La
nueva realidad del consumo de aceite de oliva virgen en los
establecimientos de hostelería de todo el país nos ha traído
titulares de todo tipo, es decir, opiniones de clientes y de
profesionales del sector que nos proporcionan un claro ejemplo de
cómo somos cuando debemos expresarnos sobre una decisión que no
hemos tomado nosotros. Es el caso, por ejemplo, de una gran mayoría
de los clientes que tienen por sana costumbre desayunar con el aceite
de oliva como elemento indispensable en su tostada, que se han
mostrado encantados con la decisión del Gobierno y la demanda del
sector, según la cual debía evitarse cuanto antes que todo lo que
se denominaba aceite de oliva pudiera circular con este sello de
calidad por el mercado sin control. Así, los habituales a este tipo
de desayunos han dado un sí rotundo a la medida. Por el contrario,
es el sector donde nos encontramos con la incongruencia, con el mal
ejemplo. Para unos, la mayoría, que está bien, que lo que importa
es que el cliente ingiera alimentos de calidad; para otros, los menos
afortunadamente, que es una lata y que tampoco les costaba nada
rellenar las aceiteras. A estos últimos se les olvida que el
problema no radicaba en el rellenado diario de las botellas de donde
uno se pone aceite en el pan tostado y sí en lo que en realidad se
le metía, porque lo que se descubrió hace tiempo, cuando se llevó
a cabo un análisis exhaustivo en toda España sobre el aceite que
nos servían en bares y restaurantes, es que lo que menos contenía
eran aceites de calidad, y desde luego que de oliva virgen extra
nada de nada.
A
partir de ahora, y pronto dejará de ser noticia, el aceite de
consumamos en estos establecimientos deberá responder, si no a una
denominación de origen sí a una calidad contrastada y controlada
que permitirá al consumidor aprovechar los beneficios que para su
salud tiene nuestro aceite. En cuanto al sobrecoste que esto pueda
suponer para los bares, cafeterías y restaurantes, es evidente que
será el cliente el que finalmente acabe abonándolo, por lo que
tampoco es para llevarse las manos a la cabeza. Y entre nosotros
menos, porque en escasísimos casos se ha encontrado un aceite que no
reunía la calidad debida. En el estudio al que nos referíamos y que
dio a conocer la realidad de lo que se consumía como aceite de oliva
virgen extra, aparecía un apartado en el que, cuando se le
preguntaba al cliente qué tipo de aceite quería para su desayuno,
éste siempre optaba por el de mayor calidad, aunque tuviera que
pagar un poco más. Por eso quizá debiéramos preocuparnos por cómo
hemos entendido la decisión del Gobierno después de la petición de
los productores, de que el aceite que se servía en lugares públicos
debía ser controlado a favor de una mayor calidad e imagen del
aceite de oliva virgen. Y más aún, mostrar a los profesionales del
sector de la hostelería la importancia que tiene también para sus
negocios el que todo lo que se expenda en ellos sea controlado
administrativamente para evitar la incorporación al mercado de
aceites que nada tienen que ver con la calidad de los nuestros,
cuando no intoxicaciones.
Por
todo esto, creemos sinceramente que estamos de enhorabuena por la
incorporación de aceite de oliva virgen a nuestra comida,
especialmente en el desayuno. Gracias al convencimiento y esfuerzo
mostrado por las productoras se ha podido llegar a una realidad que
estamos convencidos nos beneficiará a las dos partes. Solo tenemos
una queja: que entre nuestros aceiteros, cooperativas y productoras
no se haya aprovechado el tirón del mercado y se haya puesto en las
cafeterías y restaurantes nuestros aceites, que son de altísima
calidad y que bien merecen ser conocidos y reconocidos en otros
mercados. Que no hemos sido nunca emprendedores lo sabemos más que
de sobra; el que no hayamos sabido aprovechar las oportunidades,
también.