Si
nos justamos estrictamente a lo que nos dice el antiguo refrán
castellano, que asegura que, si superamos el mes de enero, haremos lo
propio con el resto del año, podíamos asegurar que hemos entrado al
nuevo mes en llano. Es más, podíamos añadir que nada de cuestas ni
de pendientes pronunciadas que puedan frenar nuestras ansias de
mejorar nuestro presente y futuro. Sin embargo, cuando se escribieron
los refranes, las cosas no estaban como lo están ahora, complicadas
y de difícil solución. El verdadero problema de la ciudadanía pasa
inexcusablemente por la enquistada pupa de la falta de trabajo, que
se ha convertido en una úlcera de enormes dimensiones y que por el
momento los que trabajan por hallar la medicina que la cure, está
claro que la dichosa fórmula mágica no está disponible, al menos
no para quienes, al mismo tiempo, no han sabido reformular sus
propias decisiones políticas y encauzarlas hacia las europeas que
encabeza Ángela Merkel y que suponen una marcha atrás de gran
calado social y no menos romper sus promesas de mantener sus
decisiones a toda costa, ya que, entre otras, se confirma que los
alemanes se podrán jubilar a los 63 años y que el sueldo social o
mínimo se asegura y se incrementa significativamente. Es decir, todo
lo contrario que decía antes del pacto y que le permite seguir
gobernando Alemania y Europa.
Nosotros,
que no entendemos de política ni además queremos, sí que
percibimos nuevos escenarios en las decisiones europeas que permiten
deducir que algo empieza a cambiar en la persistente y deleznable
política que tanto daño ha hecho al conjunto del Viejo Continente y
de manera muy especial a nuestro país. Nos viene como anillo al dedo
lo que desde niños hemos escuchado decir a nuestros mayores sobre
que hagáis lo que yo os diga y no lo que yo haga, que se le
endilgaba a integrantes de la curia y que venía a significar que los
esfuerzos, las penitencias y las carencias era cosa de los fieles y
no de ellos. Y ahí estamos, observando cómo Alemania, que está
claro decide las medidas económicas de nuestro país, cambia
radicalmente sus decisiones y exigencias, suponemos que presionada
por sus socios socialistas en el Gobierno, y se desdice de las
políticas económicas y sociales que hasta ese momento aseguraba que
eran la dichosa fórmula mágica.
Mientras,
el Consejo de Europa, los de la “troika” o los conocidos también
como los “hombres de negro”, siguen en lo suyo y no cesan de
anunciar que países como el nuestro, aunque es evidente que ha
mejorado sensiblemente sus cuentas y presenta resultados alentadores
frente al déficit, necesita urgentemente nuevas medidas, y éstas
las vuelve a centrar exclusivamente en el mundo del trabajo,
precisamente el que más varapalos ha recibido desde el inicio de la
crisis. Por lo tanto, todo indica que mienten los que desde los
atriles anuncian sin ruborizarse que hemos tocado fondo y que a
partir de ahora lo que haremos será prosperar. Y como está claro
que de lo que se trata es de reducir los sueldos para que los
empresarios ganen más, volveremos a ser los sufridores directos de
las políticas que se implantarán en poco tiempo. Consecuentemente,
si hasta ahora el trabajador ha asumido con cierta paciencia y no
menos ilusión para que esta crisis acabe pronto, mucho nos tememos
que dejará de ser así en cuanto se adopten decisiones que
repercutirán directamente en su supervivencia. Quizá por eso el
Gobierno esté a punto de aprobar en el Congreso de los Diputados,
que para eso tiene mayoría absoluta, una Ley de Seguridad Ciudadana
que nos hace recordar la falta de libertad de expresión y
manifestación de los peores años de nuestra historia. A partir de
su entrada en vigor, todo el que decida salir a manifestarse en la
calle, a decir lo que piensa, a quejarse de lo que entiende injusto y
de que siempre tenga que pagar la clase trabajadora los platos que
rompen los poderosos, será denunciado primero y sancionado después
con multas de hasta treinta mil euros. ¿Quién es el primero que da
el paso?