Con
solo imaginar el país que nos dejó el dictador, las penurias que
atravesaba, el miedo a lo desconocido, la incertidumbre propia que la
palabra democracia suponía para muchas personas, valorar el papel
que desempeñó el presidente Adolfo Suárez nos parece en la
distancia sencillamente enorme. Luego, en las distancias cortas, hubo
de todo mientras se mantuvo al frente del Gobierno de la nación,
aunque es de destacar, por la importancia histórica y por la fuerza
de sus decisiones, que, con diferencia, ha sido el presidente al que
más le debe el país y el que más veces se la jugó frente a un
inquieto y peligroso ejército y no menos a los por entonces
importantísimos reductos franquistas, que influían decisivamente en
el nuevo país que quería inventar la clase política de entonces.
Fueron tiempos de una inestabilidad como nunca habíamos conocido y
de hecho cuenta en su corta historia hasta con un golpe de Estado en
toda regla, que es lo máximo a lo que puede aspirar un gobierno
electo. Por supuesto, hubo que reescribir la Historia de España
desarrollando una constitución que nos rigiera como miembros de un
país que había pasado de una dictadura a una democracia, y tampoco
fue sencillo. En definitiva, un tiempo para olvidar que nos sirvió a
todos para valorar de dónde veníamos y hacia dónde queríamos ir.
Con
la Carta Magna aprobada, el Gobierno de Adolfo Suárez puso en marcha
una revolución social que aún hoy sigue siendo un ejemplo de lo que
se conocía entonces como transición política, admirada en todo el
mundo, y que permitió la convivencia, no sin sobresaltos, de los
españoles. No obstante, para algunos la herida no se cerró bien y
debió elegirse la ruptura antes que pasar a un régimen democrático
en el que estaban representados buena parte de los políticos que lo
fueron de Franco. Pero Suárez seguía a lo suyo, convencido de que
lo que llevaba a cabo entonces era un sueño realizable y luchaba por
el contra viento y marea. ETA seguía matando, el GRAPO hacía lo
propio, el Ejército iba y venía, y velaba armas en cuarteles y
despachos a la espera del sí o el no a la intervención militar; la
inestabilidad social y la falta de trabajo eran frenos reales que
lastraron todo el proceso y aún hoy nos pasa factura, ya que
ralentizó exageradamente el desarrollo del país, que seguía sin
creerse lo que por entonces le contaban.
Cuando
Adolfo Suárez decidió dejar el Gobierno y convocar nuevas
elecciones, España se había roto en mil pedazos. Fueron años de
convulsiones políticas de gran calado que solo una persona de gran
entereza y convencimiento personal podían mantener. Para el
presidente, las críticas que desde su propio partido le hacían y la
presión política que en el Congreso ejercía el Partido Socialista
acabaron por socavar su fuerza y dimitir. Quiso volver luego creando
un nuevo partido, el CDS, pero no consiguió el resultado electoral
que esperaba. De hecho, fue la gota que colmó el vaso y decidió
dejar la política. Con todo, luego de tan malos momentos, fue su
familia y los problemas de salud que algunos de sus miembros
padecieron, como el fallecimiento de su esposa y su hija, los que
definitivamente lo obligaron a dejar la política. La figura de
Suárez tiene hoy un gran valor entre la clase política y la
ciudadanía, que ven en él y en su dedicación y esfuerzo un ejemplo
de persona honesta, de profundas convicciones y de una personalidad
arrolladora.
Con
diferencia, se ha ido el mejor presidente que ha tenido España. El
tiempo ha sido determinante para, pasados los años, valorar su
trabajo con justicia y en su justa dimensión. La importancia que le
dio al consenso, al acuerdo antes que al enfrentamiento, se han
convertido estos días en una referencia compartida por la totalidad
de la clase política y no menos del ciudadano de a pie, que sigue
convencido de que políticos de esta grandeza son los que necesita el
país para salir de la crisis y del estado de deterioro en el que nos
encontramos. Descanse en paz.