Por
la experiencia que ustedes nos trasladan y por la nuestra, estamos en
condiciones de afirmar de estar hartos de que, a diario y de manera
sistemática, encontremos en nuestro buzón publicidad de todo tipo.
Dará igual que sea de grandes superficies o de clínicas dentales,
porque no faltarán tampoco las empresas que nos invitan a que
compremos sus productos o utilicemos sus servicios. A colores y en
todos los tamaños, esta forma de publicidad hace tiempo que ha
dejado de interesarnos y lo que ocurre ahora es que estamos hasta la
coronilla de vernos en la obligación de retirarla y colocarla en la
bolsa de basura que debemos introducir en el contenedor del papel,
porque eso de reciclarla lo hemos aprendido de carrerilla y no se nos
pasa ni una.
Nos
gustaría hacerles llegar a las empresas que usan de este tipo de
publicidad que sí, que está bien, que todo sirve y que de todo se
puede obtener beneficio, pero que ya está, que nos dejen descansar
un poco. La publicidad en general tiene su público y está
comprobado más que de sobra que vale la pena invertir en su
desarrollo, pero desde luego que no cuando de por medio, como es el
caso de la publicidad impresa, somos conscientes de que es necesario
que se arranquen miles de árboles a diario para conseguir el papel
en el que dejar huella de lo que se compra o se vende. De hecho, las
denuncias por esta situación están patrocinadas por asociaciones
ecológicas de todo el mundo, que luchan denodadamente, y parece que
no siempre con éxito, en erradicar este tipo de aproximación al
cliente en beneficio de un planeta con un ecosistema más sostenible.
En
esta misma línea y convencidos de que existen formas y formas de
llegar hasta el potencial cliente, la obcecación de una sucursal o
franquicia de una clínica dental en nuestra ciudad estamos
convencidos de que terminará desquiciándonos los nervios. Es tal su
insistencia, tal su presencia en el buzón de casa y de la empresa,
que de verdad que, si tuviéramos que hacernos una revisión dental,
por mucho que la denunciada nos ofreciera, incluso haciéndonoslo
gratis, no se nos ocurriría ponernos en manos de cansinos tan
manifiestos y pesados. Entre otras cosas, porque nos imaginamos a los
responsables planificando lo que pondrán en el siguiente folleto que
pendientes de los clientes a los que ha toqueteado su dentadura. Y
luego casi engañando, aunque eso es otro tema que trataremos en
ocasión más propicia.
Por
lo tanto, tenemos folletos de varias hojas; de una sola, por las dos
caras; o por una; de colores y en blanco y negro; con planos de
situación para que no nos equivoquemos de dónde se encuentra
situada la empresa; largos y estrechos; con muchos dibujos o
fotografías, o con solo texto… Es verdad que la televisión, la
prensa escrita y la radio nos mantenemos en pie gracias a la
publicidad, siempre, claro que no dependa de ninguna Administración
pública, porque entonces tampoco es necesario que busquen y
rebusquen el anunciante que pagará la electricidad y los sueldos de
los empleados, que para eso cuentan con los presupuestos de su
comunidad. Pero en los tres casos, ustedes, que es a quienes va
dirigido el mensaje, tienen la oportunidad de cambiar de canal o de
estación de radio o simplemente no detenerse a leer aquello que le
meten por los ojos. Todo lo contrario ocurre cuando, en el momento
que introduces la llave en tu buzón, se te vienen encima un montón
de folletos de todos los colores y tamaños, que alguien muy
interesado en mantener esta forma de publicidad le habrá dicho al
anunciante que es muy directa y, por tanto, muy rentable. Pues en
nuestro caso, y solo por si les sirve de algo, les diremos que el
resultado es todo lo contrario. Y ahí queda para lo que ustedes
gusten mandar.