Lo de
preocuparse por lo que digan de ti o por lo que haces viene a ser
como estar convencido de que todo el mundo te quiere, que todos te
echan de menos, que tus realizaciones o decisiones son apoyadas
unánimemente. Lógicamente, de no ser así, de ser consciente de que
lo tuyo siempre es cuestionado, supone un esfuerzo físico e
intelectual añadido que acaba pasándote factura hasta en la salud,
que es lo último que debes exponer al escarnio público. Con este
planteamiento lo que venimos a decir es que hay que estar para las
duras y las maduras y cada día que pasa estar más convencido de
que, aunque te dejes la piel en el empeño, aunque no descanses ni de
día ni de noche, la valoración que hagan los que te siguen u
observan casi siempre responderá a un condicionamiento sesgado por
principios de envidia y rencor. Consecuentemente, lo mejor para el
que regularmente se las tiene que ver con el juicio público es
decidir y ejecutar desde el sentido común y sus principios. Si luego
no consigue su objetivo, cosa por otra parte muy normalizada en el
área política, por muy difícil e incluso peligroso que pueda
resultar reconocer el error, aceptar que éstos nos acompañan en
todo lo que hacemos es curarse en salud y evitar críticas fáciles.
Así las cosas, cuando se asumen cargos representativos de valor
social, prepararse para situaciones en las que puedes resultar dañado
y que devienen de las decisiones que has tomado, ya hemos dicho que
benefician la salud del protagonista y que habilitan trayectorias
novedosas que recorrer en busca del éxito que no siempre, por
cierto, se consigue fácilmente.
Quizá
el problema resida en que saber delegar parece que no se lleva
especialmente entre la clase política, que gusta de apretar el puño
y no dejar resquicios que pueden suponer una pérdida de poder o, lo
que puede ser incluso peor, debilidad ante los suyos. Evidentemente,
se trata de un error que no por compartido deja de ser un vicio
peligroso de consecuencias imprevisibles para quien lo usa como
enseña personal e intransferible. Esta característica, en manos de
un psicólogo, obtendría de inmediato su descalificación más
severa, ya que no solo representa una peligrosa falta de personalidad
del individuo en cuestión, sino que lo presenta socialmente como
frágil y peligroso por imprevisible cuando se siente acorralado. A
todo esto, cuando se comete el error de compartirlo con el mundo,
algo que desde que las redes sociales han impuesto sus condiciones
cualquier asunto alcanza cotas de peligrosidad desconocidas, la
debilidad del personaje aflora con más evidencia de lo que sería
conveniente. Entre otras cosas, porque buscar apoyo entre lo
abstracto, entre personas a las que no se conoce de nada y que
tampoco faltan a esta cita los que llegan con objetivos interesados,
viene a concluir en la inutilidad más absoluta.
Por
todo lo expresado en nuestro comentario de hoy, lo de buscar apoyo
popular para nuestras decisiones es sencillamente inútil y muy
peligroso por las inevitables consecuencias que conlleva dar pábulo
sin más a nuestros intereses, que no otra cosa se persigue con este
tipo de actuaciones. Si no se saben encajar los contratiempos que
toda dedicación lleva consigo, y más si ésta estamos obligados a
compartirla con el resto del mundo, mal asunto.