lunes, 12 de mayo de 2014

LA VIRGEN DE LA CABEZA Y SU PUEBLO

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Lo de los usos y costumbres de pueblos y de comunidades no crean ustedes que se trata de asunto menor. De hecho, solo hay que asomarse allá en donde el radicalismo representa un entorpecimiento para las personas que se desenvuelven en sus exigencias para comprobar que o se aceptan o tienen todas las de perder. Por eso hay que ser respetuosos con su implantación y no menos con quienes lo decidieron en su día, que seguro que en ese momento tuvo razones de sobra para que se adoptase la medida que ahora nos parece fuera de lugar, o si quieren ustedes anacrónica por no responder a los tiempos en los que nos desenvolvemos. La mismísima Iglesia romana es un ejemplo máximo de la lentitud con la que se adoptan, se imponen o se implantan modas o costumbres. Pasan años y años, papas y papas y, como mucho, alguna oración de las más compartidas recibe algún retoque sin importancia, pero que en la cúpula de san Pedro ha costado lo suyo implantar.

¿Y por qué les contamos todo esto o usamos una introducción tan larga al comentario del inicio de semana? Sencillo: porque el sábado tuvimos la oportunidad, un año más, de asistir al procesionamiento por las calles de la ciudad de nuestra patrona, la Virgen de la Cabeza, a la que por cierto, en la totalidad del recorrido, no le faltó el aliento, el aplauso y el cariño de los asistentes, que estaban por mil y que agradecieron su presencia como solo se agradecen las cosas divinas: con el corazón henchido de amor y con las lágrimas a flor de piel cuando no necesitadas de pañuelo reparador. Así somos y deseamos fervientemente que mantengamos nuestras costumbres contra cualquier modernismo que viniera a cambiar lo que hemos mamado desde nuestra infancia. Quizá por eso esta mañana queramos meternos, como dicen los castizos, en camisa de once varas, y nos planteemos seriamente las razones para que la Morenita sea paseada ante su rendido pueblo como si se tratara de un paso de pasión. Y no crean ustedes que se trata de una opinión personal; muy al contrario, de un extendidísimo sentimiento que pudimos compartir por donde discurría Ella y que, en contadísimas excepciones, comprobamos que no es del gusto de casi nadie, por no querer ser tajantes en nuestras apreciaciones.

Oíamos: ¿Por qué de esta forma tan tétrica, triste y desfasada de los tiempos que corren? ¿No sería mejor mostrarla como se ha hecho desde que tenemos memoria? Y también la respuesta de algún cofrade que aseguraba ante las quejas que era la costumbre de hace años, y la cofradía quiere recuperar su autenticidad… ¿Y no podían empezar por otra y no por algo que cambia los conocimientos que tenemos incluso los mayores sobre este procesionamiento antes y después de su novena? Y si el problema es que su recorrido por la ciudad no debe parecerse en nada a lo que vivimos cuando sale de su basílica-santuario, entonces se obliga a los anderos a presentarse en tiempo y forma, donde se incluya la vestimenta adecuada al peso y valor de lo que van a soportar, y todo arreglado, decía otro. En definitiva, demasiadas quejas y desapego, que es lo mismo que decir que no se produjo el entendimiento habitual entre la imagen y sus hijos, que dedicaron más tiempo al rechazo o la crítica que a venerarla y suplicarle ayuda para tantos males que padecemos.


Este año también, por tanto, hemos vivido con tensión lo que debía representar todo lo contrario: una procesión de la patrona no del gusto de una gran mayoría que entendemos que quizás sería interesante no replantearse, pero sí detallarse desde un punto de vista más cercano de lo que quizá podía necesitar otra decisión. Al fin y a la postre, aceptamos que es el pueblo el que debe integrarse en la comunión con la cofradía, eso sí, sin imposiciones que no sabemos si antes han sido planteadas convenientemente. Es más, no siempre las viejas costumbres han renovado las creencias y las almas y, que sepamos, es el gran papel que interpreta en toda esta historia la Virgen de la Cabeza.