Casi
siete mil cuatrocientos desempleados en nuestra ciudad no es una
cifra que nos sirva precisamente para estar orgullosos de ella. Al
contrario, nos debería avergonzar. Es más, por aquello de que los
detalles clarifican el horizonte, debería abochornar a quienes
tienen más posibilidades y concretamente obligaciones específicas
en este asunto del trabajo, por no haber sido capaces de actuación
alguna que vaya más allá que la de incrementar diariamente esta
terrible cifra. Pero vemos que no, que ni siquiera cuidan el detalle,
que salen a la calle y en los medios de comunicación ufanos y
distendidos, como si con ellos no fuera la cosa, dando pistas sobre
cuáles son en realidad sus intenciones. Naturalmente, aceptando que
sean muchas y muchos los que no caigan en esta actitud tan canalla,
lo que nos importa es que el resto, que son los que padecen la falta
de trabajo y viven en una situación de desamparo insostenible, la
padezcan de forma tan contundente. Y es que, sí, cuando acuden a
ellas y ellos, cuando les reciben y les animan a seguir soportando
tamaña injusticia, vuelven a lo suyo, o sea, al ostracismo más
corrosivo, lo hacen animosos por las promesas que les han hecho
llegar desde la mentira y el ‘déjame tranquilo, que no tengo
tiempo para ti y tu problema’.
Así
las cosas, que el populismo de derechas y de izquierdas esté ganando
adeptos a pasos agigantados y que hayan dejado de ser partidos
marginales para convertirse en referencia o nido de los millones de
desencantados que deambulan hoy por la política, es lo menos que
podía ocurrir. Se han aumentado los desahucios en el primer semestre
de este año, si los desempleados que encontraron trabajo este verano
son conscientes de que ha sido temporal y que de hecho ya están
volviendo a casa, si la dependencia ha sido literalmente barrida del
mapa social de nuestro país, si los sueldos de los empleados de toda
la vida han descendido hasta casi el sueldo mínimo interprofesional,
sino no más, si han aumentado peligrosa y vergonzosamente los niños
que están mal nutridos y que pasan hambre, si cada vez se percibe
con más nitidez que lo de la recuperación económica es simplemente
otra mentira, si todo lo que necesitamos sube sin parar… ¿alguien
se creerá que lo de estos partidos emergentes se debe a un fenómeno
social propio de una generación más politizada o simplemente que se
trata de millones de personas hartas de ser utilizadas como
conejillos de indias, sin futuro, y que se encuentran al borde del
abismo que los transportará al Más Allá con asiento de primera?
Lo
que se percibe desde fuera es bien distinto, desde luego. Sin ir más
lejos, ¿de qué nos ha servido el último resultado electoral de las
europeas que no haya sido para colocar a unos y otros en lugares de
privilegio y seguir sacando tajada? Si se asegura que la falta de
trabajo acaba incluso con la democracia, pensar que la situación
actual no acabará cambiando el actual panorama político nacional
puede jugarles a algunos una mala pasada. Es más, si aceptamos a
pies juntillas que ‘camarón que se duerme se lo lleva la
corriente’, ¿cómo no hacerlo ante lo que se viene haciendo
rematadamente mal casi desde sus inicios? Lo de menos ahora es que se
condene a los corruptos y que se eliminen los que quedan por
despachos y hermandades; lo que quedará de por vida entre la
ciudadanía es que la política solo ha servido a los más
privilegiados, a los que llegaron antes, a los que acudían a ella no
por ideales, si no por dinero y prestigio. Y lo que es peor: que
seguiremos siendo unos pringados.