jueves, 11 de septiembre de 2014

HACERSE VER Y ACEPTAR QUE NO SIEMPRE SE ACIERTA

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Lo de preocuparse por lo que digan de ti o por lo que haces viene a ser como estar convencido de que todo el mundo te quiere, que todos te echan de menos, que tus realizaciones o decisiones son apoyadas unánimemente. Lógicamente, de no ser así, de ser consciente de que lo tuyo siempre es cuestionado, supone un esfuerzo físico e intelectual añadido que acaba pasándote factura hasta en la salud, que es lo último que debes exponer al escarnio público. Con este planteamiento lo que venimos a decir es que hay que estar para las duras y las maduras y cada día que pasa estar más convencido de que, aunque te dejes la piel en el empeño, aunque no descanses ni de día ni de noche, la valoración que hagan los que te siguen u observan casi siempre responderá a un condicionamiento sesgado por principios de envidia y rencor. Consecuentemente, lo mejor para el que regularmente se las tiene que ver con el juicio público es decidir y ejecutar desde el sentido común y sus principios. Si luego no consigue su objetivo, cosa por otra parte muy normalizada en el área política, por muy difícil e incluso peligroso que pueda resultar reconocer el error, aceptar que éstos nos acompañan en todo lo que hacemos es curarse en salud y evitar críticas fáciles. Así las cosas, cuando se asumen cargos representativos de valor social, prepararse para situaciones en las que puedes resultar dañado y que devienen de las decisiones que has tomado, ya hemos dicho que benefician la salud del protagonista y que habilitan trayectorias novedosas que recorrer en busca del éxito que no siempre, por cierto, se consigue fácilmente.

Quizá el problema resida en que saber delegar  parece que no se lleva especialmente entre la clase política, que gusta de apretar el puño y no dejar resquicios que pueden suponer una pérdida de poder o, lo que puede ser incluso peor, debilidad ante los suyos. Evidentemente, se trata de un error que no por compartido deja de ser un vicio peligroso de consecuencias imprevisibles para quien lo usa como enseña personal e intransferible. Esta característica, en manos de un psicólogo, obtendría de inmediato su descalificación más severa, ya que no solo representa una peligrosa falta de personalidad del individuo en cuestión, sino que lo presenta socialmente como frágil y peligroso por imprevisible cuando se siente acorralado. A todo esto, cuando se comete el error de compartirlo con el mundo, algo que desde que las redes sociales han impuesto sus condiciones cualquier asunto alcanza cotas de peligrosidad desconocidas, la debilidad del personaje aflora con más evidencia de lo que sería conveniente. Entre otras cosas, porque buscar apoyo entre lo abstracto, entre personas a las que no se conoce de nada y que tampoco faltan a esta cita los que llegan con objetivos interesados, viene a concluir en la inutilidad más absoluta.

Por todo lo expresado en nuestro comentario de hoy, lo de buscar apoyo popular para nuestras decisiones es sencillamente inútil y muy peligroso por las inevitables consecuencias que conlleva dar pábulo sin más a nuestros intereses, que no otra cosa se persigue con este tipo de actuaciones. Si no se saben encajar los contratiempos que toda dedicación lleva consigo, y más si ésta estamos obligados a compartirla con el resto del mundo, mal asunto.