Con
ocasión del encuentro que ha tenido el Partido Popular en
Valladolid, en el que y del que hemos obtenido sin duda
grandilocuentes declaraciones y no menos interesantes decisiones de
las que seguro nos beneficiaremos a corto plazo, nos vienen a la
memoria opiniones de grandes filósofos y políticos que aseguran sin
ningún género de dudas que no sirven de nada, que se trata sólo de
una puesta en escena más o menos conseguida y de los que no deben
esperarse grandes resultados. Naturalmente, dará igual que se trate
de un congreso de los populares que de los socialistas o cualquier
otra formación política. Y todo porque estos encuentros, a veces
más multitudinarios en las calles que rodean el local en donde se
desarrolla que en el interior, se hacen como en familia, es decir,
que todos los asistentes forman parte de la misma nómina y todos por
tanto tienen la misma opinión, y si no es así, ya sabe lo que le
espera al díscolo militante. Lo de la disciplina de partido es aquí
donde más se nota, donde los que hablan desde el atril se saben de
memoria la lección y que el jefe es el jefe y todos los demás deben
apoyar sin fisuras sus decisiones.
Y
tres cuartos de lo mismo ocurre si de lo que se trata es de un mitin,
porque como lo que parece interesa de verdad es que los medios de
comunicación, sobre todo los visuales, obtengan una imagen del salón
o la plaza de toros llena a rebosar, que se vean las banderas del
partido por encima de las cientos de las cabezas de los asistentes y
que el sonido confirme la unión de todos los que allí se encuentra,
el resto no sirve de nada. Por lo tanto, si casi todos los asistentes
son militantes o simpatizantes de las políticas del partido en
cuestión, se trata simplemente de un acto que tiene como objetivo
impactar en quienes luego vean las imágenes en los telediarios. Y
más si sabemos que muchos de ellos y ellas se han desplazado en
autobús comunitario pagado por la organización y han sido equipados
por el propio partido con bocadillo y cerveza o refresco. Desde
luego, aunque a nosotros nos parezca que sirven de bien poco, a los
organizadores debe resultarles todo lo contrario y de ahí que, de
alguna forma, con Valladolid se haya iniciado la cuenta atrás de las
giras que harán todos los partidos políticos por la España votante
para convencerla de que, para representarles en Europa, nadie mejor
que ellos.
Mientras
tanto, y esta es la razón de nuestra reflexión de hoy, ¿saben algo
de lo que ocurre en la calle? ¿Se han preocupado antes de contactar
con la ciudadanía para conocer de primera mano cuáles son sus
necesidades y cuáles sus exigencias? Lo sencillo es que los
profesionales de los gabinetes de comunicación desarrollen puestas
en escena y discursos, que elijan a los que pueden o no hacer
preguntas al líder, quiénes deben estar en primera fila y detrás
de él, y qué medios son los autorizados a preguntarle. Lo
complicado es controlar la calle y a las personas que andan con
pancartas reclamando justicia para sus casos, que acaban recibiendo
palos a diestro y siniestro precisamente de parte de quienes cobran
sus nóminas gracias a ellas y ellos.
Y
esto es lo que hay. Y dará igual el partido político de que se
trate. Su único objetivo es el de mantenerse en lugares de
privilegio, que para eso están pero que muy bien pagados y que las
prebendas que conlleva el cargo son la gloria misma. Lo que el pueblo
quiera de ellos, que lo encauce a través de las miles y miles de
ventanillas oficiales que encontrarán en cualquier Administración,
que para eso las colocaron ahí, para confundirlos, cansarlos y
hacerles desistir. Y el que tenga opinión diferente a la nuestra, lo
tiene sencillo: que lo haga saber.