Por
lo que vemos y escuchamos a los diferentes líderes de los también
diferentes partidos políticos, aunque no tanto, está claro que
también en esta ocasión, como en las anteriores y en las anteriores
de las anteriores, los discursos que les escuchamos tienen muy poco
que ver con la realidad de los ciudadanos. Así, para unos la cosa de
la crisis ha dejado de ser un problema porque hemos comenzado un
despegue imparable hacia el estado de bienestar de hace unos años, y
están dispuestos a mantenerlo a toda costa; si es a otros, todo lo
contrario, con el agravante de que nos devuelven a la realidad
asegurándonos que todo lo que nos dicen los otros son solo mentiras
irrealizables y que lo único que quieren es que les votemos. Luego,
ya se sabe: harán con nuestro voto lo que les convenga. No faltan
tampoco los que han mostrado más coherencia a lo largo de estos años
con respecto a las necesidades de la ciudadanía y anuncian
actuaciones que nos permitirán a todos vivir en mejores condiciones
que lo hacemos ahora, aunque en realidad eso no debe ser difícil de
conseguir, ya que con que solo nos empujaran un poquito nos situarían
en condiciones de prosperar.
Ocurre,
sin embargo, que tampoco en esta ocasión asistimos a la renovación,
no ya de los candidatos, que tampoco, sino al discurso. No sabemos si
se trata de un problema compartido de los profesionales que se
dedican a prepararles sus peroratas o si es cosa de que no dan más
de sí, que tampoco crean ustedes que se trata de una opinión
descabellada. Sí coinciden en la mayor, es decir, en criticarse. Y
no es que no tengan cosas que denunciarse unos de otros, sino que en
la calle se percibe el cansancio que representa el que se les note
tanto su incapacidad para ilusionar a quienes tengan el valor y la
paciencia de escucharlos. La realidad de la ciudadanía pasa por
temas y asuntos mucho más peregrinos y desde luego más terrenales:
hipotecas, enseñanza, sanidad, copago, familia, vivienda, la comida
diaria, la dependencia, el trabajo digno… A partir de estas
necesidades básicas, todo lo que quieran. Eso sí, si antes no se
han tenido en cuenta desde luego que pueden irse con la música a
otra parte.
Ahora
todos han luchado por nuestros derechos, todos se han dejado el alma
en la consecución de sus objetivos, todos se ponen medallas que no
les corresponden y todos también se autoerigen en nuestros
salvadores. Como dijo una dirigente política, o somos nosotros o la
nada. Es tal el nivel de autoestima que algunos centros de los que
preparan a futuros dirigentes políticos inyectan en sus alumnos, que
perlas de este tipo las podemos encontrar estos días a la vuelta de
la esquina. Y lo peor de todo es que nosotros, los de a pie, los que
no disfrutamos ni tan siquiera de uno, y menos de dos o tres sueldos,
los que finalmente les proporcionamos el puesto de trabajo que sin
ningún merecimiento que vaya más allá del esfuerzo que les haya
supuesto los quince días que ha durado la campaña a las europeas,
les permitirá vivir como auténticos privilegiados en los cuatro
años siguientes. ¿Y qué podemos esperar? Más bien poco, porque
comprobado hemos que una cosa es lo que nos prometen y otra
radicalmente diferente lo que consiguen.
De
hecho, si tuvieran ustedes que valorar lo ocurrido desde el mes de
agosto del 2008 hasta hoy, ¿de qué ha servido el papel de nuestra
clase política si no para acabar de hundirnos en la miseria? Y si
alguien piensa que nos podía haber ido peor, aceptamos su opinión,
aunque se trata de algo que no podremos comprobar en ninguno de los
casos, mientras que lo que padecemos y sufrimos es lo que es. Y esto
es lo que hay.