Los
ayuntamientos en general y el nuestro en particular tienen por
delante una tarea urgente e ineludible. Se trata de revisar una por
una las farolas que conforman el alumbrado de la ciudad; el fin no es
otro que el de comprobar mediante los elementos necesarios el estado
en que se encuentran y, sobre todo, cerciorarse los técnicos de que
apoyarse en cualquiera de ellas, por otra parte una situación muy
extendida y compartida por gentes de todas las edades, no va a
suponer una descarga eléctrica suficiente como para acabar con la
vida de quien haya osado ponerle la mano encima. Por el momento, y en
solo dos meses, dos jóvenes han perdido la vida por esta causa, la
última una chica de catorce años que tuvo la mala fortuna de
cruzarse con la dichosa farola en la ciudad de Santiago de
Compostela. Este suceso se produjo sobre las dos de la madrugada en
las fiestas de Guadalupe de la ciudad compostelana, durante la
actuación de la orquesta. Al lugar se desplazó una ambulancia
asistencial y otra medicalizada del 061, cuyo personal sanitario
practicó las maniobras de reanimación a la menor, pero la
adolescente falleció en el lugar.
Por
supuesto, desde el ayuntamiento compostelano ya han informado que se
están realizando los trabajos convenientes para controlar la
totalidad del alumbrado de la ciudad y evitar de esta forma que
vuelva a ocurrir. Y es ahí donde queremos llegar, que si es verdad
que más vale prevenir, ahora es el momento de poner en marcha un
programa que, una vez desarrollado, pueda transmitir a la ciudadanía
la seguridad de que en Andújar las farolas reúnen las
características técnicas que exigen para su instalación. Y no lo
decimos porque sí, ya que no faltan las que le han sido arrancadas
las puertas de acceso, las que muestran descarada y peligrosamente su
cableado y las que cubren estas deficiencias con un simple papel de
cerrar cajas de cartón. Desde luego que con esto no queremos decir
que exista dejación municipal, pero sí que el peligro es real y que
a él tienen paso directo precisamente los menores, los que gustan de
tocar donde no deben.
Dos
sucesos de estas características en tan poco tiempo, incluso nos
lleva a pensar si no sería interesante comprobar si el fabricante de
estas luminarias fuera el mismo y que existiera una deficiencia de
fabricación que acabara siendo mortal para quien tiene la mala
suerte de cruzarse con ellas. No es cuestión de marcarle el paso a
nadie, aunque sí de mostrar una preocupación real que debería
cuanto antes ser calmada luego de un exhaustivo repaso a las
instaladas en nuestra ciudad. Entendemos que este tipo de
desgraciados sucesos deben alertar por sí solos a quienes tienen la
responsabilidad en las ciudades del alumbrado público, y más si por
el momento hemos tenido la suerte no vernos involucrados en una
situación tan dura. Eso de que una menor de catorce años, hija
única, salga de fiesta con sus amigos y que ya no vuelva a casa
porque se aferró a una farola que tenía cerca buscando apoyo o
descanso momentáneo, no solo no tiene lógica, sino que estamos
convencidos que traerá graves problemas al ayuntamiento por una
posible inhibición de funciones.
En
Santiago de Compostela se ha producido lo que por otra parte era de
esperar, es decir, que muy pocos son los menores y los niños que
andan sueltos por las calles ante el temor, por no decir terror, de
sus padres o tutores, convencidos de que cualquiera de las farolas
que encuentran a su paso pueden descargar sobre quien les ponga la
mano encima electricidad suficiente como para acabar con sus vidas en
segundos. Nosotros estamos a tiempo de evitarlo. Solo hay que ponerse
manos a la obra.