Los
tiempos en los que las buenas noticias deben llegar sí o sí a la
población han comenzado a escucharse. Ahora lo que se oye es que
hemos acabado con la recesión y que se inicia el camino de la
recuperación económica. De hecho, algunas agencias mundiales
dedicadas al control de la economía de los Estados se han
pronunciado a favor de la nuestra, asegurando que marcha viento en
popa. Y eso está bien, porque lo queramos o no estamos convencidos
de que de algo debe servir eso de que te machaquen a mensajes
cargados de optimismo en momentos tan excepcionales como los que
vivimos. Es más, ya se anuncia la reducción de impuestos para las
personas físicas y para las pequeñas empresas, que tampoco crean
ustedes que no anima. Eso sí, llegan con un año de retraso, ya que
éstas debían haberse aplicado en enero de este año, tal y como se
nos dijo en su día. Suponemos que una cosa son los deseos y otra
claramente diferente la realidad del mercado en el que nos
desenvolvemos. Claro que nadie se esperaba, por ejemplo, que a los
autónomos le subieran un veinticinco por ciento la cuota mensual, y
así lo han hecho. Son las cosas de la política, que lo normal es
que no contenten a nadie.
Lo
dijimos ayer y hoy volvemos a echar mano de que la proximidad de las
elecciones influye en el cambio de orientación, de color y de
intención de los mensajes institucionales. Incluso la vestimenta de
nuestros representantes políticos con mando en plaza parece haber
cambiado, como si sus asesores le hubieran aconsejado que las buenas
noticias deben compartirse no sólo con buena cara, sino con ropa más
vistosa y de colores claros. Y como en política se debe aprovechar
todo, ahí les tienen ustedes, simpáticos y con vestimenta
primaveral dispuestos a compartir lo que ellos entienden que son las
buenas noticias. Los más realistas, no obstante, asumen que lo de
las cifras macroeconómicas es algo que ni conocen ni les sirve de
nada, porque lo que de verdad interesa al ciudadano, que ése sí que
ni siquiera les entiende cuando se lo cuentan, es si su economía
cambiará pronto a favor de un momento radicalmente diferente y del
que depende el futuro de su familia. Lo demás son cantos de sirena
que sí, que seguro que son buenos y que el país va a mejor, pero
que a ellos les suena a chino. Y se comprende su incredulidad.
Con
todo, no estaría de más que la cosa no se quedara en anuncios más
o menos entusiasmados y pasaran directamente a compartir con carácter
retroactivo todo lo que en su día nos quitaron: trabajo, ilusión,
educación y sanidad gratuitas, libertad de expresión, ayuda a la
dependencia, convocatorias mil de parte de las Administraciones,
anular los desahucios y ayudar a las familias que no tienen ni para
comer… Se podría hacer tanto bien a una sociedad que todo lo
espera de la clase política, que no acabamos de creernos que entre
ellas y ellos no sean capaces de interpretar con acierto lo que la
calle quiere. De no ser así y además pronto, todos sus esfuerzos,
que sabemos no han sido pocos, serán rechazados en las urnas, que es
donde de verdad nos vemos las caras. Debían hacer un esfuerzo
abriendo la mano como lo han venido haciendo con las otras clases
sociales, esas que lo tienen todo y que de esta crisis también han
sabido sacar provecho. Quizás cuando sus ansias de acapararlo todo
se calmen, y solo quizás, veamos algo de luz en nuestro futuro.
Aunque a estas alturas lo mejor sería decir que si al menos lo ven
nuestros descendientes, lo daríamos por bueno, porque por ahora ni a
eso podemos aspirar.