El
país es evidente que está alterado por infinidad de razones. En
esta ocasión, no obstante, no tiene relación con lo habitual, es
decir, con la escasez de trabajo, con las prestaciones por desempleo
y por el estado de millones de personas sin dinero para gestionar lo
más mínimo, sino con la enfermedad de moda: el ébola, que por el
momento se está llevando por delante a toda persona que ha tenido la
mala suerte de infectarse. Como saben, a nuestro país se
extraditaron dos misioneros en busca del fármaco que les permitiera,
si no seguir con su vida habitual, al menos sí vivirla con calidad
hasta fallecer por causas naturales. Sin embargo, no ha podido ser.
Después de infinidad de esfuerzos médicos y económicos, los dos
fallecieron por la misma causa. La noticia es que, de entre los
especialistas que les atendieron, una auxiliar de enfermería parece
que ha sido infectada por este incansable y asesino virus, y
actualmente se encuentra a la espera de que la medicación que se le
ha comenzado a poner surta efecto y todo quede en un susto. No parece
sencillo, desde luego, pero por el momento solo se dispone de una
medicación aún sin probar en humanos y es la única salida que la
Medicina tiene.
La
situación es evidente que se ha complicado enormemente con respecto
a los esfuerzos que ha dedicado a este espinoso asunto el Ministerio
de Sanidad. Nadie esperaba que algunas de las personas que entraron y
salieron en las habitaciones de estos afectados por la enfermedad,
que se supone iban adecuadamente vestidos y que solo debían seguir
el supuesto protocolo que luego se ha sabido que no habían recibido
más enseñanza que la de la colocación del traje, resultaran
infectadas, pero desgraciadamente a sí ha sido. Lo que sí sabemos
es que en contra de la opinión de muchos médicos e investigadores
especializados en microbiología, el Gobierno decidió traer a estos
dos religiosos portadores del virus del ébola. Estos profesionales
se opusieron por tres motivos: el primero, porque no existía ni
existe al día de hoy vacuna contra este virus; segundo, porque no
existe tratamiento contra el ébola, y, tercero, porque España no
dispone de ningún hospital de nivel de seguridad P4, que es el que
requiere el tratamiento y la vigilancia de la evolución de dicho
virus. El caso del Carlos III responde en su integridad al nivel P3.
La situación es que, a pesar de que cualquiera de estos motivos por
sí mismos serían suficientes para no traer pacientes infectados de
ébola, el Ministerio de Sanidad desoyó estos consejos y decidió
traerlos, y también al virus. Por el momento, ya hay una infectada y
nadie se atreve a valorar las consecuencias que podían derivarse de
tal infección, aunque sabemos que las veinticuatro personas que han
estado en contacto con ella ya han sido aisladas a la espera de la
analítica pertinente que permita saber de su estado y posibilidad de
infección, pero sí que sus efectos pueden ser devastadores.
Para
empezar, el ébola ya está en Europa, en el primer mundo, en España.
A partir de ahora, dependiendo mucho de la suerte y no menos del
esfuerzo de médicos y enfermeras, la evolución de este activo virus
puede darnos muchos dolores de cabeza. Y la preocupación ha sido
compartida por casi todos los países, los próximos y los más
alejados, que no acaban de creerse la situación en la que nos
encontramos y han criticado duramente a las autoridades sanitarias y
políticas por lo que a todas luces aseguran que ha sido un
despropósito lamentable. La salida en tromba del equipo que acompaña
a la ministra de Sanidad, señora Mato, en sus apariciones públicas,
ha salido esta vez también con el objetivo de tranquilizar a la
ciudadanía, pero mucho nos tememos que no va a ser fácil. El ébola
ha venido ganando puestos en el ranking de las enfermedades muy
peligrosas entre la población y, cuando se pretende minimizar lo que
ha ocurrido en el hospital Carlos III de Madrid, a nadie se le escapa
que si una enfermera ha sido infectada, ¿qué podría ocurrir entre
una población que no tiene ni idea de cómo defenderse de ella?