Como
era de esperar, los trabajadores que encontraron empleo a lo largo de
este verano han sido despedidos por sus respectivos jefes. Todo el
mundo lo sabía y pocos lo quisieron reconocer, pero si cuando otros
gobiernos dirigían el país y desde los sillones de la oposición se
les decía que se trataba de trabajo estacional y que, cuando llegara
de nuevo el otoño, el problema renacería como jaramago campestre,
creerse que esta vez sería para toda la vida, además de una ilusión
más falsa que la moneda que no conoce padre ni padre, ni siquiera
les sirvió para aliviar la mala imagen ya adquirida luego de haber
tomado decisiones desconocidas en contra del mundo laboral.
Consecuentemente, el paro vuelve a casa, de donde salió un buen día
convencido de que esta vez sí, de que ahora iba la vencida y que
conseguiría desarrollar sus conocimientos en donde fuera necesario.
Así, hemos comprobado que nunca como estos años hemos encontrado
más licenciado universitario con la bandeja de camarero en la mano
atendiendo mesas y barras, y dándole caña al barril de cerveza.
En
nuestro caso, el aumento ha sido considerable y actualmente estamos
casi en los siete mil ochocientos parados, lo que viene a ser como
una ruina muy grande y un problema cada vez mayor para el que, como
comprobado está, no han sido capaces de generar soluciones que no
vayan más allá de empleos conocidos como basura porque no se ha
encontrado mejor definición para una dedicación que puede variar
entre una hora diaria, o semanal, o tres alternas o solo los fines de
semana. Con estas perspectivas, lo de lo coges o lo dejas, o esto es
lo que hay, se ha acabado imponiendo y, dicho por los que ocupan
estos precarios empleos, algo es algo y menos da una piedra. Eso sí,
dicho y hecho: los voces de los que mandan insisten en que han creado
no saben cuántos miles de puestos de trabajo y que seguirán en esta
línea, que no sabemos bien si de lo que se trata es de seguir
destruyendo empleo para implantar esta fórmula tipo americano que
hasta ahora servía para que algunos jóvenes se sacaran un dinerillo
para sus caprichos con el que ir tirando mientras estudiaban y que
ahora es lo mejor que encuentra el padre de familia al que no le
falta la hipoteca.
Aunque
no queramos caer en el desasosiego y menos en la desesperación
pública, la realidad es que lo del trabajo se ha complicado de tal
forma que la cosa en realidad va a peor, que cada día nos enteramos
de que alguna empresa echa el cierre y que pone en la calle a no
sabemos cuántos empleados directos y otros tantos indirectos. Los
únicos que suben en sus atribuciones y obligaciones son las ONGS,
que se enfrentan diariamente con el cargo y obligación de dar de
comer a miles de personas y que cada vez les cuesta mayor esfuerzo. Y
gracias a que la solidaridad no disminuye y que por el momento cubren
casi todas las necesidades que se les presentan, porque de otra forma
no habría salida para los más necesitados, que, como decíamos hace
unos días, han aumentado de manera preocupante. Sin ir más lejos,
recuerden que solo Cáritas española atendió el año pasado a más
de dos millones y medio de personas, y no solo en el apartado de
comida, porque abonar las facturas domésticas más habituales, como
es el caso de la luz, el agua y la basura, representan un capítulo
económico muy importante.
Por
todo esto y porque la situación va a peor, o al menos esa es nuestra
perspectiva, todo lo que sea solidarizarse con los más necesitados
es lo menos que podemos y debemos hacer. El apartado de buscar
plataformas de empleo, generar ocasiones para desempleados y el resto
de parafernalia que suelen utilizar con absoluta normalidad nuestros
políticos, se lo dejamos a ellos, por lo menos para que justifiquen
su entrega.