martes, 4 de marzo de 2014

LAS ACEITERAS, A ESCENA

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La nueva realidad del consumo de aceite de oliva virgen en los establecimientos de hostelería de todo el país nos ha traído titulares de todo tipo, es decir, opiniones de clientes y de profesionales del sector que nos proporcionan un claro ejemplo de cómo somos cuando debemos expresarnos sobre una decisión que no hemos tomado nosotros. Es el caso, por ejemplo, de una gran mayoría de los clientes que tienen por sana costumbre desayunar con el aceite de oliva como elemento indispensable en su tostada, que se han mostrado encantados con la decisión del Gobierno y la demanda del sector, según la cual debía evitarse cuanto antes que todo lo que se denominaba aceite de oliva pudiera circular con este sello de calidad por el mercado sin control. Así, los habituales a este tipo de desayunos han dado un sí rotundo a la medida. Por el contrario, es el sector donde nos encontramos con la incongruencia, con el mal ejemplo. Para unos, la mayoría, que está bien, que lo que importa es que el cliente ingiera alimentos de calidad; para otros, los menos afortunadamente, que es una lata y que tampoco les costaba nada rellenar las aceiteras. A estos últimos se les olvida que el problema no radicaba en el rellenado diario de las botellas de donde uno se pone aceite en el pan tostado y sí en lo que en realidad se le metía, porque lo que se descubrió hace tiempo, cuando se llevó a cabo un análisis exhaustivo en toda España sobre el aceite que nos servían en bares y restaurantes, es que lo que menos contenía eran aceites de calidad, y desde luego que de oliva virgen extra nada de nada.

A partir de ahora, y pronto dejará de ser noticia, el aceite de consumamos en estos establecimientos deberá responder, si no a una denominación de origen sí a una calidad contrastada y controlada que permitirá al consumidor aprovechar los beneficios que para su salud tiene nuestro aceite. En cuanto al sobrecoste que esto pueda suponer para los bares, cafeterías y restaurantes, es evidente que será el cliente el que finalmente acabe abonándolo, por lo que tampoco es para llevarse las manos a la cabeza. Y entre nosotros menos, porque en escasísimos casos se ha encontrado un aceite que no reunía la calidad debida. En el estudio al que nos referíamos y que dio a conocer la realidad de lo que se consumía como aceite de oliva virgen extra, aparecía un apartado en el que, cuando se le preguntaba al cliente qué tipo de aceite quería para su desayuno, éste siempre optaba por el de mayor calidad, aunque tuviera que pagar un poco más. Por eso quizá debiéramos preocuparnos por cómo hemos entendido la decisión del Gobierno después de la petición de los productores, de que el aceite que se servía en lugares públicos debía ser controlado a favor de una mayor calidad e imagen del aceite de oliva virgen. Y más aún, mostrar a los profesionales del sector de la hostelería la importancia que tiene también para sus negocios el que todo lo que se expenda en ellos sea controlado administrativamente para evitar la incorporación al mercado de aceites que nada tienen que ver con la calidad de los nuestros, cuando no intoxicaciones.

Por todo esto, creemos sinceramente que estamos de enhorabuena por la incorporación de aceite de oliva virgen a nuestra comida, especialmente en el desayuno. Gracias al convencimiento y esfuerzo mostrado por las productoras se ha podido llegar a una realidad que estamos convencidos nos beneficiará a las dos partes. Solo tenemos una queja: que entre nuestros aceiteros, cooperativas y productoras no se haya aprovechado el tirón del mercado y se haya puesto en las cafeterías y restaurantes nuestros aceites, que son de altísima calidad y que bien merecen ser conocidos y reconocidos en otros mercados. Que no hemos sido nunca emprendedores lo sabemos más que de sobra; el que no hayamos sabido aprovechar las oportunidades, también.