martes, 6 de mayo de 2014

LA CRISIS NOS HA CAMBIADO LAS COSTUMBRES

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Que la crisis nos ha obligado a cambiar nuestras costumbres, que la falta de dinero ha influido en nuestras cosas y que el negro futuro que tenemos por delante nos invita a cuidar los escasos excesos que nos podemos permitir, es algo tangible y muy compartido. Un ejemplo en el que basarnos para confirmar el inicio de nuestro comentario de hoy lo encontramos en las comuniones, esos convites que hace nada unían ante el niño o la niña a cientos de amigos y familiares dispuestos a dejarse lo que hiciera falta con tal de quedar bien y de que el comulgante mostrara más interés por su regalo que por otros. Precisamente esos son los que ahora, porque recordemos que las comuniones se siguen celebrando, son un termómetro perfecto para tomar el pulso a una sociedad encorsetada económicamente que elude siempre que les es posible este tipo de eventos a favor de evitar un desembolso que, no lo neguemos, nunca nos viene bien y que acabamos echándolo de menos a final de menos.

Hace unos años, lo de las comuniones de los familiares directos y los que no lo eran tanto casi las esperábamos con ilusión. Nos permitían el reencuentro con el resto de amigos y lo aprovechábamos para acudir, si era posible, con un coche nuevo que presentar en sociedad, porque recordemos que antes estrenábamos vehículo cada tres o cuatro años y ahora se nos cae a pedazos y ni podemos acudir al taller a que lo reparen. Pues bien: entonces el número de invitados alcanzaba los doscientos en cuanto te descuidaras un poquito y nos cuentan que a los padres, luego de abrir los sobres que les dejaban caer los invitados, les quedaba dinero para echarse unas vacaciones a costa del niño o la niña. Ahora no; ahora la cosa ha cambiado como de la noche al día y los habituales locales en los que se concentraban este tipo de eventos ahora han dejado paso a las cocheras de la familia o de algún amigo, cuando no la viña o el patio o el salón de la casa. Aquellos opíparos convites, con platos más que de sobra repletos de riquísimas viandas, han dejado paso a las patatas fritas, los manises, los patés, los habituales fiambres y, si se puede, algo de jamón ibérico de cebo. Y punto. Eso de marisco hasta hartarse ha dejado paso al sentido común y al hasta aquí puedo llegar, porque lo evidente es que los invitados, estrictamente el círculo familiar, tampoco andan para excesos económicos que no tengan controlados.

Naturalmente, esta situación ha llegado, ¡faltaría más!, a los establecimientos especializados en banquetes de cualquier tipo, que han visto cómo la crisis también les ha pasado factura inflingiéndoles un duro golpe bajo. De las veinte o treinta que tenían oportunidad de facturar cada temporada, en la actualidad no superan las seis o siete, y eso con suerte, porque recordemos que la proliferación de locales en los que poder desarrollar una celebración de este tipo se ha multiplicado de una forma casi diríamos que exagerada. La consecuencia directa que se deriva de todo esto no es otra que el cierre de algunos de ellos y la caída en picado de las pretensiones de quienes los gestionan, que han visto cercenados sus sueños de al menos pagar sus deudas, que para eso precisamente se cuidaban con mimo todos los detalles que concurrían en los banquetes de comulgantes. Ahora, como hemos dicho, nos encontramos con estas reuniones en donde menos te lo esperas y dan muestra de una realidad económica que nos pasa factura en cualquiera de nuestras ancestrales costumbres. Los tiempos que corren no demandan precisamente convites a recordar por parte de los invitados y sí encuentros de amigos y familiares en los que solo se tiene en cuenta las horas que pasen juntos.


Como estamos convencidos de que a algunos de ustedes les veremos pronto en uno de estos banquetes familiares, dispónganse a disfrutarlo y pensar que los buenos tiempos no tardarán en llegar.