El
hecho de que no sea la primera vez que nos enfrentamos, con solo una
semana de diferencia y solapándose algunos actos, con la semana
santa y la romería, por supuesto que nos viene muy bien para
solventar el problema que pueda suponer para quienes no acaban de
entender que es posible, que no pasa nada y que, finalmente, se trata
de dos festividades ligadas a la cristiandad con la misma fuerza y el
mismo objetivo, aunque ciertamente la diferencia reside sobre todo en
que la primera se desarrolla en un tiempo de recogimiento cristiano,
aunque también es verdad que cada vez menos para algunas personas, y
que la romería es todo lo contrario, porque se trata de ensalzar a
la Madre de Dios que hace solo unos días la veíamos llorar por la
pérdida de su Hijo paseando las calles de la ciudad. Por eso decimos
que la experiencia también en este aspecto nos viene muy bien para
interpretar el papel que nos toque protagonizar de forma que nos
permita vivir ambas celebraciones como éstas merecen, que es lo que
en ningún momento debemos olvidar en beneficio, no solo de la imagen
pública que merecen, sino para la exaltación de lo que con tanta
pasión se hace.
En
nuestra ciudad, y no es la primera ni la última vez que lo digamos,
se produce este encuentro cristiano de forma que la normalidad se
impone y que la totalidad de la población lo entiende, quizá porque
se trata de dos enraizadas y viejas creencias. Cada una de ellas
tiene su lugar en el corazón de las gentes, las dos calan muy
profundamente en todos nosotros y las dos también nos sirven para
expresarnos ante los nuestros como realmente somos. Y esto es lo
hermoso: que cuando, como este año, semana santa y romería conviven
con una semana de por medio, nadie se da por aludido y lo tratan como
algo normal que puede y debe vivirse con la intensidad que una y otra
reclaman. Importante, no obstante, es que el tiempo acompañe y
permita a unos y otros disfrutar de días de tanta intensidad, muy
especialmente en el caso del procesionamiento de las cofradías de
pasión por nuestras calles, para quienes la ausencia de lluvia es
fundamental para el lucimiento de la hermosísima imaginería que
encierran nuestros templos.
El
resto, como hemos dicho, la ciudadanía lo lleva muy bien porque lo
entiende. De hecho, vivir la semana santa en Andújar, en donde en el
mes de abril abre las puertas al mundo y su capacidad de recepción
parece no tener fin, supone el reencuentro con las tradiciones que
con más pasión y recogimiento se viven. Y si a la romería acuden
cientos de personas desde también cientos de lugares, si a la
romería vienen con infinitas ganas de reencontrarse con María de la
Cabeza, en semana santa lo hacen con más intención si cabe, porque
no se trata de una celebración como tal y sí de una conmemoración
de un tiempo en el que el sufrimiento extremo de nuestro Creador y su
Madre se reviven con una fuerza digna de mención. Y precisamente
para que esta realidad sea visible cada año, para que podamos
compartir la felicidad del esfuerzo que han realizado los componentes
de nuestras cofradías y hermandades, una semana al año nos
convocan a vivirla con la dignidad que demanda y que nosotros, la
calle, sabemos darle.
Ojalá
este año podamos disfrutarla completa. Desde luego, el esfuerzo lo
han realizado con la intención de cumplir el objetivo, es decir, que
la particular manera que tienen los cofrades de enseñar el Evangelio
al mundo se reviva una ocasión más, y de esta forma poner fin a los
esfuerzos y deseos contenidos a lo largo de los trescientos sesenta y
cinco días del año.