosa parte del patrimonio que había conseguido fraudulentamente. Y a su mujer, que le ha ido a la par en la cosa esa de robar a manos llenas.


Ahora hemos conocido, gracias al diario “El Mundo”, que el señor Granados, a la sazón senador del Partido Popular en Madrid y que antes había sido vicepresidente de la comunidad y antes alcalde de Valdemoro, tenía hasta el pasado mes de diciembre una cuenta en un banco suizo con un millón y medio de euros. Y nos ha llamado poderosamente la atención porque desde que sabemos de este político, al que vemos y escuchamos en tertulias televisivas y radiofónicas, ha denunciado a los corruptos con una contundencia desconocida entre la clase política, jurando y perjurando que él no ha visto en su vida política ningún sobre con dinero negro o blanco, que se ha limitado a vivir con su sueldo y punto. El que ahora aparezca como uno más de los que se llevan dinero de todos los colores y lo esconden lejos de la Hacienda española, nos lleva a pensar que, a partir de ahora, será mejor no poner la mano en el fuego por nadie, no sea que acabemos con ella chamuscada. Lo dicho, señores y señores, para que alguien se corrompa, antes debe haber otro que lo invite a serlo, pero que, sea como sea, siempre dependerá de él y sólo de él caer en la tentación de apropiarse de un dinero que no se lo ha ganado legalmente, y que con su decisión ha cometido un delito.