Las
vacaciones de verano ya han comenzado para muchos mortales. Los que
tendrán la posibilidad de acceder a ellas en poco tiempo los
observan con envidia contenida, convencidos de que lo mismo les
ocurrirá a los que ahora observan cuando les toque a ellos hacer lo
propio, es decir, disfrutar de su período vacacional. Nosotros
queremos entrar de lleno en lo que nos importa para una época del
año en la que, con diferencia, más automovilistas circulan por
nuestras carreteras y en la que más litros de combustible se
consumen: el verano. Millones serán los desplazamientos y millones
también las personas que irán de un lugar a otro de la península o
fuera de ella en busca del lugar en el que descansarán del agitado y
convulso día a día. Consecuentemente, millones también las
posibilidades de verse involucrado en un accidente, o simplemente
sufrir una avería en su coche, y decimos sufrir con todas las
consecuencias, porque nadie mejor que un conductor que se ha visto
con el coche detenido en medio de la carretera, completas sus plazas
y el maletero, para que nos entienda. ¿Y por qué ocurre esta
anomalía?
Si le
restamos un porcentaje de no más de un cinco o seis por ciento a la
situación, porque acontecen momentos en los que no es posible
plantearse valoración alguna que no tenga que ver con la mala
suerte, el porcentaje restante está ligado a la habitual y extendida
despreocupación con la que muchos usuarios se enfrentan al día a
día de su coche, es decir, a la dejadez propia de quienes entienden
que, mientras ande, para qué levantar el capó y comprobar al menos
la apariencia del motor, que a veces nos permite observar que algo va
mal, y que nos puede evitar con toda seguridad una avería mayor y
por tanto más costosa. Ahí reside buena parte de lo que luego debe
ocurrirnos, no que puede, sino que debe, ya que hemos comprado todas
las papeletas de la rifa en la que se sortea un mal inicio o el final
de las vacaciones. Que a uno se le pinche un neumático porque en el
camino se ha encontrado un clavo es algo que puede ocurrir y que
podemos calificar como de mala suerte, pero que un motor se gripe
responde sin ninguna duda a la despreocupación de su propietario,
que no ha tenido el detalle de comprobar el nivel, operación
elemental y que solo exige de nosotros que el vehículo lleve al
menos dos horas con el motor apagado y en posición horizontal, y en
meter y sacar la varilla un par de veces; la primera porque la
lectura no es real y la segunda porque es la que nos informará de su
estado y de si necesita añadirle.
Seguro
que alguno de ustedes sonreirá cuando lean o escuchen lo que les
decimos, pero es así de elemental. No existe interés ninguno por
nuestra parte en magnificar lo que se entienden como obligaciones
mínimas de control del coche o vehículo, en el que, recuerden,
iremos nosotros y nos acompañará la familia o los amigos, que viene
a ser lo mismo que decir que con nosotros viaja lo más importante
que poseemos. Y punto. Aceptar que no somos capaces de atender estos
mínimos es lo mismo que asegurarse un susto en el camino. Por eso el
papel que juega en esta pequeña historia nuestro mecánico es
fundamental, porque será el que nos evite la sorpresa de vernos
detenidos en la carretera a la espera de una grúa que nos traslade
al punto que elijamos y que evidentemente nos restará parte del
tiempo que tengamos previsto para las vacaciones. Y todo lo demás,
porque el asunto va para largo y nos demandará atención hasta el
último momento, ya que deberemos estar pendientes de la evolución
de la avería acudiendo al taller con regularidad, y luego pagar la
factura, que a veces supera nuestras expectativas y nos deja sin
efectivo para los días que nos queden. Por todo lo que les hemos
contado, no lo dejen para mañana. Acudan hoy mismo a su taller o
pidan cita, que el que da primero, recuerde, da dos veces. Y felices
vacaciones.