viernes, 4 de abril de 2014

EL ALCOHOL Y OTRAS DROGAS, OBJETIVO DE LA DIRECCIÓN GENERAL DE TRÁFICO

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El alcohol sigue siendo el gran enemigo de la conducción. Y se comprende si conocemos los datos de accidentalidad que se controlan por esta causa. Es más, de entre las medidas o normas que se han acomodado en el Código de la Circulación desde este mismo mes de abril, esperábamos una o dos cuando menos ligadas a este asunto, porque si se sabe que los usuarios que conducen con una tasa de alcohol superior a la permitida participan de un modo sangriento y continuado en la estadística diaria de los accidentes mortales, ¿qué esperan los responsables de Tráfico y la clase política para meter la mano e implantar medidas que vayan mucho más lejos que una sanción económica? Visto como lo vemos, se trata de una puesta en escena administrativa tomada con cautela, con miedo incluso, porque, repetimos, si es cierto que el número de fallecidos que se contabilizan a lo largo del año, que en total supera el treinta por ciento, responde exclusivamente al exceso de alcohol en sangre que se detectó en la prueba de alcoholemia realizada al conductor, ya me dirán ustedes qué estamos esperando para que desde la Dirección General, luego de convencer al Ejecutivo, se decidan medidas que de verdad frenen lo que a todas luces es menospreciado por muchos conductores.

A lo largo de los años, aunque muy especialmente desde hace aproximadamente diez, el alcohol o cualquier otra droga ligada a la conducción ha sido valorado desde diferentes prismas: se han organizado congresos con especialistas de todo el mundo, se ha decidido implantar normas más exigentes y controladoras, se han escuchado estudios de gran profundidad y se han tomado decisiones que en realidad han servido de bien poco. Ahora se quería, con esto de las nuevas normas incorporadas desde este mismo mes, que los menores de veintiún años no pudieran conducir un vehículo si habían ingerido alcohol, pero no un gramo o dos; simplemente, ni una décima. Cero alcohol, cero drogas. Ustedes mismos son los que deben opinar sobre si hubiera sido conveniente o no esta decisión, porque los datos están ahí y las consecuencias también. Un chico o una chica de entre dieciocho y veintiún años que haya consumido alcohol o cualquier estupefaciente, sentado en un vehículo dotado de un potente motor, es lo más parecido que conocemos a una bomba de relojería. Y que quede claro que no tratamos ni de lejos de violentar a la gente joven, sino de concienciar al colectivo de que todos, sin importar cuál sea nuestra edad, formamos parte de una especie de equipo sin nombre ni patrón que toma sus decisiones en total libertad y que en nuestras manos está tomar la más adecuada.


No estamos convencidos del todo de que la medida que se iba a tomar sobre la edad en la que los jóvenes pudieran consumir alcohol o drogas si iban a conducir, pero sí que esperamos la reconducción de un problema social que cada día que pasa nos cuesta más vidas, y muy especialmente entre los jóvenes. Todo lo demás que escuchemos sobre este asunto, independientemente de su procedencia, serán teorías expresadas por parte de quienes no tienen ninguna gana de complicarse la vida frente a un colectivo que sigue sin entender que, dependiendo de las decisiones que tomen sobre el alcohol cuando de por medio está el coche, sus vidas correrán o no peligro. Y la estadística no miente. Ni siquiera es necesario que se la estudie el interesado; con solo irse a la cifra final comprobará lo que les decimos.