Este
espacio de fin de semana tiene hoy unas connotaciones que le
diferencian claramente de lo que es habitual, es decir, que cuando
nos despidamos no les diremos hasta el lunes porque no será así.
Por razones de trabajo, porque la semana santa nos exige dedicaciones
extra y porque la romería viene este año unida a la semana de
pasión, estamos en la obligación de volver de nuevo con ustedes una
vez que el mes de mayo haya recorrido unos días. Ocurre todos los
años y siempre por las mismas razones, y sabemos que ustedes lo
entienden. No obstante, sigue siendo fin de semana y de ahí que
echemos mano de los argumentos habituales, y más si tenemos en
cuenta que el tráfico viene dando muestras de que algo va mal, de
que los comportamientos que suelen definir mayoritariamente a los
conductores, y que han sido una especie de línea roja que solo unos
cuantos solían saltar, ahora parece que se han perdido y nos están
complicando la imagen al resto.
Les
hablamos de los conductores que, protagonistas de un accidente por
circunstancias de todo tipo, atropellan a un peatón o un ciclista y
no se detienen a socorrerlos, que es lo que exige el Código y no
menos el sentido de la solidaridad. La semana pasada, por ejemplo,
conocimos el caso de un peatón que fue arrollado por un vehículo
que lo arrastró casi trescientos cincuenta metros y que falleció en
el acto por esta causa. Al día siguiente, un ciclista fue embestido
por un automóvil que venía circulando detrás; la causa, también,
la muerte. En ambos casos se da la misma circunstancia o
comportamiento, es decir, que los dos usuarios huyen del lugar y
abandonan a las víctimas. Si tenemos en cuenta que este artículo
del Código que nos enseñan en la autoescuela lo deberíamos de
gravar en nuestras mentes para evitar este tipo de comportamientos,
es de extrañar y de denunciar que no falten a la cita de la
estadística una o dos veces al mes. No cabe en la mente de un
ciudadano solidario y con sentido común dejar en la carretera a su
suerte a la persona que acaba de atropellar, entre otras cosas porque
es posible que con una atención médica adecuada y a tiempo se le
pueda salvar la vida.
Es
cierto que los psicólogos advierten de que se trata de momentos en
los que concurren infinidad de circunstancias en el conductor
infractor y que, consciente de ello y de que puede conducir borracho
o ingerido drogas de cualquier tipo, toma la decisión errónea, como
es salir huyendo del lugar a toda prisa. El miedo a lo que le pueda
pasar, la presión en la que se desarrolla el fatídico momento y
otros detalles acaban siendo determinantes para que la huida le
parezca normal, y es lo que hace, seguir circulando si cabe más
deprisa y esconder el coche hasta que pasen unos días luego de
haberlo lavado con especial cuidado. Con todo, porque la conciencia
no le permita dormir, porque la víctima era un conocido suyo o
siguiendo el consejo de un amigo o de la familia, finalmente acaba
entregándose y reconociendo el delito. A partir de ese momento,
independientemente de que esta decisión sea tenida en cuenta en el
juicio como atenuante, se enfrenta a una situación que le hará
ingresar en prisión y al pago de la sanción económica que suele
acompañar a la sentencia judicial que se emite. De nada le servirá
su argumentación sobre que la noche era muy negra y que no llevaba
luces traseras en la bicicleta o que el peatón cruzó por donde no
debía, porque una vez que toma la decisión de huir deja sin validez
cualquier tipo de detalles.
Cuando
se produce un accidente, detenerse para ayudar no implica que se
asuma la culpa y sí que se cumple con una obligación reflejada en
el Código Penal. Sin embargo, lo de menos es lo que nos digan los
textos legales; lo que de verdad importa es actuar en consecuencia
afrontando los hechos y las responsabilidades del accidente. Todo lo
demás, argumentos propios de cobardes.