Lo
de los usos y costumbres de pueblos y de comunidades no crean ustedes
que se trata de asunto menor. De hecho, solo hay que asomarse allá
en donde el radicalismo representa un entorpecimiento para las
personas que se desenvuelven en sus exigencias para comprobar que o
se aceptan o tienen todas las de perder. Por eso hay que ser
respetuosos con su implantación y no menos con quienes lo decidieron
en su día, que seguro que en ese momento tuvo razones de sobra para
que se adoptase la medida que ahora nos parece fuera de lugar, o si
quieren ustedes anacrónica por no responder a los tiempos en los que
nos desenvolvemos. La mismísima Iglesia romana es un ejemplo máximo
de la lentitud con la que se adoptan, se imponen o se implantan modas
o costumbres. Pasan años y años, papas y papas y, como mucho,
alguna oración de las más compartidas recibe algún retoque sin
importancia, pero que en la cúpula de san Pedro ha costado lo suyo
implantar.
¿Y
por qué les contamos todo esto o usamos una introducción tan larga
al comentario del inicio de semana? Sencillo: porque el sábado
tuvimos la oportunidad, un año más, de asistir al procesionamiento
por las calles de la ciudad de nuestra patrona, la Virgen de la
Cabeza, a la que por cierto, en la totalidad del recorrido, no le
faltó el aliento, el aplauso y el cariño de los asistentes, que
estaban por mil y que agradecieron su presencia como solo se
agradecen las cosas divinas: con el corazón henchido de amor y con
las lágrimas a flor de piel cuando no necesitadas de pañuelo
reparador. Así somos y deseamos fervientemente que mantengamos
nuestras costumbres contra cualquier modernismo que viniera a cambiar
lo que hemos mamado desde nuestra infancia. Quizá por eso esta
mañana queramos meternos, como dicen los castizos, en camisa de once
varas, y nos planteemos seriamente las razones para que la Morenita
sea paseada ante su rendido pueblo como si se tratara de un paso de
pasión. Y no crean ustedes que se trata de una opinión personal;
muy al contrario, de un extendidísimo sentimiento que pudimos
compartir por donde discurría Ella y que, en contadísimas
excepciones, comprobamos que no es del gusto de casi nadie, por no
querer ser tajantes en nuestras apreciaciones.
Oíamos:
¿Por qué de esta forma tan tétrica, triste y desfasada de los
tiempos que corren? ¿No sería mejor mostrarla como se ha hecho
desde que tenemos memoria? Y también la respuesta de algún cofrade
que aseguraba ante las quejas que era la costumbre de hace años, y
la cofradía quiere recuperar su autenticidad… ¿Y no podían
empezar por otra y no por algo que cambia los conocimientos que
tenemos incluso los mayores sobre este procesionamiento antes y
después de su novena? Y si el problema es que su recorrido por la
ciudad no debe parecerse en nada a lo que vivimos cuando sale de su
basílica-santuario, entonces se obliga a los anderos a presentarse
en tiempo y forma, donde se incluya la vestimenta adecuada al peso y
valor de lo que van a soportar, y todo arreglado, decía otro. En
definitiva, demasiadas quejas y desapego, que es lo mismo que decir
que no se produjo el entendimiento habitual entre la imagen y sus
hijos, que dedicaron más tiempo al rechazo o la crítica que a
venerarla y suplicarle ayuda para tantos males que padecemos.
Este
año también, por tanto, hemos vivido con tensión lo que debía
representar todo lo contrario: una procesión de la patrona no del
gusto de una gran mayoría que entendemos que quizás sería
interesante no replantearse, pero sí detallarse desde un punto de
vista más cercano de lo que quizá podía necesitar otra decisión.
Al fin y a la postre, aceptamos que es el pueblo el que debe
integrarse en la comunión con la cofradía, eso sí, sin
imposiciones que no sabemos si antes han sido planteadas
convenientemente. Es más, no siempre las viejas costumbres han
renovado las creencias y las almas y, que sepamos, es el gran papel
que interpreta en toda esta historia la Virgen de la Cabeza.