viernes, 11 de abril de 2014

AUXILIO EN CARRETERA

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Este espacio de fin de semana tiene hoy unas connotaciones que le diferencian claramente de lo que es habitual, es decir, que cuando nos despidamos no les diremos hasta el lunes porque no será así. Por razones de trabajo, porque la semana santa nos exige dedicaciones extra y porque la romería viene este año unida a la semana de pasión, estamos en la obligación de volver de nuevo con ustedes una vez que el mes de mayo haya recorrido unos días. Ocurre todos los años y siempre por las mismas razones, y sabemos que ustedes lo entienden. No obstante, sigue siendo fin de semana y de ahí que echemos mano de los argumentos habituales, y más si tenemos en cuenta que el tráfico viene dando muestras de que algo va mal, de que los comportamientos que suelen definir mayoritariamente a los conductores, y que han sido una especie de línea roja que solo unos cuantos solían saltar, ahora parece que se han perdido y nos están complicando la imagen al resto.

Les hablamos de los conductores que, protagonistas de un accidente por circunstancias de todo tipo, atropellan a un peatón o un ciclista y no se detienen a socorrerlos, que es lo que exige el Código y no menos el sentido de la solidaridad. La semana pasada, por ejemplo, conocimos el caso de un peatón que fue arrollado por un vehículo que lo arrastró casi trescientos cincuenta metros y que falleció en el acto por esta causa. Al día siguiente, un ciclista fue embestido por un automóvil que venía circulando detrás; la causa, también, la muerte. En ambos casos se da la misma circunstancia o comportamiento, es decir, que los dos usuarios huyen del lugar y abandonan a las víctimas. Si tenemos en cuenta que este artículo del Código que nos enseñan en la autoescuela lo deberíamos de gravar en nuestras mentes para evitar este tipo de comportamientos, es de extrañar y de denunciar que no falten a la cita de la estadística una o dos veces al mes. No cabe en la mente de un ciudadano solidario y con sentido común dejar en la carretera a su suerte a la persona que acaba de atropellar, entre otras cosas porque es posible que con una atención médica adecuada y a tiempo se le pueda salvar la vida.

Es cierto que los psicólogos advierten de que se trata de momentos en los que concurren infinidad de circunstancias en el conductor infractor y que, consciente de ello y de que puede conducir borracho o ingerido drogas de cualquier tipo, toma la decisión errónea, como es salir huyendo del lugar a toda prisa. El miedo a lo que le pueda pasar, la presión en la que se desarrolla el fatídico momento y otros detalles acaban siendo determinantes para que la huida le parezca normal, y es lo que hace, seguir circulando si cabe más deprisa y esconder el coche hasta que pasen unos días luego de haberlo lavado con especial cuidado. Con todo, porque la conciencia no le permita dormir, porque la víctima era un conocido suyo o siguiendo el consejo de un amigo o de la familia, finalmente acaba entregándose y reconociendo el delito. A partir de ese momento, independientemente de que esta decisión sea tenida en cuenta en el juicio como atenuante, se enfrenta a una situación que le hará ingresar en prisión y al pago de la sanción económica que suele acompañar a la sentencia judicial que se emite. De nada le servirá su argumentación sobre que la noche era muy negra y que no llevaba luces traseras en la bicicleta o que el peatón cruzó por donde no debía, porque una vez que toma la decisión de huir deja sin validez cualquier tipo de detalles.


Cuando se produce un accidente, detenerse para ayudar no implica que se asuma la culpa y sí que se cumple con una obligación reflejada en el Código Penal. Sin embargo, lo de menos es lo que nos digan los textos legales; lo que de verdad importa es actuar en consecuencia afrontando los hechos y las responsabilidades del accidente. Todo lo demás, argumentos propios de cobardes.