
El
tema de las cacas de los perros en las calles no solo es un mal
ejemplo para los ciudadanos, sino una clara demostración de lo que
algunos y algunas son capaces de hacer con tal de eludir una
responsabilidad añadida a las obligaciones propias de quien es el
propietario y por tanto responsable de un animal. Por otro lado,
estos ciudadanos añaden a su currículo el poco o escaso apego que
le tienen al aspecto y la salubridad de su ciudad, permitiendo que la
defecación de su animal quede en medio de la vía siendo consciente
de que no tardará paseante que la pise y la comparta allá donde
vaya. Aunque no aceptamos que no sepa de las consecuencias que se
derivan de esta acción, le informamos, no obstante, de que no solo
se trata de una desagradable situación para quien tiene la mala
fortuna de ponerle el pie encima, sino de la inevitable transmisión
de enfermedades que se expandirán en el momento que el hecho se
produzca, puesto que son sus heces por donde los animales expulsan lo
malo que tienen en su interior.
Estamos
convencidos de que si el autor o autora de abandonar en plena calle
lo que es suyo, o sea, la caca de su perro, se enfrentara a la misma
situación del que ha tenido la mala fortuna de pisar la de su
mascota, otro sería el comportamiento que mostraría y otra la
interpretación que daría sobre un momento que no cabe duda se trata
de un mal paso. Seguro que el calificativo con el que definiría al
que ha cometido el mismo abuso que él o ella tendría un contenido
más duro, desde calificarlo como mal ciudadano a cualquier otro
improperio de los que tenemos prestos para quien nos limite nuestra
libertad. Sin embargo, como buen ser humano que es, como egoísta que
se sabe y como mal ciudadano que confirma ser, no admitiría ni
siquiera que alguien le llamase la atención. De hecho ocurre y no ha
sido la primera vez que incluso el enfrentamiento ha ido más allá
de las palabras.
Nosotros
entendemos que el endurecimiento de las medidas que ya se han tomado
por parte de la Delegación correspondiente de nuestro Ayuntamiento
debían ser inmediatas, sin dilación, porque comprobado está que
los autores de esta fechoría, que escogen por cierto calles poco
transitadas en donde, por si faltaba algo, transitan cientos de
escolares a diario, no saben o no quieren saber que puede
originarse una epidemia por la caca de un animal si porta alguna
enfermedad. Sanciones duras como exige el asunto y control específico
por las vías que suelen visitar estos malos vecinos, estamos
convencidos de que servirían cuando menos para frenar lo que se ha
convertido en un rito diario por parte de quienes ni se plantean
recoger lo que su mascota deja en el suelo una o dos veces al día. Y
no es ninguna tontería lo que decimos. Con solo hacer unos números
rápidos llegaremos a la conclusión de que se trata de cientos de
kilos de defecaciones de los perros los que deben retirarse de la vía
pública al año y que es un gasto que comparte toda la ciudadanía,
tenga o no animal a su cargo.
Es
evidente que esta situación, molesta y dañina para la salud de los
humanos, debía erradicarse cuanto antes a favor de una ciudad más
limpia y con el aspecto que merece la comunidad. La autoridad
competente tiene un reto de complicada solución, pero atajarlo es su
responsabilidad y tendrá que empeñarse en conseguirlo. Quizá si se
tocara el bolsillo del dueño del animal de forma que se resintiera
durante unos meses, es muy probable que pusiera todo de su parte
para que su mascota no deje huellas de su paseo por nuestras calles.