El
desgraciado accidente ocurrido entre una retroexcavadora y un autobús
la semana pasada, con nada menos que cinco menores fallecidos, en la
que todo indica que el conductor de la primera había consumido
sustancias estupefacientes, ha activado en la Dirección General de
Tráfico una campaña alertándonos sobre las consecuencias que se
derivan del consumo de alcohol o cualquier otra droga cuando se
conduce. La directora general encabeza esta decidida lucha
informándonos casi a diario de datos que confirman lo que por otra
parte todos conocemos o deberíamos tener claro. A saber: que el
setenta y cinco por ciento de los accidentes que se producen en
España tienen su origen precisamente en el consumo indebido de
alcohol o drogas; que de éstos, el cuarenta y dos por ciento de los
muertos lo han sido por la misma causa. Frente a tanta contundencia,
lo primero que se nos ocurre pensar es cómo es posible que estemos
conviviendo con personas que menosprecian su vida y la de los demás
de forma tan gratuita. Sin ir más lejos, el mismo día del luctuoso
accidente del autobús, un camión de reparto de bombonas de butano
se salía de la calzada en la provincia de Almería porque el
conductor sextuplicaba la cantidad permitida de alcohol en sangre. El
lunes de esta misma semana, a primeras horas de la mañana, la
Guardia Civil de Tráfico da el alto a un autobús escolar en una
ciudad de Murcia y somete a su conductor a la prueba de alcoholemia.
Resultado: cuatro veces más de la permitida. En el autobús viajaban
trece escolares y dos educadores.
Lo
que se deduce de estos sucesos viene a confirmar que lo del alcohol y
las drogas es algo muy extendido entre los conductores. Lo que seguro
no alcanzaríamos a entender son las razones que cada uno pudiera
esgrimir para justificar su actitud; si acaso, si desde el principio
asumieran que se trata de una decisión propia de gentes sin
escrúpulos, de escasa personalidad y de actitud frívola. Y todo
porque no se entiende que, siendo conscientes de que su vehículo los
espera para trasladarlos de un lugar a otro, consuman cualquier
elemento que les altere sus coordenadas y que, además, están
prohibidos. No es nuevo, por ejemplo, que un conductor de autobús
escolar o no haya sido detenido con una tasa de alcohol en sangre
fuera de toda lógica, como tampoco lo es que algunos conductores de
los que se ven involucrados en un accidente huyan en busca de tiempo
para que les baje la tasa de alcohol que llevaban en ese momento.
Luego, con aducir que lo hicieron porque se asustaron o que perdieron
el control de sí mismos y corrieron sin dirección ni destino, todo
arreglado.
Lo
negativo del asunto de las drogas, el alcohol y el coche es que cada
vez estamos más convencidos de que nos cruzamos con cientos de ellos
cuando viajamos y que cualquier momento es bueno para vernos
involucrados en un accidente sin comerlo ni beberlo. De hecho ocurre
casi a diario, como confirmado queda por las declaraciones de la
directora general, señora Segui, que afirma con toda rotundidad que
se bebe y se usa de la droga con demasiada frecuencia mientras se
conduce, y en todos los colectivos. Antes, estos excesos solo los
veíamos en las madrugadas de los fines de semana, cuando los jóvenes
salían de las macrodiscotecas y eran sometidos a las pruebas de
alcohol y estupefacientes. Ahora no; ahora la cosa es más compartida
y nos encontramos, ya lo hemos visto, entre quienes conducen una
máquina agrícola o un autobús. Tampoco faltan los profesionales
del transporte en esta estadística, aunque ciertamente que en menor
número. Por cierto, a todo esto súmenle ustedes las distracciones,
los móviles, los gepeeses, la radio, el cedé, etc., y comprenderán
por qué insistimos en que salir a la carretera es por sí mismo un
peligro.